jueves, 29 de enero de 2015

La crueldad de los otros

En los últimos días he tenido la oportunidad de leer algunos artículos que me han hecho pensar en algo tan antiguo como es la crueldad humana, la crueldad que siempre ha existido entre unos y otros y en la que todos hemos caído en alguna ocasión, ya sea de forma más inocente o de forma más intencionada. El primero de estos artículos es una opinión firmada por el escritor Arturo Pérez-Reverte sobre el caso de una joven que se suicidó tras el acoso al que fue sometida por algunas compañeras de clase.


Lástima que el escritor recurra al tono cuartelario, del maniqueísmo de matar o morir, con apelaciones emocionales baratas para el aplauso populista a la hora de narrar esta situación. Un tono que me hizo admirarle en mi adolescencia, cuando buscas algo que te encienda con facilidad y que me fue distanciando con el paso de los años, cuando fui en busca de otras prosas con más matices y profundidades. Vayamos ahora a por el segundo artículo, esta vez una información sobre una periodista que se encontró un curioso aviso en su despacho.
http://www.elmundo.es/television/2015/01/26/54c661e7268e3e08578b4586.html
 
Y para terminar esta introducción veamos un tercer escrito sobre la actual vida de una de las hijas de José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del Gobierno español.


Lo llamativo aquí no está en lo que se cuenta, sino en los comentarios a la noticia, cargados en su mayoría de inquina hacia una chica que hace unos años ya dio que hablar junto a su hermana cuando aparecieron vestidas de negro en una recepción con el presidente estadounidense, Barack Obama.



Aquel posado ya fue objeto de bromas de todo tipo, de esas que vistas hoy suenan a rancio, como todo el humor sustentado en circunstancias pasajeras, que es de consumo inmediato y envejece a marchas forzadas (me gustaría saber cómo sonarán dentro de unos años las humoradas que se hacen de la política y la sociedad de nuestros días, si quedarán tan trasnochadas como las que yo oía de pequeño sobre gente como Solchaga, Corcuera, Barrionuevo, Narcís Serra o Roldán, que hoy mucha población desconoce). El caso es que me ha dado por preguntarme si esa gente que lea el artículo de Pérez-Reverte y se sienta conmocionada por el caso de esa chica que se suicidó por no soportar el acoso de sus compañeras se leyera a sí misma haciendo mofa, befa y escarnio de la hija de Zapatero, cayendo en lo mismo que le conmociona. Ya se sabe que según como se mire, todo depende.
Creo que todos nos hemos visto a ambos lados de la barrera en casos como los tres mencionados. A todos nos ha sucedido que se burlaran de nosotros en el colegio en algún momento, todos hemos pasado por  caer en un entorno laboral en el que hubiera gente que nos quisiera hacer la puñeta y todos hemos sido objeto de críticas de otra gente que no nos conoce. Y del mismo modo, todos hemos caído en ser instigadores alguna vez de esas mismas circunstancias, cuando nos hemos reído de otros o hemos sido cómplices de las críticas que apuntaban sobre alguien. Yo recuerdo como el colegio tuve que aguantar alguna vez las risas de compañeros y compañeras que encontraron gracioso mi aspecto de gafotas enclenque y también me divertí cuando a otro compañero le caía alguna colleja porque sí de parte de los malotes o a alguna chica le llamaban cerda por su aspecto grueso y la forma de su nariz. He vivido en primera persona el ambiente de las redacciones periodísticas, donde cada uno es cada uno y hay gente maravillosa y grandes hijos de perra que de cara a los demás se las dan de buenos y en cuanto el público deja de mirar desprecian hasta su madre. Y también he sido prejuicioso y he puesto de vuelta y media a gente a la que apenas conocía y me lo han hecho a mí, experimentando la rabia y la impotencia del que te condena sin saber de ti, pensando en todo lo que podrías haber ofrecido a aquel que te ha minimizado de salida.

No recuerdo a quién le oí decir una vez que todos somos siempre los que fuimos en el patio del colegio, que es una frase que no olvido por la verdad que contiene. Durante los años he notado que para mucha gente, hombres y mujeres, he sido un gafotas enclenque y freak del que burlarse sin motivo, pues mientras trataba de ser simpático me han ignorado de forma muy poco elegante y maleducada y en algunas ocasiones he sido testigo indiscreto de lo poco que se me apreciaba, algo que no le recomiendo a nadie por lo desagradable que es, que te hace sentir cómo se te escapa la vida. Pero tampoco voy a negar que yo también he participado de las burlas hacia otros, de aquellos que por el motivo que fuera no eran aceptados en la manada y se convertían en los bufones involuntarios. He intentado acercarme a mujeres que me han ignorado y despreciado mis muestras de afecto, haciéndome la tan odiada táctica del avestruz, de esconder la cabeza hasta que todo pase, sin contestar ni hacer caso a mis manifestaciones de afecto esperando que me aburra y lo deje por cansancio. Y también he sido frío e indolente con otras mujeres que me han querido mejor que las que me han hecho la avestruz (a aquel que me pueda leer le recomiendo que no lo haga, que pocas cosas hay más humillantes para el que lo padece, porque si alguien no nos agrada es mejor cortar por lo sano antes que alargar la agonía) que hablar a alguien que no y a las que sin embargo, tonto de mí, no he dado el valor que se merecían. Y así tantos y tantos casos de burlas dadas y recibidas que, en las variantes que hemos experimentado, forman parte de la memoria emocional de cada uno.
 
No dejan de ser experiencias que nos forjan el carácter, del mismo modo que el patio del colegio nos va formando para lo que veremos luego en la vida adulta. Cuando el carácter se está confeccionando y aún no tenemos la perspectiva necesaria de las cosas se dan casos como el de la chica que no aguantó más y se suicidó ante lo que para los adultos no dejan de ser estupideces adolescentes que en ese momento, para la gente de esa edad, son lo más importante del mundo. De nosotros depende dar la importancia debida a las crueldades de los otros y pensar que en el fondo ellos pueden tener también tener otros problemas aún peores, como los casos de los niños abusones que tienen padres que a su vez abusan de ellos. Yo soy bastante autocrítico conmigo mismo y me digo cosas mucho peores que las que me pueda decir cualquiera, pero me duele que otros no aprecien lo que puedo dar de sí o que siembren en las mentes de otros una imagen deformada e injusta de mí. Porque una cosa es que me ponga a parir yo mismo y otra que lo hagan otros, poniéndome a mal con terceros para quedar ellos por encima, cuando en la realidad son ellos los que deberían estar por debajo. Esos que nos quieren rebajar para parecer mejores son siempre los más peligrosos, porque su envidia ruin nos puede buscar la ruina, como se la buscó Fernando Mondego a Edmundo Dantés en “El Conde de Montecristo” (un libro que recomiendo encarecidamente a todos los que no lo hayan leído, por cómo analiza la condición humana sin perder el sentido del espectáculo).
 
No quiero terminar sin poner otro ejemplo de esta crueldad, tantas veces inevitable. En este caso, es una llamada de una oyente que contactó con el programa “La parroquia”, que emite Onda Cero en las madrugadas de entre semana. En mi experiencia como trabajador nocturno he conocido que de noche la gente que no está inmersa en algún trabajo es la que anda regular de lo suyo, con algún tipo de tara mental o emocional y mucha de esa gente llama a la radio buscando alguna compañía o consuelo. En el programa que les comento llamó una mujer a la que enseguida se le nota que no anda muy bien de la cabeza y que acaba contando peripecias tan bizarras como descacharrantes. Peripecias de las que los presentadores se ríen de lo lindo y también los que estamos escuchando, sorprendidos de que pueda haber gente así. Posiblemente la que llamó no fuera consciente de la burla que estaba provocando con sus historias y hasta se quedara contenta de que otros se rieran tanto “con” ella, sin saber que era “de” ella. Pequeñas crueldades del día a día que, irónicamente, hacen a todos los implicados más felices. Porque también es necesaria la comedia y que sepamos reírnos un poco de nosotros mismos y nuestras pequeñeces, que la falta de humor siempre acaba desembocando en integrismos poco deseables

viernes, 23 de enero de 2015

Sobre pelos y pelucas

Cuando salimos a la calle y vemos diversos estilos capilares podemos llegar a pensar que son modas moderna surgidas de la nada, pero lo cierto es que todos los peinados que se nos ocurran ya han existido previamente. En algunos pueden haber modificaciones o estilos agrupados en uno solo, pero por original que quiera ser uno, tiempo atrás pisaron las calles personas que llevaron sus mismos pelos. Lo que nos queda de todo ello es llegar a hacer mofa y befa de unos modismos que, como tales, pasarán de moda y provocarán la clásica reacción de arrepentimiento, como ahora vemos los cardados ochenteros que hacían parecer señoras mayores afeadas a las mujeres más jóvenes y bellas. Y algún día, aquellos hombres que ahora van con las sienes afeitadas y el tupé de Elvis Presley y aquellas chicas que se afeitan una parte de la cabeza se mirarán y dirán, seguramente con sonrojo: "pero cómo nos hacíamos esto".




Y si hablamos de estilos no podemos tampoco olvidar a los que carecen de pelo. Irónicamente, el exceso de testosterona en los hombres suele ser su perdición capilar, pues esa testosterona a borbotones facilita que tengan mucho vello por todo el cuerpo y que se caiga más fácilmente el de la cabeza. Por ello tratan de disimularlo afeitándose los laterales de la cabeza y dejando crecer la pilosidad en la parte de abajo de la testa, en forma de barbas más o menos profusas, para no parecer unos viejos prematuros, al estilo del antiguo político socialista, Pérez Rubalcaba, que siempre ha parecido mucho mayor con su calvicie, aunque eso le ha dado la suerte de envejecer de forma más suave, solo evidenciada por el aumento de las canas.



 
La ciencia ha avanzado mucho y los que pueden permitírselo se pagan costosos tratamientos para injertarse en la cabeza pelo de la nuca y así poder lucir la frondosa melena que la naturaleza les había arrebatado, porque la importancia del pelo es notoria, guste o no. Está demostrado que alguien con pelo lo tiene más fácil para entrar con buen pie en ámbitos laborales, relacionales o amorosos que alguien calvo, por entrar mejor al ojo ajeno, como un rasgo de belleza. Luego los calvos pueden demostrar que son mejores, pero tienen que superar ese bache inicial, que en determinados momentos puede ser fatal, pues muchos no conceden más tiempo a otros que el que su aspecto les transmite.





Históricamente, al pelo siempre se le ha dado importancia y lo capilar ha determinado de forma casi increíble la vida de montones de personas, por ser el pelo (revelando esa naturaleza animal que siempre ha existido en el ser humano) una expresión de poder e incluso de clase social. Y en este sentido, las pelucas y bisoñés han jugado un papel muy relevante. Para explicarlo mejor, les adjunto a continuación un interesante artículo de la revista "XL Semanal" sobre el tema.


"El cabello protege del sol y atrae parejas potenciales. Son sus funciones naturales. Para llevar a cabo la segunda, seducir, los humanos recurren a sofisticadas técnicas que afectan a pestañas, cejas, barbas bigotes, patillas... Todo para llamar la atención.

La ingeniería del coqueteo parece infinita. Una de sus herramientas es la peluca, eficaz instrumento de belleza, camuflaje, exhibicionismo, transformismo e incluso pacificación. Ese fue su cometido en el siglo XVII en Inglaterra. 

Se acababa de sufrir una guerra civil, los ciudadanos estaban divididos entre los parlamentarios (partidarios de la república de Cromwell) y los realistas (que reclamaban la restauración monárquica). Cuando Carlos II regresó de su exilio en Francia, trajo consigo la peluca. Y cuando los ingleses se la colocaron, dejó de evidenciarse de qué lado habían estado en la guerra: los parlamentarios llevaban el pelo corto, los realistas lucían melenas. La peluca acabó con las incómodas distinciones. Y a los jueces les insufló jerarquía y poder: «Esa vestimenta estrafalaria los aleja del orbe común y los vuelve irreconocibles», explica Luigi Amara, autor de Historia descabellada de la peluca (editorial Anagrama). 

Con sus aborregadas pelucas blancas, los magistrados se mostraban como seres distantes, superiores, dueños de autoridad sobre los reos. Los jueces británicos las siguen utilizando, aunque ya no lo hacen en los juicios civiles: en una decisión difícil, fueron abolidas en 2007. La típica peluca judicial es del modelo Sartine, que debe su nombre a un personaje de lo más curioso: Antoine de Sartine. Fue uno de los hombres más poderosos de la Francia del siglo XVIII: teniente general de la Policía de París, el primer perseguidor del marqués de Sade y un loco de los postizos capilares. Tenía 80, uno para cada ocasión. Para los interrogatorios utilizaba una peluca a la que llamaba 'la inexorable'. 

Justo antes de la Revolución francesa, los postizos capilares vivieron su momento pletórico. Antes de que rodaran sus cabezas, las damas de la corte competían en lo que se ha llamado peinados d'apparat, con complejas estructuras de varillas, cintas, crin de caballo, lana, telas, joyas, talco, plumas, fruta, puercoespines... Llegaron a ser tan exageradas que Montesquieu dijo con sorna que el rostro femenino debía quedar situado justo en el centro de la larga figura femenina, con igual proporción para el cuerpo de la dama y el de su estrambótico penacho.



Edificios en la cabeza

Llevar semejantes edificios en la cabeza era un problema para pasar por las puertas, pero monsieur Baulard inventó un resorte que se accionaba para sortear umbrales. En la Ópera hubo sublevación de espectadores: imposible atisbar nada con un rascacielos peludo en el asiento delantero. Así que hubo que redactar cierto reglamento que relegaba a las mujeres-torre a las filas traseras. Por supuesto, lo incumplieron.

La opulencia apoteósica se empleaba también para empolvar los postizos. Los despreocupados aristócratas desperdiciaban miles de kilos de harina de trigo y de arroz en blanquearse la testa, ajenos a la miseria del pueblo. Luis XIV, el excesivo rey Sol, fue quien impuso las pelucas en Francia. Le entusiasmaban de una manera obsesiva: solo le podía ver sin postizo su peluquero, monsieur Binet. Los problemas de intendencia de este pudor craneal se solventaron instalando un complicado sistema de cortinas que lo protegía de la indiscreción de sus pajes. 

La época barroca se rindió al dios de la apariencia... y costó acabar con esta devoción. Incluso con la guillotina en pleno rendimiento seguían funcionando talleres clandestinos en los que se confeccionaban pelucas rellenas de lana, crin de caballo o pelo de decapitados.

Varios monarcas han sido aficionados a los postizos. Margarita de Valois utilizaba mechones rubios cortados a sus pajes, elegidos para tal fin. Isabel I de Inglaterra, que los utilizaba para ocultar su calvicie, tenía centenares; todos eran rojizos. De María Estuardo su prima y enemiga se extendió la leyenda de que, cuando la decapitaron (por orden de Isabel), se desprendieron las trenzas castañas y se dejó ver su auténtico pelo, de un tétrico gris.

La moda 'revolucionada'

En 1789, el año de la Revolución, el gremio de maestros peluqueros llegó a 20.000 miembros solo en Francia. La Convención de 1792 abolió la peluca y se vieron obligados a reconvertirse en barberos. La moda cambió y afectó a todos. Joseph Haydn fue de los últimos compositores en utilizarla: estaba obligado por su contrato con el príncipe Esterházy. 

La apariencia consensuada confiere seguridad, de ahí que se sigan las modas. Los que las rompen buscan atención, como Andy Warhol, Elton John o Lady Gaga, usuarios de pelucas llamativas. O quieren ocultar la calvicie, como Andre Agassi. No hacen nada nuevo. El pelo, la coquetería y la seducción, e incluso el miedo, son antiguos conocidos: horripilare en latín designa la respuesta de la piel ante el sufrimiento y el miedo. El músculo que eriza el cabello se llama 'horripilador', y la palabra 'horripilante' redunda en la idea del origen piloso del fenómeno.

El pelo está ligado al poder también. De ahí los penachos de los jefes indios o de los cascos de los generales antiguos. La palabra 'sarcasmo' proviene del griego sarx ('carne' o 'cuerpo') y se refiere a «la costumbre guerrera de arrancar la piel o el cuero cabelludo del enemigo para cubrirse con sus despojos y alardear de la victoria», cuenta Luigi Amara. Lo que demuestra que, por mucha filigrana estética que practiquemos, los humanos podemos ser aún más salvajes que los animales. 

Espionaje

El peluquero de María Antonieta, Jean François Autier, Leonard, creó auténticas esculturas en las que cabían desde flores hasta miniaturas de nidos con polluelo, fragatas, e ¡incluso fuentes! Se dice que la reina traficó con notas secretas bajo el armazón de su peinado. 


 
Desentonar

Andy Warhol comenzó a utilizar su penacho metalizado en los cincuenta y llegó a tener más de 30 modelos. Buscaba desentonar: disfrazarse sería para él aparecer sin peluca. En 2006, un comprador anónimo pagó 10.800 dólares en una subasta en Christie's por uno de sus postizos.

Alopecia

Andre Agassi consiguió derrotar a leyendas bien peinadas como Jimmy Connors, pero le costó asumir su calvicie y la ocultó con una peluca. En 1990 perdió la final de Roland Garros ante el ecuatoriano Andrés Gómez: le perjudicó su postizo, que se estaba soltando.



De la depravada mesalina... 

Las prostitutas en la Roma antigua llevaban el pelo rubio: teñido o en peluca. Por eso, la lujuriosa Mesalina tenía 400 postizos. Los utilizaba para ejercer en un burdel con el alias de Licisca ('lobezna' en griego). Otra emperatriz, Faustina la Mayor, tuvo más de 700 pelucas.

... Al maniático Kant. 

A los filósofos griegos se los imagina sin pelo y con barba. Calvos fueron Diógenes y Sócrates. Pero ha habido pensadores melenudos como Aristóteles, Epicuro, Heráclito, y Parménides. Y aficionados a la peluca, como Locke, Leibniz, Berkeley, Rousseau, Hume o Emmanuel Kant, que «no prescindía de ella en ningún momento», según cuenta Luigi Amara.

Calvos, coquetos y disfrazados

La peluquería de Cleopatra. En el antiguo Egipto, los mechones de pelo natural se fijaban con cera y resina a unas mallas tejidas a su vez con cabello. Luego, los trenzaban, peinaban y ondulaban con ungüentos, aceites (como grasa de león, esperando que tuviera poderes 'melenudos') y hasta tenacillas calientes. 

A Galeno le tomaban el pelo. El célebre médico romano Galeno de Pérgamo tenía la cabeza despoblada: por eso los peluqueros le cobraban la mitad, cosa que le parecía una humillación. «Si el pelo fuera importante, estaría dentro de la cabeza y no afuera», dijo.

¿Pensar deja calvo? «Cabeza pelada, entendimiento poblado», este dicho corrobora que hubo un tiempo en el que se creyó que se perdía el pelo de pensar mucho. Descartes, muy aficionado a los postizos, creía, sin embargo, que eran buenos para la salud. Él, muy coqueto, se los encargaba con canas para disimular.

La careta de Salman Rushdie. Cuando el escritor estuvo amenazado de muerte, sus guardianes británicos le aconsejaron que utilizara peluca para camuflarse: nadie lo reconoció.

De la autoridad judicial... 

Desde 2007, los jueces británicos ya no lucen sus aborregados tocados en los casos civiles: algunos parlamentarios argumentaron que transmitían una idea trasnochada de la justicia. Los magistrados que sentencian sobre casos penales sí las siguen utilizando: alegan que los ayudan a esconder su identidad frente a los acusados.



... A la independencia en los escenarios. 

Anna Mae Bullock se convirtió en Tina Turner al casarse con Ike Turner. Cuando se divorció, en los setenta, emprendió su carrera en solitario armada con su vox, sus despampanantes piernas y unos pelucones de melena cardada que son su sello personal."



http://www.finanzas.com/xl-semanal/conocer/20141228/sorpresas-bajo-postizos-7978.html


jueves, 15 de enero de 2015

Sobre la felicidad

Cuando los padres de la patria estadounidense lograron la independencia de Gran Bretaña, en el último tercio del siglo XVIII, establecieron una Declaración en la que quedaba registrado un derecho bastante curioso, a la felicidad, que junto al de portar armas, instaurado poco después en la Segunda Enmienda de la Constitución del país recién creado, son hechos que siempre provocan la curiosidad del que no es natural de aquellas tierras. Dos derechos que definen muy bien esa mezcla de idealismo y pragmatismo que ha sido seña de identidad del pueblo yanqui. Por un lado, ese país joven defendía la necesidad de que sus ciudadanos fuesen felices, ya sin tener que depender de una rancia monarquía ubicada a miles de kilómetros y teniendo la capacidad de construir su propio destino (el llamado “sueño americano”). Y por otra parte, eran conscientes de ser una nación por construir, con la mayor parte del territorio aún en manos de tribus indias y sumida en luchas cruentas entre razas y también entre individuos de la misma raza que tenían otros intereses, por lo que el uso de las armas quedaba plenamente justificado. Mucho se ha hablado, especialmente cuando algún perturbado se pasa de la raya, de la necesidad de prohibir el uso masivo de las armas, pero en aquellos lares está tan institucionalizado que sería como quitarles el derecho a la felicidad, algo que no debería producirse porque está en el origen de Estados Unidos.
 
 

Estas cosas nos llaman mucho la atención en Europa y en España, donde a pesar de ser también del mismo mundo occidental, la cultura tiene algunas diferencias y peculiaridades que no nos hacen prestarle la misma importancia a determinados temas. Hay temas, como la superación personal para la construcción de una identidad individual y comunitaria, que cuando los vemos plasmados en ciertas películas nos hacen decir “es una americanada”, del mismo modo que “una españolada” es aquella obra protagonizada por gente ruidosa, zafia y pícara que busca su disfrute aún a costa de los demás. Historias de trazo grueso que toman los tópicos por bandera y que sin embargo consiguen plasmar algunos de los aspectos que nos caracterizan como pueblo y como cultura.
 
He leído un interesante estudio sobre los pueblos más felices del planeta, que evidencia que África es el continente donde sus ciudadanos se consideran más felices, a pesar de que tienen todas las circunstancias para estar deprimidos. Un continente afectado en su mayoría por todo tipo de injusticias sociales, hambrunas y enfermedades es el más feliz del planeta y Europa, donde la mayor parte de los ciudadanos tienen un nivel de vida mejor que el africano, es, por el contrario, donde menos felicidad existe. He aquí las conclusiones:


“¿En general, se siente usted muy feliz, feliz, ni feliz ni infeliz, infeliz o muy infeliz con su vida?”. Su respuesta seguramente sea un plato cocinado con muchos ingredientes, pero del que nadie sabe la receta perfecta. Quienes han intentado formular la ecuación se encuentran con resultados como los que ha deparado ese interrogante en una encuesta realizada a finales de 2014 a 64.000 personas en 65 países del mundo. Según el estudio de WinGallup International, una empresa de investigación de mercados, Fiyi y Colombia son las naciones en que más gente se declara feliz, Irak y Grecia son el extremo opuesto; Europa es el continente con más ciudadanos tristes, y España ha mejorado el ánimo respecto al año pasado.

El dinero no hace la felicidad; no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita... El lenguaje está lleno de sentencias sobre los elementos que provocan la satisfacción vital. Pero los caminos son infinitos. En India, por ejemplo, un país sumido en la pobreza, solo el 2% de sus habitantes se siente infeliz. Igual que en Colombia, Fiyi, Filipinas y Argentina. Solo en Finlandia y en Arabia Saudí hay menos insatisfechos con sus vidas. La clasificación de lamentos la encabeza Irak (el 31% de sus ciudadanos son infelices o muy infelices, la misma tasa de los que se sienten felices o muy felices), Líbano (28%), Grecia (24%, por un 25% de felices) y Rumania.

“Hay dos factores importantes alrededor de la felicidad”, explica Vicente Verdú, autor de varios libros sobre sociología. “Uno es la autoestima: estar bien consigo mismo, tener trabajo, la relación con los demás, sentirse valorado. Y la desigualdad. Lo que hace más infelices a las personas es ver a gente alrededor que disfruta de un estatus superior. La desigualdad lleva a la tristeza y a la criminalidad”.

Europa lidera la infelicidad entre los continentes. Entre los 10 países con más gente infeliz, seis son europeos (Italia, Francia, Rumania, Bulgaria, Letonia y Grecia). El continente más feliz es África (el 83% de los africanos le pone una sonrisa a sus vidas), por delante de Asia y de América. Entre las naciones, el 93% de los fiyianos y el 90% de los colombianos compiten por ser los pueblos más alegres. Nigeria (89%), Arabia Saudí (87%) y Filipinas (86%) completan esta ensalada de realidades. México pone el barómetro en un 74% de ciudadanos felices, Estados Unidos en un 61%, y España en un 55%.

“La felicidad no solo se explica desde el punto de vista individual, sino colectivo”, añade Verdú. “En EE UU hay gente que se deprime porque el vecino tiene un coche mejor. Y en India la autoestima es fuerte, no se sienten despreciados. Todo confluye finalmente en la autoestima”.

“Se ve en las calles, hay mucha más alegría”, dijo la vicepresidenta española, Soraya Sáenz de Santamaría. Y sí, hay más españoles alegres que hace un año, un 7% más, pero un 10% menos que en 2011. Solo el 8% de los encuestados dijo estar a disgusto con su vida.

La felicidad brota más en las mujeres españolas (60%) que en los hombres (50%), en el grupo de edad entre los 45 y 54 años que en el resto a partir de los 18, y en los estudiantes y amas de casa que en empleados a tiempo completo o parcial, desempleados y jubilados. Aunque las diferencias convergen en una voz casi unánime cuando el encuestador pregunta por políticos y banqueros. En ambos casos, el 93% de los españoles desconfían de ellos, y solo el 2% les dan un voto de fe. Policías, médicos, periodistas y profesores sí aprueban. Y son mayoría quienes esperan un 2015 de dificultad y no de prosperidad.


España es ahora mismo un país donde una parte importante de la población no tiene trabajo o está temeroso de perderlo, donde aquel con un poco de sesera muestra una comprensible inquietud ante un futuro incierto, en el que no sabemos si la situación se reconducirá para hacernos más parejos con nuestros vecinos del norte europeo o acabaremos más cercanos a nuestros vecinos del sur africano. Y a pesar de todo, ese estudio deduce que más de la mitad de la población española se declara feliz, más feliz que en otros pueblos europeos más asentados económicamente que el nuestro, algo que nos acerca más al optimismo africano que al pesimismo francés (hay quien dirá que no se podía esperar otra cosa de la patria que alumbró el existencialismo). Sea como fuere, me intriga cómo la felicidad puede depender de circunstancias que poco tienen que ver con la realidad económica de un país, algo que evidencia el caso africano. Allí pueden tener muy poco, pero deben disfrutarlo al máximo, quizá precisamente por eso, porque cuanto menos tiene uno que perder menos tiene de qué preocuparse. Hace poco leí otro artículo que venía a decir que muchos casos de contagios de ébola vinieron dados por la costumbre que tienen en algunos de los lugares afectados de besar y abrazar a los cadáveres para darles el último adiós, sin saber que eso los hacía tremendamente vulnerables al virus. Esto entroncaría también con ese viejo adagio que asegura que cuanto menos se sepa más feliz es uno. Personalmente, me he sentido más feliz cuando he podido aislarme de la mayor parte del mundo gracias a la satisfacción provocada en mí por otra persona. Cuando he tenido mi pequeño rincón, bien rodeado por la gente apreciada, que no me hacía necesitar nada ni nadie más. Porque querer abarcar de más siempre es el inicio de la infelicidad, algo que también está presente en mucha de la producción cultural estadounidense, la que habla de la ética del perdedor que ha fracasado en su busca de la felicidad.
 
Y en una entrada dedicada a la felicidad, no quiero dejar pasar la oportunidad de acabar con una de esas canciones que a todos nos suenan y que habla sobre el tema. Curiosamente, Al Bano y Romina Power acabaron sufriendo la desaparición de una hija y una posterior separación, lo que también hace cierto de que no siempre se puede ser feliz. Así que busquémosla, pero no creamos que la felicidad viene para siempre, pues es frágil y esquiva y de su marcha surge la nostalgia, una inquilina menos agradable y mucho más duradera, que nos recuerda que debemos disfrutar esa felicidad antes de que se acabe.

miércoles, 7 de enero de 2015

Machismos y feminismos que dan la campanada

Hemos comenzado un nuevo año pero hay cosas que nunca pasan de moda y uno de los temas de los que más se ha hablado en estos primeros días ha sido de las campanadas de Nochevieja, las que no se oyeron en la televisión autonómica andaluza (que dieron la razón a aquellos que dicen que para ese momento hay que dejarse de experimentos y poner La 1 de TVE) y las que retransmitió La Sexta, que superó en audiencia a su casa madre, Antena 3, pese a quedar a distancia sideral de La 1, que siempre triunfa en Navidad con el mensaje de la Casa Real y la retransmisión de las 12 uvas. Y uno de los motivos por los que La Sexta superó a la hermana mayor fue el vestido con transparencias que lució su presentadora, Cristina Pedroche, que debió motivar a más de uno que haciendo zapping se encontró con aquello y ya no quiso cambiar, por si la cosa se animaba.

 
 
Fue Dalí el que dijo que lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien, una máxima aplicada por aquellos que quieren dotarse de un aura exhibicionista o provocativa para llamar la atención del resto. Y sin duda que La Sexta y su presentadora consiguieron que se hablara de ellos más de lo que habría tenido lugar si el atuendo hubiera sido más comedido, como le pasó por ejemplo a Dafne Fernández, que hizo las mismas labores en Telecinco y que pasó más desapercibida por llevar un traje más esperable (y más elegante, porque de elegancia va bien dotada la chica).
 
 
El caso es que las reacciones al "Pedrochazo" no se hicieron esperar, desde aquellos que babean cuando ven un centímetro de carne femenina a los/las que criticaron que una mujer deba aparecer medio desnuda en un evento de carácter familiar, con niños pequeños viendo eso y niñas jóvenes que pueden llevarse la lección equivocada de que una mujer es más apreciada cuanta más piel enseña. También ha habido testimonios que dicen que si la presentadora eligió salir así pues bien por ella, que ya es mayorcita para saber lo que se hace y otros que dicen que ese tipo de actitudes cosifican a la mujer. Sea como fuere, la situación volvió a repetirse pocos días después en el programa "Zapeando" (emitido en horario infantil), donde ella colabora y donde hizo gala de estar orgullosa de su atuendo.

 
Esto no es nuevo, ni mucho menos, en nuestra televisión, donde pueden verse a mujeres escotadas enseñando cacha en cualquier programa. Y el revuelo de Fin de Año tampoco es nuevo, pues ya en la Nochevieja de 1987 la cantante italiana Sabrina Salerno enseñó un pecho y parte del otro durante una de esas actuaciones en playback para amenizar la velada. Un acto que tuvo mucha más repercusión que este, pues entonces había solo dos canales donde elegir, La Primera y La Segunda, así que gran parte de los españoles lo estarían viendo.


La actuación había sido grabada previamente, como suele pasar en estos casos, no se crean ustedes que las galas de Nochevieja se hacen en directo, pero aún así no hubo cortes. Pilar Miró, entonces directora de TVE, dio el visto bueno y no le pareció mal que los españoles vieran una teta cuando ya hacía años que la censura había quedado atrás, algo que le costó serias críticas por un tema siempre espinoso. ¿Por qué los niños se tapan los ojos cuando ven un beso o una escena sensual? Porque no lo entienden y les han dicho que eso no es para ellos y por ello prefieren no verlo para no sentirse perturbados. Y perturbado se sintió el país entonces ante algo ante lo que no estaban acostumbrados, después de décadas en las que les habían dicho que eso no era para ellos. Pero más allá de temas de piel incómoda, el vestido de Nochevieja de Pedroche ha suscitado un interesante debate entre si su actitud es defendible o denigrante para la mujer, un aspecto que siempre ha estado presente en las ideas feministas, con dos corrientes que nunca se ponen de acuerdo. Por ejemplo, ¿qué sensación les produce ver a la cantante Rihanna en este vestido hecho con cristales de Swarowski?

 
Hace unos meses ya se habló de esta aparición pública que dejaba poco para la imaginación y sobre el lugar en el que dejaba a Rihanna, para algunos/as divina de la muerte y para otros/as zorruna hasta decir basta. Desde personas que dijeron "olé sus huevos" a la hora de aparecer así, mostrando sus atributos sin miedo hasta los que dijeron que era vulgar y parecía un pedazo de carne expuesto en el mercado. Y muchas de esas opiniones contradictorias provenían de mujeres que se consideran feministas, lo cual nos hace pensar sobre quién puede tener razón. ¿Es más feminista una mujer que se muestra sin miedo a las opiniones de las demás aún a costa de parecer que se vende barato y se convierte en objeto? ¿O lo es aquella que busca destacar por otros atributos que no sean los físicos y denigra a las que lo hacen aún a costa de parecer a veces más dura y machista que los hombres machistas? No es fácil decidir quién tiene razón, porque ambas visiones la tienen en parte, así que podríamos concluir que lo ideal estaría entre medias de ambas opiniones. Pero como lo ideal no es habitual por ser precisamente un ideal, nos quedamos con muchos claroscuros en este asunto.


 
Como admirador de la belleza femenina me gusta que las mujeres se muestren como mejor se vean, pero también entiendo a aquellas que sientan que muchas veces se les usa como protagonistas de entretenimiento de baja estofa a mayor gloria de mirones y salidos. Justamente, horas antes de las campanadas, la propia Pedroche protagonizaba un momento en el citado programa de La Sexta que me parece bastante más casposo que el vestido transparente.


La belleza vende y el sexo aún más, ya sea explícito o sugerido, por lo que imagino que aún nos quedan por ver a muchas mujeres escotadas en espacios de todo tipo, en esa eterna repetición de que la guapa enseña y flirtea con los hombres y la no tan guapa como mucho debe aspirar a ser la graciosa. Eso sí que me parece una idea machista, reducir a la mujer televisada a esos arquetipos sin mostrar la amplia variedad de registros que se pueden dar y educando a la gente, hombres y mujeres, en una idea del espectro femenino digna de otros tiempos. Y del mismo modo que digo eso, también me parece paternalista cuando veo hoy día la introducción de cupos obligatorios de mujeres en cargos y grupos de diversa índole en busca de la igualdad, pues también se está transmitiendo la idea de que ellas no son capaces de llegar solas y hay que facilitarles el camino a las pobrecillas. Por eso a veces queriendo defender una cosa, se cae en la contraria y el ideal ahí sigue, siendo un ideal.