Uno de los recuerdos que tengo de mi infancia y adolescencia es verme a mí mismo leyendo algo, ya sea un libro, un tebeo o incluso un periódico, en necesitar siempre algo de letra impresa que llevarme a los ojos, cual si fuera un yonqui a la búsqueda de algo que le pudiera colocar. Porque leer es uno de mis grandes vicios y como tal, no puedo estar un día sin leer algo, para mí es tan importante como el comer o el beber y me hace sentir bien. Recuerdo tener 15 ó 16 años y ver como mis compañeros de clase ya salían los fines de semana de fiesta por la noche y mientras se emborrachaban y se liaban entre ellos, yo me quedaba en casa leyendo un buen libro y pasándolo mejor que estando de fiesta, ya que por entonces no me llamaba la atención (luego tuve unos años de ebullición durante la universidad y post-universidad y desde hace un tiempo mi interés por salidas nocturnas ha ido disminuyendo, pero eso es otra historia).
Me recuerdo en la cocina de mi casa, leyendo los libros de Arturo Pérez-Reverte sobre el capitán Alatriste o "Emma" de Jane Austen, una cocina que escogía porque era la que mejor acústica tenía para concetrarme. Vengo de un piso familiar pequeño para toda la gente que acogía y con una insonorización mejorable, por lo que en mi habitación era imposible leer sin tener que escuchar los asuntos de casa y los de los vecinos. Sin embargo, la cocina tenía un reloj de pared cuyo segundero hacía un ruido muy alto, de manera que podías escuchar por toda la casa cómo pasaban los segundos. Ese sonido constante e imperturbable siempre me ha resultado tranquilizador, así que escogía la cocina para que ese ruido me aislara de los demás, por ello tengo muchas lecturas asociadas al ruido de ese reloj, que hubo que tirar porque se atrasaba cada dos por tres.
Me recuerdo en la cocina de mi casa, leyendo los libros de Arturo Pérez-Reverte sobre el capitán Alatriste o "Emma" de Jane Austen, una cocina que escogía porque era la que mejor acústica tenía para concetrarme. Vengo de un piso familiar pequeño para toda la gente que acogía y con una insonorización mejorable, por lo que en mi habitación era imposible leer sin tener que escuchar los asuntos de casa y los de los vecinos. Sin embargo, la cocina tenía un reloj de pared cuyo segundero hacía un ruido muy alto, de manera que podías escuchar por toda la casa cómo pasaban los segundos. Ese sonido constante e imperturbable siempre me ha resultado tranquilizador, así que escogía la cocina para que ese ruido me aislara de los demás, por ello tengo muchas lecturas asociadas al ruido de ese reloj, que hubo que tirar porque se atrasaba cada dos por tres.
Como lector empedernido siempre he sentido una especial fascinación por aquellas personas que también leen, por poder compartir conversación con ellos sobre esos libros que hemos leído y aprender sobre otros a los que no he echado el ojo todavía. Me gusta también prestar libros ya leídos a gente que siento que puede disfrutarlos tanto o más que yo, como medio de compartir algo que me ha dado momentos de placer e incluso de felicidad. Porque un buen libro te da certezas y te hace preguntas, te habla de vidas ajenas que pueden ser la tuya, te hace ir a mundos fantásticos que no conocías o pasear por tierras ya transitadas. Es un mundo que te da la mano para que seas testigo de tantos y tantos aspectos del alma humana, aunque se hable de seres extraordinarios.
Y por eso me da pena cuando me encuentro con gente que no lee y aún más pena cuando veo que gente que leía deja de hacerlo por falta de tiempo o interés. Porque se empieza a perder a un igual, se pierde algo que los hacía especiales, esa capacidad de compartir contigo momentos de reflexión sobre las historias leídas en los libros. A este respecto he leído hace unos días un magnífico escrito en un blog llamado "Devoradora de libros" (www.devoradoradelibros.com), que habla sobre las excusas que se dan para no leer habitualmente. Un escrito con el que me identifico mucho y que adjunto a continuación.
"1. No tengo tiempo. Ya, ya, pero para escribir en las redes
sociales a diario, pasarte cuatro horas delante del televisor
o bajar al bar a tomarte una cerveza sí que tienes tiempo, ¿verdad? Comprendo
que en la vida uno pasa por diversas etapas y hasta un gran amante de los libros
puede tener una racha no lectora; no obstante, no me creo a los que dicen que
nunca han encontrado el momento para leer. Es cuestión de organizarse; en
la blogosfera he conocido a unas cuantas madres, trabajadoras, lectoras y
blogueras que demuestran que, si se quiere, se puede con
todo.
2. Los libros son caros. Leer y comprar libros son dos actividades diferentes
que se confunden demasiado a menudo. ¿Qué hay de las bibliotecas? ¿Y de los
libros de bolsillo, de los e-books?
El año pasado escribí una lista
de propuestas para leer de forma gratuita o por un coste muy bajo (¡y sin
piratear!). A todo esto, no considero que los libros sean caros en comparación
con otras formas de entretenimiento (pensemos en la cantidad de horas que
dedicamos a una novela con respecto a lo que dura una película en el cine, por
ejemplo), aunque me temo que hace falta ser un gran amante de la lectura para
ser consciente de ello. Sea como sea, nunca he ido sobrada de dinero y aun así
siempre he tenido libros en la mesilla (la mayoría de ellos,
nuevos).
3. Si han hecho una película, ¿para qué voy a leer el
libro? Cuando escucho esta excusa me
acuerdo de la genial idea de una profesora que tuve en el instituto: en un
examen preguntó por un tema que se trataba en la novela pero no en su
correspondiente adaptación cinematográfica (la cara de los tramposos era un
poema). El fondo de la excusa cae, una vez más, en el error de creer que leer es
aburrido, que la película será un camino más rápido para llegar al mismo
destino. Sin embargo, las historias no son solo ese destino, sino que también
viven de lo que ocurre hasta alcanzarlo, de las particularidades de la escritura
y de las tramas que se dejan de lado en el filme (y lo mismo se puede aplicar a
los que se niegan a leer un clásico
porque conocen de antemano el desenlace). Por mucho que la película sea muy
buena y fiel, merece la pena disfrutar de ambas
versiones.
4. No tengo ganas de pensar. Bueno, es cierto que leer requiere un esfuerzo mayor
que ver un programa de televisión o una película (aunque también depende del
programa y la película, todo hay que decirlo). De todas formas, de ahí a creer
que todos los libros son sesudos y complicados va un trecho. Las personas que
defienden esta opinión porque en el colegio tuvieron que leer novelas poco
adecuadas para su nivel de comprensión —de ahí viene en parte el prejuicio—
deberían empezar desde cero con lecturas
facilitas y divertidas, que las hay, y son capaces de competir de forma muy
digna con otros entretenimientos.
5. Los libros que se publican actualmente no tienen
calidad. Típica excusa de las
personas que en algún momento de su vida han leído cuatro clásicos y ahora miran
con desprecio a los que leemos mucho, en especial narrativa actual. No negaré
que ni la cuarta parte de lo que se publica hoy será un clásico mañana; no
obstante, menospreciarlo todo por sistema me parece un error, porque, aparte de
que opinan sin saber, no debemos olvidar que los libros que ahora consideramos
clásicos en algún momento también fueron obras poco conocidas que tuvieron que
ganarse un hueco. Grandes autores los ha habido siempre, ayer y hoy. Además,
creo que los lectores leemos sobre todo por el placer de leer, sin pensar en la
trascendencia de la obra (preocuparse del prestigio y de lo que pasará en el
futuro con cada novela me parece una pérdida de
tiempo).
Sería mejor que dijeran que no leen porque no quieren,
¿no os parece?"
Siempre se dice que querer es poder y en el caso de la lectura es totalmente cierto. Es un error hacer leer según qué libros en época escolar, por no tener los chavales la mentalidad suficiente como para afrontarlos y disfrutarlos (aunque entiendo que haya que enseñarlos como parte de nuestro acervo cultural), pero siempre se puede iniciar por el principio. Yo no empecé leyendo a Philip Roth o Milan Kundera, lo hice con "Mortadelo y Filemón", "Zipi y Zape", "Carpanta", "El botones Sacarino" y las aventuras de Los Cinco de Enid Blyton y de ahí he ido subiendo peldaños según mi crecimiento personal y mis gustos, del mismo modo que el aficionado al cine empieza a formarse con películas de Disney, no de Lars von Trier. A día de hoy tengo el veneno de las palabras metido muy dentro y necesito leer un rato cada día y lo hago por ocupado que esté, siempre encuentro un momento para leer mi dosis diaria. Y eso es lo que recomiendo, que entre media hora en las redes sociales o viendo la televisión y media hora de lectura, casi siempre será mejor la lectura.
Yo empecé leyendo muchos libros de Barco de Vapor, luego ya pasé a novelas más serias, de detectives, y al final he optado por leer relatos o libros más cortos, porque las novelas largas me suelen costar más.
ResponderEliminarEs cierto que mucha gente asocia la lectura con una actividad aburrida, cuando hay libros para todos los gustos. La cuestión es que hay gente a la que no le mola leer por el motivo que sea y no hay que buscarse excusas, no pasa nada. También sé de gente que dice que no le gusta el cine, es raro, pero bueno, cada uno debe buscar las cosas que le entretengan.
Huy, el Barco de Vapor también formó parte de mis primeros años de lector, con "Fray Perico y su borrico" o "El pirata Garrapata", que me hacían reír mucho.
EliminarSí, al final cada uno tiene sus preferencias y cada uno se entretiene con lo que le atrae más, yo me aburro como una ostra haciendo ejercicio y otros se lo pasan divinamente, mientras que para algunos estar leyendo un par de horas es poco menos que una tortura.