martes, 24 de febrero de 2015

Grey, Varoufakis y los tipos duros

En estos días ha llegado a los cines la adaptación cinematográfica del primer libro de “50 sombras de Grey”, esa trilogía de volúmenes escritos por Erika L. James y que según admite la propia autora fueron inspirados por la saga “Crepúsculo”, planteando la misma historia de mujer retraída que se enamora de un hombre problemático y quitando el componente sobrenatural y añadiendo las dosis de sexo que la saga vampírica no tenía. Hay quien afirma que se nota el origen, pues tan porquería es una saga como la otra, algo que no he tenido la oportunidad de comprobar, pues lo cierto es que ninguna de ellas me llama la atención lo suficiente como para dedicarles el tiempo oportuno. Lo cierto es las sombras de Grey han dado mucho que hablar por su plasmación del sexo sadomasoquista y por haber sido (dicen) una ventana para aquellas mujeres que han podido ver una parte del mundo sexual que jamás han experimentado en su vida privada. Y los detractores dicen que no deja de ser la historia de siempre de una mujer que se enamora de un hombre apuesto y complicado (el Grey del título), pero lo suficientemente permeable como para hacerle cambiar, con algunas implicaciones sexuales para darle más vidilla a un argumento tan antiguo. Muchos de esos detractores dicen que las mujeres no deberían adorar al señor Grey, porque no deja de tener el perfil del maltratador, al ser un hombre obsesionado con el control de sus parejas y mantiene relaciones en las que él lleva la voz cantante. Pero aún así no deja de tener sus fans en el sector femenino.


También estos días se habla mucho de la situación griega tras la llegada de un gobierno de extrema izquierda al poder que amenaza con poner fin a las exigencias de la Unión Europea sobre sus decisiones económicas. Ese programa les dio la victoria, aunque no pensaron en que está muy bien reclamar justicia y autogobierno pero sin olvidar que eso es como si los trabajadores de una empresa decidieran trabajar y cobrar según les interese, sin tener en cuenta a los jefes. Les guste o no, los griegos, como nuestro país, son empleados de unos jefes que son los que toman las decisiones y ya se está viendo como el idealismo inicial está reculando al darse cuenta de la cruel realidad. En medio de todo ese marasmo político y económico se está hablando de un hombre, el ministro griego de Finanzas, Yannis Varoufakis, que también ha despertado simpatía en buena parte del sector femenino con su aspecto de sicario de película de acción que tantas han encontrado irresistible. Incluso mi propia madre, poco dada a ese tipo de confesiones me ha asegurado que encuentra a Varoufakis “sesi”, porque ella es de las que quita la “X” de la palabra “sexo” y dice “seso”, quizá porque esa “X” le suena demasiado “X”.


Pero Varoufakis no se ha limitado a ser una fantasía de amas de casa y la prensa ha dedicado artículos a su figura, más allá de sus labores políticas, algunos mejores que otros. Lo malo de hacer perfiles de alguien basándose en las sensaciones interiores que produce es que la línea entre lo curioso y lo lamentable es muy fina y del mismo modo que quedamos como unos cutres los hombres que babeamos por escrito ante una mujer, las mujeres nos igualan por lo bajo cuando hacen lo propio ante un hombre. A continuación reproduzco un par de artículos de “El País” sobre la figura del ministro griego, uno más decente firmado por Elvira Lindo y otro que por su carga petarda me puso de mal café a cargo de Luz Sánchez-Mellado.





Los arquetipos siempre se repiten y muchas historias románticas lo hacen con el perfil del príncipe valiente y la princesa asustadiza que necesita la llegada de su héroe, algo que luego mucha gente interioriza en su vida real y pasa de generación en generación. De hecho, ha aparecido un estudio que afirma que la gran mayoría de chicos y chicas de 12 a 24 rechaza todo tipo de actitudes sexistas. Sin embargo, un tercio de los chicos de esa edad creen que está bien que los hombres salgan con con varias mujeres, pero no al revés. Algo que sólo comparten 9 de cada 100 chicas. No denunciar malos tratos por el bien de los hijos, pensar que si una mujer es agredida, algo habrá hecho y que está justificado agredir a una mujer cuando quiere romper la relación, son situaciones que aceptan más chicos que chicas. En España, las víctimas de violencia contra la mujer crecen progresivamente de los 18 a los 29 años y los expertos creen que los estereotipos están muy anclados y aún tardarán en desaparecer.


Cada uno es libre de tener sus fantasías y sus inclinaciones, pero lo cierto es que la idea del hombre de apariencia dura y algo dominante sigue estando presente en la mente de muchas mujeres de hoy día, mujeres que ya han conocido una sociedad menos machista que la de sus madres y abuelas. Puedo entender la capacidad de fascinación de alguien que despierta el sentimiento de audacia, que transmite que controla cualquier situación y que es capaz de tomar la iniciativa, aunque luego no se haga realidad, es una sensación instintiva hacia aquel que parece garantizar mejor la supervivencia de la manada. Yo también he sentido atracción puntual por mujeres de apariencia audaz, de las que no parecen ser princesas en su torre de marfil esperando que el príncipe venga a salvarlas, de las que sientes que lo tienen todo más claro y con las que no te vas a aburrir. No dejan de ser ideales que conectan con algunos de nuestros anhelos y llegado el caso puede que no tengan lo que esperábamos que tuvieran o que nos salgan rana, que caigan en aquello que parecía lejano de su apariencia o lo que es peor, que sean precisamente lo que parecían y finalmente no nos guste. Algo que haría bueno el refrán ese chino que dice “cuidado con lo que deseas”.




Cuando fui al colegio de pequeño pude ser testigo de cómo los que tenían pinta de chuletas eran los que primero suscitaban el interés de las chicas y los gafosos como yo éramos unos enclenques que no debían tocarse ni con un palo, la inteligencia estaba fuera de la cuestión. Así, podías ver a la empollona de la clase saliendo con el más tonto y al más intelectual siendo rechazado con saña por incluso aquellas que no estaban precisamente para permitirse rechazar a nadie. Porque el chuleta molaba aunque tuviera la cabeza llena de serrín y el gafitas era el tonto del que huir aunque tuviera más cosas que decir, así de simple. Los chicos buenos nunca ganaban, como cantaba Blondie.




Con la edad se quitan muchas tonterías de la cabeza, pero aún así los Grey y Varoufakis de hoy no dejan de ser en cierto modo los malotes de la escuela de ayer, los que parecen brindar protección a diferencia de los de aspecto enclenque. Aunque yo creo que, en el fondo, todos buscamos protección cuando nos atrae alguien, ya sea protección física o emocional.  Yo soy bastante independiente y no busco a una madre que me diga todo lo que debo hacer, pero sé que a mí me atrae alguien que me pueda dar una sensación de protección afectiva, alguien que me haga sentir que no me va a jugar una mala pasada, que no haga la avestruz y que esté cuando la necesite y que me quite las tonterías que me surgen a veces en mi cabeza. El modelo audaz me puede tirar, pero si va a ser alguien por quien te desvivas y que a cambio te depare el mismo aprecio que a otros 30 ó 40, pues a mí no me merece la pena ni voy a tratar de cambiar lo que no puede ser, en eso he aprendido con los años, como es de desear que lo hagan aquellas que consideran que el señor Grey es lo más y desdeñan al resto por parecerles mundanos y corrientes. Porque a veces las mejores fragancias se guardan en frascos pequeños.

martes, 17 de febrero de 2015

"Laggies" y el tránsito a la madurez

Aunque alguno pueda creer que aquí se estrenan todas las películas que se hacen por el mundo, lo cierto es que hay un montón de filmes cada año que nunca tocan suelo español, ni siquiera en formato doméstico. Y si se cree que es algo que nunca sucede con el cine estadounidense también está en un error, porque son muchas las cintas producidas allí que nunca nos llegan, a pesar de que tengan la presencia de actores conocidos. Por ello, curiosamente, la manera de enterarse de su existencia es a través de “otros canales”, pues dichas películas nunca vistas en cines están en la red de redes listas para ser vistas en versión original con subtítulos en español por aquel que las haya buscado con ahínco o se las haya encontrado por casualidad. Y una de esas películas encontradas como mensaje en una botella que nos trae el mar es la que me ha inspirado la entrada de hoy. Hablo de “Laggies”.


“Laggies” es una interesante comedia dramática que habla sobre el paso de la juventud a la edad adulta y de la incapacidad de muchos para dar un paso para el que mentalmente no están preparados. El personaje de Keira Knightley es una chica de veintitantos años que ve como a su alrededor sus amigas se van emparejando, creando familias y vistiéndose como sus propias madres  todo el mundo parece empujarle a hacer lo mismo cuando ella no lo tiene muy claro, pues en espíritu sigue teniendo inquietudes adolescentes. A ella le gusta vestir con ropa informal, hacer bromas y reflexiones políticamente incorrectas y trabajar en empleos temporales de baja estofa, sin preocuparse por parecer una mujer “mayor y respetable” que tenga que encauzar sus energías a algo más serio. Por ello acaba acercándose a un grupo de estudiantes de instituto, que andan más cercanos a sus intereses vitales y que le darán un nuevo punto de vista sobre su vida.


Los habituales del blog ya sabrán de mi querencia por Keira Knightley. Por su belleza, elegancia, simpatía y talento como actriz, así que mal lo tenía que hacer para no gustarme su personaje en “Laggies”. Pero el caso es que su personaje en la película me ha hecho pensar y sentirme identificado en algunas de sus propuestas, porque lo cierto es que en los últimos años he experimentado sensaciones similares en mi propia vida.


Porque cuando cumplimos cierta edad parece que tenemos que cubrir ese cupo de “responsabilidad” y haber conformado un espacio propio, con un trabajo decente, una pareja estable y planes de boda y reproducción, en una suerte de ideal pequeño-burgués destinado a aquellos que quieren ser parte activa y positiva de la sociedad. Como un ritual que debes pasar si no quieres ser uno de esos bichos raros que hacen las cosas tarde, mal o nunca y que tanto rechazo crean por esa actitud caótica e inestable. La presión es mayor si eres mujer y todos te dicen que si pasas de los 40 sin tener hijos es casi seguro que ya no los vayas a tener y que si no te emparejas, a ciertas edades los hombres dejan de mirarte y centran su atención en las más jóvenes. Unas cuestiones que tienen su razón de ser en motivos biológicos y a las que no les falta verdad, pero que no por ello dejan de ser injustas con el ciclo del ser humano en el mundo, tantas veces contrario a los caminos trillados. Muchos son los casos de gente que pensaba que tenía ya hecha su vida y las circunstancias (despidos, divorcios, accidentes inesperados) les llevaban a volver al punto de partida y a tener que construirlo todo de nuevo, como Sísifo debía arrastrar la piedra hasta la cumbre de la montaña de nuevo cada día. Uno de esos mitos de la antigüedad que ya nos ilustraban sobre lo monótona e impredecible que puede ser la existencia.


El caso es que no siento que tenga la edad que dice mi carnet de identidad, o al menos no la siento como otros, con la necesidad de seguir el camino del ideal pequeño-burgués. Me sigue pareciendo lejano el día en el que yo vaya a seguir esas directrices, como muchos se sentían hacia ellas en los años universitarios. Y pienso en cuando muchas mujeres hoy madres de familia tenían rollos de una noche, experiencias lésbicas, borracheras aparatosas, iban algún día a clase haciendo gala de no llevar ropa interior, fumaban marihuana y se echaban a los ojos libros y películas que les explicaran qué era ese mundo que surgía a su alrededor, atrapándolo todo con un hambre y una curiosidad tan vital como contagiosa. Hoy, cuando voy en el transporte público, me encuentro y oigo a esos grupos de chavales que piensan en cómo liarse con ésta o contando sus experiencias con aquella y haciéndose el listo cuando ven objetivos en lontananza, aparentando saberlo todo sin saber nada. También veo  grupos de chicas que me recuerdan a esas compañeras que tuve en la Universidad y que repiten muchas de las inquietudes que vi en su momento, que se abrazan entre ellas durante largo rato cuando necesitan cariño, como si aún fueran esas niñas curiosas y algo temerosas que ya por edad no deben ser. Un hábito que perderán (o aparentarán que pierden) con los años, pues si con 20 años es adorable abrazarse a tu amiga, a los 30 años es síntoma de inmadurez y motivo de incomodidad ajena, porque ya no proceden esas expansiones de afecto. 


Todos seguimos siendo la misma persona, pero nos toca adaptarnos a ciertos usos sociales y algunos lo llevan tan a rajatabla que parecen casi renegar de lo que hacían a los 20 años. Así, no es difícil ver que esa persona tan cinéfila antaño ahora se limita a ver comedias románticas y reality shows con la novia o que aquella que leía todas las novelas y ensayos que le ponían delante ya solo hojea las redes sociales y que esa otra de allí que no paraba de hablar del sentido de la vida y el mundo ahora ya solo tiene interés en salir a correr un rato después de trabajar, antes de perder el conocimiento en el sofá. 

Yo he cambiado en algunas cosas con respecto a mis 20 años, pues sobre todo he aprendido a relativizar y a comprender que todo lo que somos y nos rodea es mucho más complejo y contradictorio de lo que creíamos. Cuanto más joven eres más radical es tu línea de pensamiento, sea la que sea, pues hablas sentenciando sobre todo y creyendo que tienes las respuestas a las preocupaciones del mundo. Por eso si fuera más joven podría decir que la gente de mi generación está adormilada por las reglas del juego burgués que rigen el primer mundo y se plega a ellas con satisfacción mientras que yo represento una idea contestataria que debe imponerse. Y eso lo he pensado durante mucho tiempo, pero ahora he comprobado que cada uno organiza como puede dentro de lo que quiere y que otros que despreciaban el sistema burgués ahora son parte de lo que aborrecían, por el cambio en sus ideas que les dio conocer a alguien que les dio la vuelta o por la resignación del que se da cuenta de que luchar contra el sistema es duro y está mal pagado. Mientras tanto, otros lo observamos desde la distancia, sin sentirnos parte de ello a pesar de serlo en ciertos aspectos. Por mantener ese paralelismo laboral, digamos que yo soy un orgulloso autónomo dentro de ese sistema y que estoy a la espera de que venga alguien y me convenza de las ventajas de un contrato fijo y una integración plena.

Y cuando observo a estas personas a las que saco 10 ó 12 años no dejo de pensar en que ellos también cambiarán, que el que viste chándal y lleva rastas en unos años puede que lleve traje y vaya engominado o que aquella que va haciendo el tonto con sus amigas  y comentando cosas subidas de tono se convierta en una estirada que condena cualquier atisbo de espontaneidad y el lenguaje de algunos programas de televisión. Y la siguiente generación recogerá su testigo y serán ellos los que se pregunten cómo han cambiado tanto, del mismo modo que me lo pregunto yo y tanta gente antes de mí. Y sabremos que nos hemos hecho mayores cuando digamos: “en mis tiempos éramos de otra manera, la juventud de ahora no sabe lo que hace”.


sábado, 7 de febrero de 2015

La televisión, su público y el espectáculo

Aún recuerdo la primera vez que visité un plató de televisión, hecho que tuvo lugar durante mis estudios universitarios, como tantas otras cosas que descubrí e hice por primera vez en aquellos venturosos años. Fue hacia mediados del primer curso de la carrera cuando un profesor propuso que los alumnos que quisieran fueran un día con él a la emisión del programa “Esta es mi gente”, que entonces se emitía en varias cadenas autonómicas con diferentes presentadores. Yo estaba en el País Vasco y me fui a la versión de la ETB, entonces presentado por Patricia Gaztañaga, antes de que diera el salto a la televisión nacional con “El diario de Patricia”, un formato que compartía varias características con “Esta es mi gente” a la hora de sacar a personajes de lo más variopinto.





Yo me apunté a aquella excursión y disfruté con todo lo que pasó, desde la llegada a los estudios, cercanos a la majestuosa San Sebastián, el refrigerio con el que nos obsequiaron y la emoción de cuando fuimos llamados a plató y vi de primera mano lo que era una de esas instalaciones que siempre se veían desde casa y que en la realidad eran más pequeñas de lo que se apreciaban por televisión, sin la ayuda épica de los ángulos de cámara. A los compañeros que consideraron más apañados físicamente los colocaron en los sitios que iban a estar enfocando cada vez que enfocaran a la presentadora y el resto nos repartimos el resto de sitios del graderío. Yo me ubiqué en la última fila, arriba del todo, para apreciar mejor todo aquello y disfruté bastante viendo las evoluciones del programa y soltando maldades con los compañeros que estaban al lado. Ese día tocaba el día en el que los participantes iban al plató a buscar pareja, que siempre fue el día más popular de “Esta es mi gente” en todas sus versiones.



Ahí descubrí también la figura del regidor, ese personaje que rara vez aparece en pantalla y que está en plató controlando las reacciones del público para que aquello no se vaya de las manos. Es el que se encarga de señalar cuando se debe aplaudir, cuando se debe guardar silencio o cuando se puede armar alboroto y cuenta con la complicidad de la educación del respetable, aunque con la ocasional incursión de gente más revoltosa que busca tocar las narices y se expresa cuando no debe. A mí eso de dirigir al público no me pareció mal entonces y tampoco ahora, que ya he descubierto por experiencias propias que lo que sale en televisión es un show (casi) siempre controlado (incluso en sus polémicas) hasta el mínimo detalle.




Y es que la televisión siempre ha usado al público para dar más calor humano a sus productos, para dar la sensación al espectador que ve el programa desde el otro lado de la pantalla que aquello le debe interesar tanto como al que está allí presente, quizá envidiando no poder estar él para que le vean los suyos salir en la tele, que ha sido el impulso de tanta gente a la hora de ir de público. El tema se ha ido especializando con el tiempo y se han creado perfiles de público según el programa, por lo que en programas para jóvenes se busca mucha presencia de público joven y en programas familiares gente de todo tipo y condición, mientras la gente de cierta edad suele ser descartada porque su imagen vende poco y son enviados a programas que se sepan que están viendo otros abuelos, tipo espacios de salud o cotilleo. Durante años, antes de que se haya convertido en un recurso que se ha quedado antiguo, las señoras mayores fueron un bastión en los espacios humorísticos, donde sus risas escandalosas eran muy apreciadas para crear un ambiente de comedia y contagiar al resto, aunque los chistes fueran horrorosos.



Aunque sigue habiendo programas donde la gente puede acudir con cierta libertad, hay un gran número de agencias que gestionan el tema del público y lo concuerdan con las productoras de los programas, en función de las necesidades. Si la productora pide gente joven, las agencias se la proporcionan y si pide gente de todo tipo, la agencia les da los perfiles con gente que ha ido a apuntarse a esas agencias y que se lleva una pequeña retribución por ser público del programa. Y entre este público más especializado ha surgido la figura del público que ansía que le llamen para sacarse unos dineros. A esa situación se refiere este artículo que leí el otro día en “El País”.

El texto es interesante, pero tiene cierto tufillo a artículo de tesis, de esos en los que el redactor tiene claro desde el principio lo que quiere conseguir, a costa de dejarse detalles que podrían enriquecer el texto pero que también le podrían hacer perder dureza a la bofetada emocional que pretende transmitir, algo en lo que muchas veces se cae cuando se habla de gente con problemas y se cae en el trazo grueso. Porque el artículo tiene buena capacidad de reflejar la situación de esa gente necesitada de dinero, pero se equivoca al echar la culpa a quienes les usan como público por tan poca recompensa, porque es como pretender que uno pueda ganarse la vida ganando premios en todos los concursos y echar la culpa a la televisión por no permitírselo. Nadie les obliga a ir a los programas y aunque pueda ser poco lo que se llevan por el tiempo que invierten allí tampoco estar en un plató es como estar doblándose el espinazo haciendo trabajos manuales por cuatro perras, que es como están otros. Si se quiere hablar de las otras caras de la crisis me parece bien analizar este fenómeno del público necesitado, pero se dejan fuera matices no menos interesantes sobre la construcción de los contenidos que vemos en la pequeña pantalla y de cómo las cosas y las personas se amoldan al show. Y es curioso que precisamente cae en los defectos que tantas veces se han reprochado a algunos programas televisivos que han usado la miseria ajena para hacer espectáculo con ella y que siempre me recuerda a “Plácido”, la genial película de Berlanga sobre los subterfugios para calmar la conciencia ante las miserias ajenas a costa de espectacularizarlas.


Lo que queda claro es que en televisión el show siempre debe continuar y el público acudirá, cobrando o por amor al arte. Porque ya lo cantaban los A-ha, el Sol siempre brilla en la televisión.