jueves, 23 de abril de 2015

Los maestros y el camino del saber

“Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores”

(De la novela "Número Cero", de Umberto Eco)


Como bien saben, este jueves es el Día del Libro, un día de celebración cultural en el que más de uno compra libros que con suerte leerá, rompiendo la tónica del resto del año, donde la lectura se limita a cosas que se va encontrando por Internet. Porque hoy la gente lee bastante, pero no siempre de donde debería hacerlo, centrando su atención lectora más en redes sociales y webs de todo tipo que en novelas o ensayos. Así se explica que muchos sigan escribiendo “haber si nos vemos” en lugar del correcto “a ver si nos vemos” y “a parte de eso, yo creo..” en lugar de “aparte de eso, yo creo…”, que cada vez que veo ese “a parte” que lo veo siento una punzada de dentera, aún más cuando lo veo en medios de comunicación, que deberían ser los primeros en dar ejemplo, pero donde la capacidad cultural de algunos de sus trabajadores es bastante limitada (algunas de las mayores barbaridades que he oído y leído en mi vida han sido en redacciones periodísticas).


El caso es que jornadas como el Día del Libro son un revulsivo cultural, que ayudan a estimular muchas vocaciones lectoras que con suerte desembocarán en mentes inquietas que se pregunten cosas sobre el funcionamiento del mundo y de la vida. Pero en esta entrada no quiero centrarme tanto en los libros como en otras figuras que también ayudan a despertar mentes inquietas, las de los maestros. En mis años de estudiante tuve varios maestros, algunos muy buenos y otros muy prescindibles, que más allá de que la asignatura fuera más o menos difícil la hacían mucho menos estimulante. Porque el fracaso como maestro es no conseguir interesar  a nadie por lo que enseña y el triunfo es hacer que algunos alumnos (todos es una utopía) sientan fascinación por lo que instruye, sea cual sea la materia. Hay gente a la que la Historia le parece un peñazo importante y sin embargo a mí me apasiona, porque tuve la suerte de tener un maestro que nos la enseñó como si fuera una gran novela de grandes pasiones humanas, no como la aburrida sucesión de datos en la que la convierten los malos instructores. Por eso se siente admiración generalizada hacia aquellos que son capaces de enseñar de forma amena sobre cosas que pueden sonar áridas, como la ciencia o la economía y en mi caso siempre admiré al fallecido Juan Antonio Cebrián, presentador del programa radiofónico “La rosa de los vientos”, por su forma de escenificar sucesos históricos haciendo volar la imaginación sin perder de vista el conocimiento.

Estos días se habla mucho sobre la muerte de un profesor a manos de un alumno de 13 años en Barcelona, al tiempo que se ha cumplido el 16 aniversario de la matanza del instituto Columbine, sucesos que siempre se tratan con trazo grueso y falta de miras, viendo a los autores como se hacía en la antigüedad con los perturbados mentales, de los que se decían que estaban endemoniados y que debían ser sacrificados para no poner en peligro a la comunidad, sin detenerse en las causas y la comprensión del caso. El trato con los alumnos siempre ha sido uno de los puntos de fricción entre los docentes y en muchos casos se ha pasado de la dictadura indiscriminada de antaño, con bofetadas y pescozones para los chavalines al mal uso del victimismo de ahora, con alumnos que amenazan con denunciar a profesores que les levantan un poco la voz por mal comportamiento. La enseñanza ha sido siempre una profesión ardua y muchas veces poco estimulante para el que la imparte, pero muy importante a la hora de crear estímulos en los adultos del mañana. Para mostrar este ejemplo hay muchas películas que han tratado el tema, pero yo me voy a quedar con un espléndido capítulo de “Los Simpson” (al que recomiendo que echen un vistazo) en el que Lisa experimentaba un amor platónico por un profesor que le hacía ver que había todo un mundo más allá de sus fronteras habituales.
El caso de Lisa Simpson de sentirse atraída por su profesor es un hecho frecuente por la atracción que nos produce un docente con el que conectamos, que parece saber todas esas cosas que nos gustaría aprender y nos descubre mundos insospechados. Así que hoy quiero aprovechar para rendir homenaje a todos aquellos, ya sean maestros o simples civiles, que ayudan a que aprendamos cosas nuevas, que nos inculcan ese deseo de saber más y de hacernos curiosos ante las cosas que nos rodean. El camino del saber muchas veces es un camino de sufrimiento, pero también lo es de descubrimiento, de conocer lo que somos y de donde venimos. Y eso nos humaniza más.

jueves, 16 de abril de 2015

Léa Seydoux, una mujer en la que fijarse

Como ya he comentado alguna vez, soy muy dado a fijarme en los nombres de aquellos que participan en las películas, que retengo para próximas ocasiones tanto si me ha gustado como si me ha disgustado su labor. Siempre he memorizado mucho mejor las cosas cuando las he visto por escrito y ha habido no pocos nombres que he aprendido sin pretenderlo solo por verlos escritos en varias ocasiones. El caso es que hace pocos años, mientras veía la película “Midnight in Paris” de Woody Allen (una película que se deja ver, pero que trata de forma un tanto tópica y superficial a los personajes históricos que participan en el relato, desaprovechando el potencial que podían dar), busqué en los créditos finales a una actriz que me llamó la atención durante la proyección. Una actriz que se convertía en uno de los intereses románticos del protagonista, interpretado por Owen Wilson y que, al igual que su personaje, me gustó por su belleza y su aire tímido. Ella era la actriz Léa Seydoux.


A pesar de no haber cumplido todavía los 30 años, Léa Hélène Seydoux-Fornier de Clausonne ha participado en películas de lo más variado, tanto en su país natal ("La belle personne", "Lourdes", "Sister", "Adiós a la reina", "La bella y la bestia") como en el cine estadounidense, caso de la citada “Midnight in Paris”, "Malditos bastardos", “Robin Hood”, “Misión Imposible 4” o “El Gran Hotel Budapest”. Los tópicos se han cumplido en su caso de actriz europea, pues si bien en Francia ha tenido la oportunidad de dar vida a personajes de todo tipo, con diversos niveles de complejidad, en Hollywood le ha tocado ser la cara bonita, cuya mayor pretensión de empoderamiento es ser la mala de turno y pelear (contra otra mujer, para no herir susceptibilidades y alimentar extraños morbos).



Posiblemente, el papel que más relevancia le haya dado a nivel internacional sea el que en 2013 interpretó en “La vida de Adele”, donde dio vida a una lesbiana de pelo azul que entablaba relación con una joven, la Adele del título. El filme ganó la Palma de Oro de Cannes en medio de una gran polémica por sus escenas de sexo en las que no se dejaba nada a la imaginación, algo que para mí me parece incluso lo más flojo de una excelente muestra del aprendizaje vital y las etapas del amor y las relaciones humanas, cuyas tres horas de duración se pasan volando.


Uno de los pilares de la cinta era la relación entre sus protagonistas, Seydoux y Adele Exarchopoulos, cuya química se dejaba sentir más allá de la pantalla y en ocasiones dio lugar a momentos graciosos, como en esta entrevista en inglés en la que Léa confundió los términos “cheat on me” (engañarme) y “shit on me” (cagarse en mí).


El rodaje de “La vida de Adele” no fue tan afortunado como la película y Seydoux terminó a malas con el director, Abdellatif Kechiche, por su necesidad de repetir las tomas durante decenas de veces, buscando a veces el cansancio en los actores para conseguir el efecto deseado en su interpretación. Un malestar que dejó entrever en algunas entrevistas de promoción.


Cuando se ve a Léa Seydoux es inevitable caer en el tópico que se asocia con la belleza francesa, de apariencia tan glamurosa como fría, dotada de una fotogenia y un encanto especial, al tiempo que se intuye un cierto desdén en el gesto. Una guapa borde, para entendernos. Una belleza francesa que, siguiendo con el tópico, nunca le ha tenido miedo al desnudo y ha mostrado su cuerpo en varias películas y sesiones de fotos.




Sin embargo, aunque ha admitido tener un carácter melancólico y tímido, ella ha sido capaz de mostrar su capacidad de sonreír en la entrevista antes citada o en esta otra con Craig Ferguson, en la que siguió el juego del presentador, al que siempre le gusta hacer las entrevistas sin guión y dejarse llevar más allá de lo que el invitado venga a presentar, creando conversaciones a veces surrealistas.


Todo parece indicar que la fama de Léa Seydoux irá en aumento al ser "chica Bond" por su participación en la nueva película del agente 007, “Spectre”, que veremos dentro de unos meses. Uno de esos roles que interpretativamente no suelen ser un gran desafío, pero que son vistos por todo el mundo y que ayudan cuando le hablas a alguien de tal actriz y no han visto ninguna otra de sus películas.


Hace unos días fue el Día Mundial del Beso, como ya encargaron de recordarnos todos los que nos hacen de almanaques humanos y van poniendo de relevancia las diversas efemérides, que hoy hay días dedicados a casi cualquier cosa. Así que para terminar esta entrada dedicada a Léa Seydoux, qué mejor forma de hacerlo que con este vídeo que recopila algunos de los besos que la actriz ha dado en las películas en las que ha participado. Y como digo siempre de la gente que me gusta, que siga haciendo muchas más, que yo seguiré fijándome en ella.



lunes, 6 de abril de 2015

El arte de amar en tiempos antiguos

Estos días hemos vivido la Semana Santa, ese período del año en el que se conmemora la muerte y la resurrección de Jesucristo, un período en el que muchos aprovechan para tomarse unos días de vacaciones luego bien documentados en redes sociales, en una evolución de aquellos montajes de diapositivas con los que los que habían viajado a un sitio ponían a prueba la paciencia de los familiares y allegados. Los más religiosos habrán disfrutado de unos días de pasión cristiana que data de hace más de veinte siglos. Precisamente, en la época en la que los escritos de la Biblia sitúan el nacimiento de Jesucristo, allá por Roma había un poeta llamado Publio Ovidio Nasón que sacaba a la luz el libro "El arte de amar" en el que planteaba cuestiones sobre el amor y los secretos de las relaciones amorosas entre hombres y mujeres.





Siempre se dice que hay que leer a los clásicos griegos y romanos, pues de ellos viene la cultura de la civilización occidental y lo cierto es que esta afirmación es muy cierta en el caso de Ovidio y su arte de amar. Han pasado más de 2000 años desde la publicación del libro y leyéndolo hace unos días, tras descubrirlo por casualidad en una estantería de libros de oferta, he sido testigo de cómo muchas de las ideas que plantea el poeta se siguen aplicando hoy día. Algunas pueden sonar audaces, otras algo caducas o reprobables, pero sin duda tienen el vigor de que suenan a lo que sucede entre hombres y mujeres cuando se trata de amor. A continuación reproduzco algunas de ellas:

 
-Sobre la belleza y la necesidad de apreciarla de día y estando sereno:

 
No creas demasiado en la luz engañosa de las lámparas; la noche y el vino extravían el juicio sobre la belleza. Paris contempló las diosas desnudas a la luz del sol que resplandecía en el cielo, cuando dijo a Venus: «Venus, vences a tus competidoras.» La noche oculta las macas, disimula los defectos, y entre las sombras cualquiera nos parece hermosa. Examina a la luz del día los brillantes, los trajes de púrpura, la frescura de la tez y las gracias del cuerpo.

 
-Sobre la necesidad de complacer a la mujer con regalos:

 
Mira con santo horror el natalicio de tu amada, y como nefastos los días en que es ineludible el ofrecer presentes. Aunque lo evites con cautela, te sonsacará algo; la mujer tiene mil medios para apoderarse del caudal de su apasionado amante. Un vendedor con la túnica desceñida se presentará ante tu dueño deseoso de comprar, y delante de ti expondrá sus mercaderías.
Ella te rogará que las examines para juzgar tu buen gusto; después te dará unos besos, y por último te pedirá que le compres lo que más le agrade, jurándote que con eso quedará contenta por largos años y diciéndote: «Ahora tengo necesidad de ello y ahora se puede comprar a precio razonable.» Si te excusas con el pretexto de que no tienes en casa el dinero necesario, te pedirá un billete, y sentirás haber aprendido a escribir. ¡Cuántas veces te exigirá el regalo que se acostumbra en el natalicio y cuántas renovará esta fecha al compás de sus necesidades! ¿Qué harás cuando la veas llorar desolada por una falsa pérdida y te enseñe las orejas sin los ricos pendientes que ostentaban? Las mujeres piden muchas cosas en calidad de préstamo, y así que las reciben se niegan a la devolución. Sales perdiendo y nunca se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastarían diez bocas con otras tantas lenguas, si pretendiese referir los astutos manejos de nuestras cortesanas.

 

-Sobre la necesidad de seducir con lindas palabras:

 
La beldad se deja arrebatar y aplaude al orador elocuente, lo mismo que la plebe, el juez adusto y el senador distinguido; pero ocultad el talento, que el rostro no descubra vuestra facundia y que en vuestras tablillas no se lean nunca expresiones afectadas. ¿Quién sino un estúpido escribirá a su tierna amiga en tono declamatorio? Con frecuencia un billete pedantesco atrajo el desprecio a quien lo escribió. Sea tu razonamiento sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante, de modo que imagine verte y oírte al mismo tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve sin leerlo, confía en que lo leerá más adelante y permanece firme en tu propósito. Con el tiempo los toros rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo el potro fogoso aprende a soportar el freno que reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con el uso continuo y la punta de la reja se embota a fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué más duro que la roca y más leve que la onda? Con todo, las aguas socavan las duras peñas. Persiste, y vencerás con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió muchos años, pero al fin cayó vencida. Si te lee y no quiere contestar, no la obligues a ello; procura solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responderá un día a lo que leyó con tanto gusto. Los favores llegarán por sus pasos en tiempo oportuno.
 
¡Cuántas veces una carta bien escrita produjo el incendio de un corazón vacilante, y, al contrario, un lenguaje bárbaro echó por tierra el influjo de la beldad!

 

-Sobre lo oportuno de cuidar el aspecto, aunque sin pasarse:

 
La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía en lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes su esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se te ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que con horror de su sexo se entregan a un varón.

 

-Sobre el uso de la fuerza para imponer los deseos:

 
¿Qué pretendiente listo no sabe ayudar con los besos las palabras sugestivas? Si te los niega, dáselos contra su voluntad; ella acaso resista al principio y te llame malvado; pero aunque resista, desea caer vencida. Evita que los hurtos hechos a sus lindos labios la lastimen y que la oigas quejarse con razón de tu rudeza.
 
El que logra sus besos, si no se apodera de lo demás, merece por mentecato perder aquello que ya ha conseguido. Después de éstos, ¡qué poco falta a la completa realización de tus votos! La estupidez y no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la has poseído con violencia, no te importe; esta violencia gusta a las mujeres: quieren que se les arranque por fuerza lo que desean conceder. La que se ve atropellada por la ceguedad de un pretendiente, se regocija de ello y estima su brutal acción como un rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale intacta de la contienda, simula en el aspecto la alegría, mas en su corazón reina la tristeza.

 

-Sobre el interés que se pone en la seducción y cómo el exceso puede resultar contraproducente:

 
Mas si ves que tus rendimientos sólo sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensión y vuelve atrás los pasos. Muchas suspiran por el placer que huye y aborrecen al que se les brinda; insta con menos fervor y dejarás de parecerle importuno.
No todas las tierras producen los mismos frutos: la una conviene a las vides, la otra a los olivos, la de más allá a los cereales. Las disposiciones del ánimo varían tanto como los rasgos fisonómicos; el que sabe vivir se acomoda a la variedad de los caracteres, y como Proteo, ya se convierte en un arroyo, fugitivo, ya en un león, un árbol o un cerdoso jabalí. Unos peces se cogen con el dardo, otros con el anzuelo, y los más yacen cautivos en las redes que les tiende el pescador. No uses el mismo estilo con mujeres de diferentes edades: la cierva cargada de años ve desde lejos los lazos peligrosos.
Si pareces muy avisado a las novicias y atrevido a las gazmoñas, unas y otras desconfiarán de ti, poniéndose a la defensiva. De ahí que la que teme entregarse a un mozo digno, venga tal vez a caer en los brazos de un pelafustán.
 

-Sobre la belleza y su fugacidad:

 
La belleza es don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia duración la aniquila. No siempre florecen las violetas y los lirios abiertos, y en el tallo donde se irguió la rosa quedan las punzantes espinas. Lindo joven, un día blanquearán las canas tus cabellos, y las arrugas surcarán tus frescas mejillas. Eleva tu ánimo, si quieres resistir los estragos del tiempo y conservar la belleza: es el único compañero fiel hasta el último suspiro. Aplícate al cultivo de las bellas artes y al estudio de las dos lenguas. Ulises no era hermoso, pero sí elocuente, y dos divinidades marinas sufrieron por él angustias mortales. ¡Cuántas veces Calipso se dolió viéndole apresurar la partida, y quiso convencerle de que el tiempo no favorecía la navegación! Continuamente le instaba a repetir los sucesos de Troya, y él sabía relatar el mismo caso con amena variedad.

 

-Sobre la conflictividad con el otro sexo:

 
Recuerdo que en cierta ocasión mesé frenético los cabellos de mi querida, y este instante de cólera lo pagué con la pérdida de días deliciosos. Ni me di cuenta, ni creo que le rompiese la túnica; pero ella lo afirmó, y tuve que comprarle otra nueva. Vosotros, si sois cuerdos, evitad los desplantes en que incurrí desatinado, y temed las consecuencias de mi falta. Las guerras, con los parthos; con vuestras amigas vivid en paz, y ayudaos con los juegos y las delicias que mantienen la ilusión. Si fuese dura y un tanto esquiva a tus pretensiones, paciencia y ánimo: con el tiempo se ablandará. La rama del árbol se encorva fácilmente si la doblas poco a poco, y se rompe si la tuerces poniendo a contribución todo tu vigor. Aprovechando el curso del agua, pasarás el río, y como te empeñes en nadar contra la corriente, te verás por ella arrastrado.

 

-Sobre los beneficios de seguir la corriente:

 
Cede a la que te resista; cediendo cantarás victoria. Arréglate de manera que hagas las imposiciones de su albedrío. ¿Reprueba ella una cosa?; repruébala tú y alábala si la alaba; lo que diga, repítelo, y niega aquello que niegue, ríete si se ríe, si llora haz saltar las lágrimas de tus ojos, y que tu semblante sea una fiel copia del suyo. Si juega, revolviendo los dados de marfil, juega tú con torpeza, y en seguida pásale la mano; si te recreas con las tabas, evítale el disgusto de perder y amáñate por que te toque siempre la fatal suerte del perro, y si os entretenéis a las tablas robándoos las piezas de vidrio, deja que las tuyas caigan en poder de la parte contraria; coge por la empuñadura la sombrilla abierta cuando haya necesidad, y si atraviesa por medio de la turba, ábrele camino; al reclinarse en el blando lecho, no descuides ofrecerle un escabel, y quita o calza las sandalias a su pie delicado.

A veces tiritando de frío tendrás que calentar su mano helada en tu seno, y aunque sea vergonzoso para un hombre libre, no te abochorne sostenerle el espejo: ella te lo agradecerá.
Si te ordena presentarte en el foro, acude con antelación a la hora que te indique, siendo el último que te retires. ¿Te da una cita en cualquiera otro lugar? Olvida todos los quehaceres, corre apresurado, y que la turba de transeúntes no logre embarazar tus pasos. Si volviendo a casa de noche después de un festín llama a su esclavo, ofrécele tus servicios, y si estás en el campo y te escribe «ven en seguida», el amor odia la lentitud, a falta de coche emprende a pie la caminata, y que no te retrase ni el tiempo duro, ni la ardiente Canícula, ni la vía cubierta con un manto de nieve.
 

-Sobre la necesidad de luchar para triunfar:

 
El amor, como la milicia, rechaza a los pusilánimes y los tímidos que no saben defender sus banderas. Las sombras de la noche, los fríos del invierno, las rutas interminables, la crueldad del dolor y toda suerte de trabajos, son el premio de los que militan en su campo. ¡Qué de veces tendrás que soportar el chaparrón de la alta nube y dormir a la inclemencia sobre el duro suelo! Dicen que Apolo apacentó en Fera las vacas de Admeto y se recogía en una humilde cabaña. ¿Quién no resistirá lo que Apolo lleva en paciencia? Despójate del orgullo, ya que pretendes trabar con tu amada lazos perdurables.
Si en su casa te niegan un acceso fácil y seguro y se te opone la puerta asegurada con el cerrojo, resbálate sin miedo por el lecho o introdúcete furtivamente por la alta ventana. Se alegrará cuando sepa el peligro que corriste por ella, y en tu audacia verá la prenda más segura del amor.

 

-Sobre la infidelidad y su ocultación:

 
Mi censura no pretende condenarte a que te regocijes con una sola bella; líbrenme los dioses; apenas las casadas pueden resistir tal obligación. Diviértete, pero cubre con un velo los hurtos que cometas, y nunca te vanaglories de tus felices conquistas. No hagas a la una regalos que la otra pueda reconocer, y cambia de continuo las horas de tus citas amorosas, y para que no te sorprenda la más suspicaz en algún escondite que le sea conocido, no te reúnas con la otra a menudo en el mismo lugar. Cuando le escribas, vuelve a releer de nuevo las tablillas antes de enviárselas: muchas leen en el escrito lo que no dice realmente. Venus, ofendida, prepara con justicia las armas, devuelve los dardos que la hieren, y fuerza al combatiente a soportar los males que ha ocasionado.

 

-Sobre la exhibición y ocultación de las hazañas amorosas:

 
Con frecuencia los rebaños se entregan en medio del campo a los deleites carnales; mas al verlos, la honesta doncella aparta ruborizada la vista. A nuestro hurtos convienen un tálamo oculto y una puerta cerrada, con nuestros vestidos cubrimos vergonzosas desnudeces, y si no buscamos las tinieblas, deseamos una medio obscuridad; todo menos la luz radiante de día. En aquellos tiempos en que aún no se habían inventado las tejas que resguardasen del sol y la lluvia, y la encina nos servía de alimento y morada, no a la luz del día, sino en las selvas y los antros, se gozaban los placeres de la voluptuosidad: tanto respetaba el pueblo rudo las leyes del pudor. Mas ahora pregonamos nuestras hazañas nocturnas, y nada se paga a tan alto precio como el placer de que las sepa todo el mundo. ¿Vas a reconocer en cualquier sitio a todas las muchachas, para decir a un amigo: «Esa que ves fue mía», y para que no te falte una a quien señalar con el dedo, la comprometes, de modo que sea la comidilla de la ciudad? Digo poco: hay sujetos que fingen cosas que negarían si fuesen verdaderas, y se vanaglorian de que ninguna les ha negado su favor, y si no mancillan los cuerpos, afrentan los nombres y ponen en duda la reputación de mujeres honradísimas.
 
Anda, pues, odioso guardián de una mujer, atranca las puertas y échales por más seguridad cien cerrojos. ¿De qué sirven tus precauciones si la calumnia se ensaña en la honra y el adúltero pregona lo que nunca ha existido? Nosotros en cambio hablarnos con reserva de nuestras conquistas verdaderas, y con un velo tupido encubrimos nuestros hurtos misteriosos. No reprochéis nunca los defectos de una joven; el haberlos disimulado fue a muchos de gran utilidad.
 

-Sobre las mujeres maduras:

 
Se ha de añadir que las mujeres de cierta edad son más duchas en sus tratos, tienen la experiencia que tanto ayuda a desarrollar el ingenio, saben, con los afeites, encubrir los estragos de los años y a fuerza de ardides borran las señales de la vejez. Te brindarán si quieres de cien modos distintos las delicias de Venus, tanto que en ninguna pintura encuentres mayor variedad. En ellas surge el deseo sin que nadie lo provoque, y el varón y la hembra experimentan sensaciones iguales. Aborrezco los lazos en que el deleite no es recíproco: por eso no me conmueven los halagos de un adolescente; odio a la que se entrega por razón de la necesidad y en el momento del placer piensa indiferente en el huso y la lana. No agradezco los dones hijos de la obligación, y dispenso a mi amiga sus deberes con respecto a mi persona.

 

-Sobre el goce sexual:

 
Me complace oír los gritos que delatan sus intensos goces y que me detenga con ruegos para prolongar su voluptuosidad. Me siento dichoso si contemplo sus vencidos ojos que anubla la pasión y que languidece y se niega tenaz a mis exigencias. La naturaleza no concede estas dichas a los años juveniles, sino a esa edad que comienza después de los siete lustros. Los que se precipitan demasiado beben el vino reciente; yo quiero que mi tinaja me regale con el añejo que data de los antiguos cónsules.
 
Si das en aquel sitio más sensible de la mujer, que un necio pudor no te detenga la mano; entonces observarás cómo sus ojos despiden una luz temblorosa, semejante al rayo del sol que se refleja en las aguas cristalinas; luego vendrán las quejas, los dulcísimos murmullos, los tiernos gemidos y .las palabras adecuadas a la situación; pero ni te la dejes atrás desplegando todas las velas, ni permitas que ella se te adelante. Penetrad juntos en el puerto. El colmo del placer se goza cuando dos amantes sucumben al mismo tiempo. Esta es la regla que te prescribo, si puedes disponer de espacio y el temor no te obliga a apresurar tus hurtos placenteros.

 

 
-Sobre los efectos del amor en ambos sexos:

 
La mujer no sabe resistir las llamas ni las flechas crueles de Cupido; flechas que, a mi juicio, hieren menos hondas en el corazón del hombre. Éste engaña muchas veces; las tiernas muchachas, si las estudias, verás que son pérfidas muy pocas.

 

 
-Sobre el paso del tiempo y el disfrute del presente:

 
Tened presente que la vejez se aproxima ligera, y no perderéis un instante de la vida. Ya que se os consiente por frisar en los años primaverales, no malgastéis el tiempo, pues los días pasan como las ondas de un río, y ni la onda que pasa vuelve hacia su fuente, ni la hora perdida puede tampoco ser recuperada. Aprovechaos de la juvenil edad que se desliza silenciosa, porque la siguiente será menos feliz que la primera. Yo he visto florecer las violetas en medio del matorral, y recogí las flores de mi corona entre los abrojos de la maleza. Pronto llegará el día en que ya vieja, tú, que hoy rechazas al amante, pases muerta de frío las noches solitarias, y ni los pretendientes rivales quebrantarán tu puerta con sus riñas nocturnas, ni al amanecer hallarás las rosas esparcidas en tu umbral. ¡Desgraciado de mí!, ¡cuán presto las arrugas afean el semblante, y desaparece el color sonrosado que pinta las mejillas! Esas canas que juras tener desde la niñez, se aprestan a blanquear súbitamente toda tu cabeza. La serpiente se rejuvenece cambiando de piel, lo mismo, que el ciervo despojándose de su cornamenta; a nosotros nada nos compensa de las dotes perdidas. Apresúrate a coger la rosa; pues si tú no la coges, caerá torpemente marchita. Añádase a esto que los partos abrevian la juventud, como a fuerza de producir se esterilizan los campos.
 
Imitad, jóvenes mortales, el ejemplo de las diosas,y no neguéis los placeres que solicitan vuestros ardientes adoradores. Si os engañan, ¿qué perdéis?
 
Todos vuestros atractivos quedan incólumes, y en nada desmerecéis aunque os arranquen mil condescendencias.
 
El hierro y el pedernal se desgastan con el uso; aquella parte de vosotras resiste a todo y no tiene que temer ningún daño. ¿Pierde una antorcha su luz por prestarla a otra? ¿Quién os impedirá que toméis agua en la vasta extensión del mar? Sin embargo, afirmas no ser decoroso que la mujer se entregue así al varón y respóndeme, ¿qué pierdes sino el agua que puedes tomar en cualquiera fuente?
 
No pretendo que os prostituyáis, sino libraros de vanos temores; vuestras dádivas no os han de empobrecer.
 
Desgraciada de aquella que tiene embotado el órgano en que deben gozar lo mismo la hembra que el varón, y cuando finjas, procura que tus movimientos y el brillo de tus ojos ayuden al engaño, y lo acrediten de verdadero frenesí, y que la voz y la respiración fatigosa solivianten el apetito.

 

-Sobre la cosmética y el cuidado personal de las mujeres:

 
Mas vosotras no abruméis las orejas con esas perlas de alto precio que el indio tostado recoge en las verdes aguas; no os mováis con dificultad por el peso de los recamados de oro que luzcan vuestros vestidos; el Fausto con que pretendéis subyugarnos, tal vez nos ahuyenta, y nos cautiva el aseo pulcro y el cabello primorosamente peinado, cuya mayor o menor gracia depende de las manos que se ejercitan en tal faena. Hay mil modos de disponerlo; elija cada cual el que le siente mejor, y consulte con el espejo. Un rostro ovalado reclama que caiga dividido sobre la frente: así lo usaba Laodamia; las caras redondas prefieren recogerlo en nudo sobre la cabeza y lucir al descubierto las orejas: los cabellos de la una caigan tendidos por la espalda, como los del canoro Febo en el momento de pulsar la lira; la otra líguelos en trenzas, como Diana cuando persigue en el bosque las fieras espantadas. A ésta cae lindamente un peinado hueco y vaporoso; la otra gusta más llevándolo aplastado sobre las sienes; la una se complace en sujetarlo con la peineta de concha; la otra lo agita como las olas ondulantes; pero ni contarás nunca las bellotas de la espesa encina, ni las abejas del Hibla, ni las fieras que rugen en los Alpes, ni yo me siento capaz de explicar tantas modas diversas, número que aumenta con otras cada día que pasa. A muchas da singular gracia el descuido indolente; crees que se peinó ayer tarde, y sale ahora mismo del tocador.
 
El negro dice bien a las blancas como la nieve, a Briseida sentaba admirablemente, y cuando fue arrebatada vestía de negro. El blanco va mejor a las morenas; Andrómeda lo prefería, y vestida de este color descendió a la isla de Serifo. Casi me disponía a advertiros que neutralizaseis el olor a macho cabrío que despiden los sobacos, y pusierais gran solicitud en limpiaros el vello de las piernas; mas no dirijo mis advertencias a las rudas montañesas del Cáucaso, ni a las que beben las aguas del Caico de Misia. ¿A qué recomendaros que no dejéis ennegrecer el esmalte de los dientes y que por la mañana os lavéis la boca con una agua fresca? Sabéis que el albayalde presta blancura a la piel y que el carmín empleado con arte suple en la tez el color de la sangre. Con el arte completáis las cejas no bien definidas y con los cosméticos veláis las señales que imprime la edad.
 
¿Por qué he de reconocer el afeite que blanquea tu tez? Cierra la puerta de tu dormitorio y no dejes ver tu compostura todavía imperfecta. Conviene a los hombres ignorar muchas cosas: la mayor parte les causaría repulsión si no se substrajeran a su vista. ¿Ves los áureos adornos que resplandecen en la escena de los teatros?; pues son hojas delgadas de metal que recubren la madera, y no se permite a los espectadores acercarse a ellos sin estar acabados. Así, no preparéis vuestros encantos ficticios en presencia de los varones; mas no os prohíbo ofrecer a la peinadora los hermosos cabellos, porque así los veo flotar sobre vuestras espaldas.
 
Milanión cargaba sobre sus hombros las piernas de Atalanta: si las tuyas son tan bellas, lúcelas del mismo modo. La mujer diminuta cabalgue sobre los hombros de su amigo. Andrómaca, que era de larga estatura, nunca se puso sobre los de su esposo Héctor. La que tenga el talle largo, oprima con las rodillas el tálamo y deje caer un poco la cabeza; si sus músculos incitan con la frescura juvenil y sus pechos carecen de máculas, que el amante en pie la vea ligeramente inclinada en el lecho. No te sonroje soltar, como una Bacante de Tesalia, los cabellos y dejarlos flotar sobre los hombros, y si Lucina señaló tu vientre con las arrugas, pelea como el ágil partho, volviendo las espaldas. Venus se huelga de cien maneras distintas;  la más fácil y de menos trabajo es acostarse tendida a medias sobre el costado derecho.
 

-Sobre la actitud de la mujer para mantener viva la llama del amor:

 
Cuando caiga en el lazo el amante novel, será de gran efecto que al principio se imagine único poseedor de tu tálamo, mas luego mortifícale con un rival que le robe parte de su conquista: la pasión languidece si le faltan estos estímulos. El potro generoso vuela por la arena del circo, viendo los otros que se le adelantan o le siguen detrás. Cualquier dosis de celos resucita el fuego extinguido; yo mismo, lo confieso, no sé amar si no me ofenden; pero cuida no se patentice demasiado la causa de su dolor; importa que sospeche más de lo que realmente sepa; exacérbalo con la enfadosa vigilancia de un supuesto guardián o la molesta presencia de un esposo severo; la voluptuosidad que se goza sin riesgo tiene pocos incentivos.

 

-Sobre el comportamiento de las mujeres en los festines:

 
No pruebes nada antes de ir al festín, y en la mesa modera tu apetito, y aun come algo menos de lo que te pida la gana. Si el hijo de Príamo viera a Helena convertida en una glotona, la hubiese aborrecido, diciendo: «¡Qué rapto tan estúpido el mío!» Mejor sienta a una joven el exceso en la bebida; Baco y el hijo de Venus fraternizan amigablemente; pero no bebas más de lo que soporte tu cabeza, y no se enturbien tus razones, ni vacilen tus pies, ni veas dobles los objetos. Repugna la mujer entregada a la embriaguez; en tal situación merece ser la presa del primero que llega; y de sobremesa tampoco se rendirá sin peligro al sueño, que es muy propicio a los ultrajes hechos al pudor.

 

Leer “El arte de amar” es una ventana a esa cultura grecorromana poblada por varias figuras divinas que no dejaban de ser una metáfora del ser humano que las había creado. En los pasajes aquí mencionados no he incluido muchos en los que se hacen referencia a la mitología de aquellos pueblos, que es usada por Ovidio para ejemplificar muchas de las situaciones que se viven entre hombres y mujeres. Una muestra de una civilización que podía convivir con sus deidades sin despreciar los placeres de este mundo, lejos de lo que vendría después, en los años de oscurantismo religioso de la Edad Media, en la que se propugnaba que el hombre estaba en el mundo para sufrir como preparación para la Vida Eterna después de la muerte. De ahí que en los años del Renacimiento, quince siglos más tarde de Ovidio y sus coetáneos, los artistas de la época apostaran por volver a los orígenes grecolatinos, tratando de casar su modo de ver la vida con la religión de un solo Dios. Y leído a día de hoy “El arte de amar” es una obra muy interesante para darse cuenta de lo poco que hemos cambiado y de cómo las mismas pasiones y los mismos remedios que se daban en los años del Imperio Romano son perfectamente aplicables a nosotros mismos. Porque la Historia siempre nos demuestra que hay cosas que nunca cambian.