martes, 29 de abril de 2014

La rubia y la castaña. Dos mujeres, dos cuerpos

"- ¿Se busca por internet?
- Alguna vez lo hice y fue terrible. La última vez fue hace dos años.
- ¿Y qué encontró?
- ¡Lo peor! Frases refiriéndose a lo mala actriz que soy, que soy anoréxica y repugnante. Llegas a un punto en que dejas de buscarte, no tengo idea de porqué lo hice y fue un gran error. Intentaré no volver a hacerlo."

"En las escenas de sexo soy bastante inflexible en cuanto a lo que se ve. Nada de la mitad para abajo. No me importa enseñar las tetas porque son tan pequeñas que a la gente no le interesan en lo más mínimo." (La mujer castaña)


"Hay multitud de elementos de la vida pública que me sacan de quicio y que me preocupan bastante, pero al final del día aprendes a lidiar con estos contratiempos y a aceptar que son parte de tu vida. Cuando entras en este negocio, ni siquiera piensas en lo cómoda que te encuentras cuando eres una desconocida para el resto del mundo, pero con el paso de los años acabas extrañando mucho esos tiempos en los que parecía que todo era más sencillo."

"Asumes que para alguna gente el desnudo va a ser una captura de pantalla. Tienes que sopesar el valor de este riesgo que estás tomando."

"Cuando salieron aquellas fotos, por supuesto salía a cenar y pensaba, maldición, toda esa gente me ha visto... Es terrible. No puedes pensar eso. Pero incluso si no lo han hecho, una se siente paranoica." (La mujer rubia)


Hoy les quiero hablar de dos mujeres, una rubia y otra castaña. La rubia nació en noviembre de 1984 en Nueva York, hija de un arquitecto danés y una judía del Bronx productora de cine, mientras que la castaña nació apenas 4 meses después en las afueras de Londres, hija de un actor y una autora de teatro, ambos británicos. Desde muy jovencitas mostraron un vivo interés por la interpretación y la rubia, después de haberse presentado a varios casting para anuncios de televisión, debutó en el teatro a los ocho años. A partir de ahí, consiguió varios papeles cinematográficos a mediados de los años 90. Por su parte, la castaña con tan sólo 3 años les pedía a sus padres que contrataran a algún representante artístico, ya que ella quería triunfar en la televisión. Desde los seis años apareció en el medio televisivo, debutando en la pantalla grande a mediados de los 90. Sería hacia finales de esa década, recién empezada su adolescencia, cuando ambas conseguirían su primer papel de importancia, la rubia a las órdenes de un actor famoso reconvertido en ocasional director y la castaña a las órdenes de uno de los hombres más poderosos de Hollywood. La rubia iba a ser la hija de la protagonista de "El hombre que susurraba a los caballos", dirigida por Robert Redford, mientras que la castaña iba a ser la sirvienta que se hace pasar por reina en "La amenaza fantasma", dirigida por George Lucas.


Recién empezado el siglo XXI llegaba el momento de la explosión internacional de las chicas, que ya demostraban ser chicas guapas y atractivas. La rubia demostró sus aptitudes interpretativas en "Ghost World" y logró una mayor fama con su protagonismo en "Lost in translation". La castaña ofreció sus aptitudes en "The Hole", se hizo muy popular en su país de origen con "Quiero ser como Beckham" y ya en el mundo entero con "Piratas del caribe". La rubia aprovechó la fama para ganarse unos dólares sin mucho esfuerzo en cintas como "La isla" y la castaña hizo lo mismo en "Love actually" y "El rey Arturo" hasta que quisieron ir un poco más de su bella apariencia y de los límites que habían explorado hasta entonces y en 2005 ambas participaron en dos películas que hizo cambiar la opinión de aquellos que solo las veían como un producto del glamour, etéreo y sin sustancia. La rubia iba a participar en "Match Point" y la castaña en una nueva versión de "Orgullo y prejuicio", ambas rodadas en territorio inglés en los mismos meses. Sus destinos parecían destinados a cruzarse y finalmente lo hicieron.



Empezaba el año 2006 y ambas estaban recogiendo los parabienes de sus últimas interpretaciones cuando una revista dedicada al glamour decidió unirlas en la misma imagen, desnudas, con un famoso diseñador de moda como testigo. La rubia iba a aportar su encanto voluptuoso, digno de las mujeres que la escultura y la pintura representaron durante tantos siglos. La castaña iba a ser la esfinge de la foto, el rostro impenetrable y el físico enjuto, dueña y presa de un encanto tan misterioso como atrayente.


Ambas estaban en la cima de su carrera y por eso no tardaron en llegar las envidias y las críticas. La rubia era un poco basta, tanto en su forma de desenvolverse como en su físico, lejos de los cuerpos perfectamente torneados que tanto ofrecen las revistas y el cine de Hollywood, construidos a base de tratamientos fotográficos y dietas y duro ejercicio. La castaña era más delgada, pero eso también iba en su contra, pues su pecho escaso, sus brazos y su torso vaciado de carnes eran vistos como símbolo de enfermedad, de los excesos a los que llevaba la exigencia de un cuerpo ligero. Una se pasaba y la otra se quedaba corta. La rubia era motivo de burla por lucir celulitis estando en bikini y la castaña recibía mofas por dar ganas de mirar a otro lado y no ver el saco de huesos que parecía en las playas.



Las dos siguieron haciendo películas pero salvo honrosas excepciones ("El truco final" para la rubia, "Expiación" para la castaña) su estrella parecía apagarse un poco, con papeles que no eran tan bien recibidos por la crítica y el público y muchos dejaron de ver a dos actrices con mucho futuro para ver a dos jovencitas que habían escalado muy rápido y que parecían iniciar su cuesta abajo. La rubia empezó a explorar su camino en la música, ayudada por una recia voz nasal que contrastaba con su aspecto rubio y fecundo y la castaña cantó en "The edge of love" la última película que hizo antes de tomarse un año sabático, agobiada por las exigencias de la fama.



Cuando parecía que su sitio estaba encaminado a diluirse, dejando paso a otras chicas más jóvenes, salidas de esa maquinaria que nunca cesa de producir estrellas, ambas volvieron con fuerza. La rubia quiso sentar la cabeza y se había casado tras unos años jóvenes en los que mantuvo relaciones con un gran número de actores de Hollywood, en un matrimonio que duró poco, aunque en lo profesional se encaminó en una aventura en un mundo que prometía dinero y fama a raudales. El mundo de las adaptaciones de tebeos a la gran pantalla le esperaba para hacer un papel, el de Viuda Negra, que pese a la mala fama que puede traer por su nombre le ha reportado una nueva fama, apareciendo en películas multimillonarias como "Iron Man 2", "Los vengadores" y "Capitán América. El soldado de invierno". Y para contentar a los más exigentes en el terreno interpretativo, la rubia no ha dudado en participar en producciones más independientes, que le han valido grandes elogios, por el uso de su voz en "Her" y el de su cuerpo y su actitud en "Don Jon". Entretanto, la castaña ha hecho personajes esforzados, siempre con una gran carga dramática ("Nunca me abandones", "Un método peligroso", "Sólo una noche" o "Anna Karenina") y alguno de cara al gran público ("Jack Ryan: Operación Sombra").




Hace poco ambas han hecho sus pinitos en el teatro, con un premio Tony para la rubia por su papel en "Panorama desde el puente", de Arthur Miller (el que fuera pareja de esa Marilyn Monroe con la que tanto se le ha comparado) y una nominación para la castaña por su rol en otro clásico de las tablas, "El Misántropo" de Moliere. En 2013 la rubia se comprometió con su actual novio y en el momento de escribir estas líneas espera su primer hijo. Por su parte, la castaña se casó en ese mismo 2013, con un hombre al que conoció tras pasar por dos relaciones largas que no prosperaron. De momento, la castaña no espera ningún hijo, pero ha conseguido robarle a la rubia un papel, en la película de próximo estreno "Begin again", donde da vida a una artista de la canción.


A lo largo de estos años, la imagen de ambas mujeres no ha dejado indiferente a los popes del mundo de la moda y sus rostros han sido imagen de campañas de grandes marcas, la rubia aportando la sensualidad de su carnalidad y la castaña el misterio y la sofisticación de su rostro anguloso.



Pero si hay algo en lo que se han diferenciado precisamente ambas mujeres es en la relación con su cuerpo de cara al público. Hace unos años el desnudo las unió en la misma imagen por un mismo instante, pero después de eso la rubia ha sido muy cuidadosa de mostrar más de lo debido mientras que la castaña no ha tenido problema en desnudarse en varias de sus películas, sin provocar el mismo revuelo que ha causado la rubia.




Quizá por eso estos días la rubia ha dado tanto que hablar, cuando se han filtrado fotos de su desnudo integral en uno de sus nuevos estrenos, "Under the skin", una película de corte independiente que ha atraído el interés de todos aquellos que querían ver sin ningún embozo la piel de la mujer rubia. Para gustos se hicieron los colores e imagino que la mujer rubia debió saber a lo que exponía cuando aceptó hacer ese papel, del que de momento nadie se ha parado a hablar. Ha estado durante años expuesta al escrutinio público y supongo que a veces se habrá sentido como una pieza de ganado en un mercado, siendo evaluada por los tratantes en función del atractivo que les inspiren sus carnes.


Esas imágenes han disgustado a unos cuantos, en algunos casos por considerar que la rubia no es para tanto y que tiene un físico de lo más normal y en otros por creer que la dictadura de la imagen ha podido con ella y que ha perdido curvas, acordándose de lo que prometía la chica por lo visto en otras películas o en fotos que le fueron robadas de su teléfono móvil.





Como habrán podido deducir, la rubia es Scarlett Johansson y la castaña es Keira Knightley, dos de las actrices jóvenes más conocidas del momento y que pesar de la lejanía de sus orígenes siempre han tenido diversos paralelismos. Incluso los han tenido respecto a mi opinión sobre ellas, ya que fui uno de los que en un momento dado dudó de su capacidad y hace tiempo que las recuperé en mi estima. Las dos tienen una carrera y una experiencia con no pocas similitudes y unos cuerpos que no podían ser más diferentes, pero que a mí me gustan en ambos casos pues los dos me parecen bellos en tanto en cuanto van con su constitución natural. Scarlett es bajita y curvilínea y me parece bien que sea así, yo soy de los que no quiere verla adelgazar (y en los últimos años la encuentro un poco más delgada de lo que era). Keira por su parte es más alta y mucho más estilizada y siempre ha sido así, más allá de que en algunas épocas haya estado un poco más llena. Scarlett me gusta igual con piel de naranja en su trasero y Keira con su vientre extraplano, porque ellas responden a dos tipos de cuerpos y dos tipos de bellezas que no deberían anularse entre ellas, sino complementarse, como han hecho sus carreras profesionales. Por eso dicen que en la variedad está el gusto.






miércoles, 23 de abril de 2014

Aprendiendo cosas de la música

Estos días estoy escuchando bastante a los Rolling Stones, una banda que ya tiene más de 50 años de vida y que este año cumple 5 décadas de la salida de su primer disco. Una banda que a pesar de las circunstancias (estar en la Tercera Edad, las peleas ocasionales entre sus miembros o los problemas y las desgracias personales de cada uno de ellos) sigue saliendo cada pocos años a recorrer el mundo y a interpretar sus grandes éxitos antre un público siempre entregado, que cada vez va siendo más joven que ellos. Una extraña paradoja que siempre tienen que vivir las bandas veteranas, que renuevan su audiencia a medida que los años pasan y experimentan su retrato de Dorian Gray particular al ver que ellos envejecen mientras que los que les van a ver son siempre jóvenes. Hace 50 años ya estaban Mick Jagger, Keith Richards y Charlie Watts (los miembros originales que aún permanecen, ahora acompañados por Ronnie Wood y por aquel entonces con el ya fallecido Brian Jones y el autoexiliado Bill Wyman) seduciendo a las masas juveniles de mediados de los 60, pues ellos y los Beatles eran los grupos de referencia en aquellos tiempos.


Lo habitual en este país es que las emisoras musicales que se dignan poner música del pasado se limiten a los dos o tres clásicos típicos (por eso todas las emisoras musicales se repiten, porque hacen listas de canciones para alguien que pone la radio mientras va en el coche y quiere oír los éxitos de turno, así de simple y de triste) y dejen atrás una cantidad ingente de grandes canciones que uno debe descubrir por su cuenta. En tiempos del Spotify y Youtube eso no supone mayor problema, pero hace cosa de 10/15 años tuve que tirar de préstamos de conocidos que entendían de música para formarme en este campo, porque en mi casa siempre se escuchó música clásica o Los 40 Principales y yo conocía a Beethoven, Mozart, Bach o Mendelssohn y los éxitos del momento, pero llegué a la Universidad sin apenas saber quienes eran U2 o los Rolling Stones. Y fue gracias a un amigo del colegio (yo no tuve el clásico hermano mayor que descubre otras músicas al más pequeño porque básicamente yo era el mayor) por el que escuché algo de los Beatles y Bruce Springsteen antes de los 18 años, para no ser totalmente inepto en pop rock anterior a los 80.


Los años han pasado y he ido mejorando mis lagunas musicales, aunque aún tengo muchas cosas por descubrir. No hace tantos años que descubrí que los Rolling Stones tienen mucho más que "Satisfaction", "Start me up" o "Angie" (las típicas que suenen poner de ellos en estas emisoras de tono nostálgico) y sobre todo mucho mejores que las citadas. Siempre se ha establecido la rivalidad entre Rolling Stones y Beatles, por ser grupos que nacieron al tiempo y que conectaron mucho con el público joven, aunque cada uno con sus peculiaridades, siendo los Beatles los que daban una imagen más amable y los Stones (no los Rolling, como mucha gente abrevia incorrectamente) un poco más gamberra. Su estilo musical puede asemejarse en algunas canciones, pero lo cierto es que ambas formaciones tuvieron siempre sus referentes claros y el de los Stones fue el rythm&blues, con un tono más guitarrero que el de los Beatles. Los Beatles han ganado históricamente la batalla, favorecidos por su pronta separación (el éxito de sus miembros por separado nunca igualó al del grupo) y los Stones continúan contra viento y marea, sin sacar canciones tan memorables como en los 60 y los 70, pero habiendo dejado un legado musical estupendo y habiendo influido en muchos grupos posteriores, que empezaron a hacer música porque querían ser como los Stones.


Esta canción, uno de los primeros éxitos de los Stones, tiene una curiosa historia de la que supe hace no muchos años. "The last time" puede que no les recuerde a ninguna otra canción así oída de primeras, pero escuchen la versión instrumental que se hizo de ella.


Puede que muchos lo hayan reconocido ya, a los que no hay que decirles que suena bastante parecida a "Bitter Sweet Symphony", la canción que a finales de los 90 sacó el grupo británico The Verve y que se ha convertido en un clásico moderno. Yo la descubrí por su aparición en el tramo final de la película "Crueles intenciones", una película del año 99 y que vieron todos los que tenían más o menos mi edad en aquella época. Todas las generaciones tenemos nuestro placer culpable en la adolescencia.


Después de que “Bitter Sweet Symphony” se convirtiese en un éxito mundial, el grupo The Verve fue demandado por el manager de The Rolling Stones, Allen Klein (quien posee los derechos de las canciones anteriores a 1970 de la banda). La reclamación se basaba en que The Verve había roto el acuerdo al que se había llegado previamente para que la banda usara un pequeño sample de la versión instrumental de "The last time". La denuncia estimaba que el uso había sido mucho más relevante para la canción final que el pactado de inicio y finalmente la banda de Richard Ashcroft perdió todo derecho por la canción. No sólo no podían ganar dinero con su mayor éxito, sino que también se les quitó el control de la canción, teniendo que acreditar a Mick Jagger y Keith Richards en los créditos de la canción. De hecho, se dio la curiosa circunstancia de que "Bitter Sweet Symphony" fue nominada a un premio Grammy y los nominados fueron Jagger y Richards. Ashcroft llegó a decir con ironía que era la mejor canción que los Stones habían hecho en 20 años. A pesar de todo, Ashcroft ha seguido tocando la canción, primero con The Verve y en solitario tras la disolución del grupo, a veces colaborando con grupos como Coldplay.


Precisamente Coldplay también ha tenido sus problemillas con los plagios, pues fueron acusados por el guitarrista Joe Satriani de que le robaran una parte de una de sus canciones para crear "Viva la vida" (y casi hasta me alegro de ello, porque creo que esa canción, tan repetida a diestro y siniestro, es quizá la peor de lo que lleva de carrera Coldplay).

 
No es que quiera hablar de plagios, pues me daría para varias entradas, sino de educación musical, que produce a veces tantos desconocimientos. La chavalería de hoy día disfruta de grupos como One Direction, como en mi época se disfrutaba de las Spice Girls o los Backstreet Boys, grupos que eran apaleados por los melómanos de pro y que encandilaban a la masa adolescente. Hoy, muchos coetáneos míos apalean a los One Direction y similares por degradar la música y no dudo que merezcan algunos palos, pero olvidan sus años de fan de Geri Halliwell o Nick Carter y que cada generación adolescente tiene sus placeres culpables.
 
 
Cuando escucho esta canción pienso en esos chavales que creen que One Direction son unos genios por hacer esta canción tan marchosa, desconociendo que es una versión de uno los grandes éxitos de Blondie, aparecido a finales de los 70, cuando esos chavales no estaban ni en previsión de nacer.
 

 
Y con esto no quiero ponerme por encima de los chavales que desconocen este origen, que ya digo que yo he sido un analfabeto en muchos aspectos musicales a sus años. Recuerdo ya en los años universitarios oír los discos de Eminem y de que me gustaran mucho canciones como esta, sin saber que la procedencia del estribillo venía de otro lado.
 
 
Y es que ese estribillo tan molón procedía de la canción "Dream On" de Aerosmith, que le cedió el derecho a Eminem para usarlo, algo que tardé años en averiguar.
 
 
Nadie nace sabiendo y por eso se pueden exculpar ciertas ignorancias, yo mismo no aguantaría hoy día un duelo con un aficionado veterano a la música, que seguramente sabría más que yo de muchos más aspectos. Aunque una cosa es ser ignorante por no haber tenido otra opción y serlo por elección, algo que me parece más cuestionable por la dejadez que demuestra. Así como hay tantas películas o libros por conocer, también hay mucha música buena por ahí suelta y que merece ser descubierta. Que ya se sabe que el saber no ocupa lugar y la música ablanda a las fieras y también eleva el alma.
 
 

viernes, 18 de abril de 2014

Embarazadas sin sensación de embarazo

Hace cosa de un par de años andaba un día por la calle cuando me encontré en las marquesinas los clásicos carteles anunciadores de una película que se iba a estrenar. La película en cuestión se llamaba “Un feliz acontecimiento” (que finalmente vi y me gustó bastante, por cierto). El cartel del filme consiste en una mujer embarazada tumbada junto a su pareja, mientras muestra su barriga en una pose entre tierna y sensual. Y esa imagen me ha traído a la cabeza las de aquellas actrices y modelos famosas que han posado con la mayor desenvoltura del mundo con sus tripas de embarazo para las portadas de las revistas. Muchas veces a las embarazadas se las ve como objetos dignos del mayor cuidado, cual si fueran vajillas de porcelana, que parece que es necesario meterlas en una vitrina y dejarlas ahí encerradas para que no les pase nada, mientras se obvia que siguen siendo mujeres que tienen su lado carnal. Como asegura Eliette Abecassis, autora de la novela con tintes autobiográficos en la que se basa la película, lo que quiere es “enseñar que la mujer embarazada es sexual, ya que si no, no sería madre. Su cuerpo está aún más presente, su vientre y sus pechos desbordan; no come, devora; vive en una especie de sobresensualidad”.
 

No obstante, la creencia general es que durante la época de embarazo la mujer debe tapar lo máximo posible y esconder sus deseos, como si su parte carnal dejara de existir. Esta convención empezó a ser discutida por Demi Moore hace unos cuantos años, en 1991, cuando la actriz posó desnuda para la portada de la revista “Vanity Fair”. La foto de Moore embarazada y desnuda causó una gran controversia en ese año, a muchos les escandalizó ese posado en estado de preñez, algo escandaloso e intolerable, impropio de una mujer a punto de ser madre. Incluso algunas personas vendieron la revista con un papel de color encima de la tapa para tapar el desnudo como si fuera una revista porno.
 

Otra famosa que ha posado desnuda en estado de gestación ha sido Cindy Crawford, uno de mis mitos eróticos de adolescencia. La supermodelo del sensual lunar fue fotografiada para la portada de W Magazine en abril de 1999, con siete meses de embarazo y puede verse la referencia al posado de Demi Moore de años atrás en la esquina inferior derecha, en la que pone “Move over, Demi” (Muévete Demi).

 
Claudia Schiffer también se unió a la moda y en su caso ocupó la portada de la revista Vogue, que dedicó toda la página a la foto, sin hacer referencia a otros de los contenidos del interior de la revista.


Como pueden ver, los tres posados son bastante similares, con la mano derecha cubriendo el pecho y la izquierda el pubis, salvo en el caso de Crawford, que tenía esa zona oscurecida en la foto. Tuvo que ser la italiana Monica Bellucci la que pusiera un poco más de osadía en este tipo de posados cuando hizo un desnudo frontal en el embarazo de su primera hija.
 
 

La propia Bellucci volvió a posar años después con su segundo embarazo, aunque en esta ocasión optó por un aspecto más recatado.


Otras que también han posado desnudas han sido las modelos Alessandra Ambrosio y Miranda Kerr, que fueron protagonistas de fotos en blanco y negro, ofreciendo una visión más estilizada y artística del fenómeno.



El hecho de posar desnudas en los embarazos ha pasado de ser algo novedoso y provocativo a convertirse casi en algo habitual en los últimos años, pues además de las imágenes que les he mostrado, ha habido otros posados como los de Britney Spears, Christina Aguilera, Jessica Simpson o Milla Jovovich. Por contra, ha habido otras famosas que han preferido salir con ropa para dejar testimonio gráfico de sus estados de gestación, como es el caso de las bellísimas Gwyneth Paltrow, Heidi Klum y Rebecca Romijn, tres rubias por las que siempre he sentido debilidad.




El caso más reciente lo ha protagonizado la actriz británica Emily Blunt (vista en películas como "El diablo viste de Prada", "La reina Victoria" o "Looper"), que posó en avanzado estado de gestación para la revista Vogue en un número que ha sido publicado este mes de abril a modo de recuerdo, ya que la intérprete dio a luz en febrero, uniendo su nombre al grupo de artistas que han querido compartir ese momento con el resto del mundo.
 
 
No soy muy fan de Demi Moore, más bien al contrario, pero el posado que hizo en su día sirvió para poner una pica en Flandes, para dar voz a algo que está ahí y que no se puede ocultar. Todas estas mujeres tienen en común el haber superado sus verguenzas y ciertas convenciones para posar en fotos sugerentes. Ellas no han querido negar su parte carnal y no olvidan que, aún embarazadas, siguen siendo mujeres preciosas y atractivas. Y no creo que sea algo escandaloso hacerlo. Más bien al contrario, es algo natural y bello.

martes, 15 de abril de 2014

Culturas de barrio

Cuando uno vive en una gran ciudad necesita mucho tiempo para ser consciente de todo lo que le puede ofrecer. El otro día descubrí por casualidad un bonito restaurante al que me llevaron unos compañeros de trabajo y que se ubicaba en el interior del Instituto Francés de Madrid, un lugar cultural en el que no esperaba encontrarme un sitio donde se sirviesen comidas. Ya me han dicho algunas veces que es frecuente la existencia por estos lares de restaurantes en lugares insospechados, al hallarse dentro de edificios de pisos, como si fueran un vecino más. Lo cierto es que aquel lugar estaba muy apañado, con buena comida a un precio razonable y una pequeña terraza con jardín que, con el buen tiempo primaveral, se convertía en un lugar muy agradable. 






Los clientes que por allí andaban a pesar del precio asequible era gente de aspecto más o menos elegante, con presencia de mujeres con vestidos y medias y algunos hombres encorbatados, todos ellos uniformados con el pelo engominado y la actitud algo chulesca que parece conferirles su vestimenta, que hacían un alto en sus obligaciones para ir a comer y dedicar alguna que otra miradita a las mujeres de las medias, muchas de ellas con alargadas e insinuantes piernas. La gente que me encontré por la calle en aquel barrio respondía más o menos al mismo arquetipo y todo eso me ha hecho pensar.


En la entrada que publiqué hace meses sobre la muerte de mi abuelo hablaba sobre la influencia que tuvo en mí a la hora de apreciar cierta cultura popular de nuestro país, de humoristas y películas de aquellos años en los que fue más joven. Pues bien, todo esto me ha hecho acordarme de mi padre, que si bien es muy poco cinéfilo tiene una máxima para las películas que en cierto modo me ha servido para descubrir algunas cosas. Él solo gusta de aquellas películas que considera realistas y para él realistas son las películas ambientadas en los bajos fondos, con protagonistas al borde (o fuera de la ley), preferiblemente españolas.





Creo que esta obsesión se explica con haber tenido que pasar su infancia en un barrio humilde y a escasa distancia de la cárcel de la ciudad, algo que le hizo estar en contacto desde niño con buscavidas, buscabroncas, rateros, navajeros y drogadictos. Sin embargo, él siempre ha sido alguien con una forma de ser muy opuesta a eso y no ha caído bajo el peso de la fuerza de su entorno para caer en el lado oscuro, como tantos otros. Sin embargo, algo queda de eso y es esa fascinación por las películas “realistas”, que le recuerdan cosas que vio cuando era más joven. Fue a través de él que empecé a oír de “El Vaquilla”, “El Torete”, “El Pirri” o “El Jaro” (todos ya fallecidos de forma prematura por sus adicciones) y demás personajes de la crónica negra española más reciente, delincuentes nacidos a finales de los años 50 y principios de los 60 en los barrios bajos de Madrid y Barcelona, hijos de emigrantes del interior de España que crecieron en la pobreza y la incultura en aquellas colmenas de ladrillo edificadas deprisa y corriendo en los descampados para dar un techo a aquello que dejaban la miseria del campo para vivir la miseria de la ciudad. Hombres que desde chavales crecieron en la necesidad y que vieron en la delincuencia un medio para subsistir y sentirse vivos en una sociedad que les daba la espalda. Y de todas aquellas historias surgió en España a finales de los años 70 el llamado “cine quinqui”, protagonizado por muchos de aquellos delincuentes dándose vida a sí mismos en sórdidas tramas donde quedaba clara su incapacidad para salir de ese estilo de vida. Mientras España trataba de dejar atrás el franquismo y modernizarse en la naciente democracia, en las pantallas podían verse a aquellos personajes del lumpen más ibérico, trasuntos de una España de melenas, patillas y pantalones de campana que seguía con la sangre y la tragedia racial a flor de piel que ya pintara García Lorca. Hasta Iker Jiménez dejó de lado por una vez sus habituales temáticas sobrenaturales para dedicar uno de sus programas de "Cuarto milenio" a esta manifestación tan realista.


Y es que habrá quién dirá que eso pertenece al pasado, que queda como curiosidad histórica más que como realidad, pero nada más lejos de la realidad. Los usos sociales cambian pero la esencia permanece y los barrios bajos siguen existiendo, ahora con muchas más nacionalidades entre los quinquis (ahora son llamados "canis"). Siguen siendo hijos de inmigrantes, pero no solamente de regiones del interior de España, sino de países de Sudamérica y del este de Europa. Ahora ya no llevan patillas, melenas y pantalones de campana, sino que llevan el pelo corto por arriba y rapado en las sienes, ropa deportiva holgada, joyería reluciente y gorras, al estilo de los negros de los bajos fondos de Estados Unidos. Ya no escuchan a Los Chichos o Los Chunguitos, sino a cantantes de hip hop y reggaeton. Pero el intríngulis se mantiene, adoptan ciertas malas costumbres tras criarse en la incultura y la necesidad y tras ver que la vida humana no se diferenciaba mucho de la animal, con la supervivencia como único credo.










La cultura de barrio sigue prevaleciendo, especialmente en las grandes ciudades, donde los barrios pueden ser auténticos guetos, sin murallas físicas que los separen del resto, pero con un marcado carácter cerrado en el que se reconocen los que pertenecen a él y los que no. Ahora que vivo en Madrid noto aún más esa diferencia, pues sólo hay que darse un paseo por según que barrios para darse cuenta, por el paisaje (los edificios) y el paisanaje (el pelaje de la gente), que hay muchos mundos diferentes en la ciudad. El propio acento de Madrid, que se le presume a todo el que habita en este lugar, es sobre todo patrimonio de las clases populares y será raro que le oigan decir “ejque” a alguien que se haya criado dentro de los ambientes de clase media-alta. También he comentado alguna vez los prejuicios que he causado por mi vestimenta, que a muchos les ha llevado a etiquetarme como un pijo de clase alta de convicciones conservadoras, algo que está bastante lejos de la realidad. 

Yo crecí en una ciudad en la que es normal ver en las mismas calles a lo más pijo y lo más tirado de la sociedad y por la rama familiar nunca me fue ajeno el tema del lumpen. Era normal que los grupos de chavales fueran atracados por otros en plena calle, ("dar el palo", lo llamaban), además de que muchas de mis Nocheviejas de juventud las pasé en casa de mi tío, al lado de la cárcel, tirando petardos desde el balcón mientras los presos jaleaban a gritos aquel estruendo que los sacaba de su triste rutina. Pero a pesar de todo era consciente de ser diferente a aquello por no vestir con las mismas ropas ni hablar o actuar de la misma manera. No llevaba ropa deportiva ni tenía el acento tan marcado como otros chavales de mi edad y esa era una diferencia tan simple como fundamental, la punta del iceberg del resto. Transitaba las mismas calles, pero entre ellos y yo había todo un mundo, el mismo que estableció mi padre en su momento, pero manteniendo una extraña fascinación y la capacidad de moverme en ese ambiente sin salir trasquilado. En el colegio yo era un gafotas poco carismático que en su tiempo libre sólo leía y veía la tele y creyéndome un secante, me ponían al lado del alumno conflictivo de turno para que dejara de hacer tonterías. Y aunque me recibían con recelo, como el delincuente recibe al hombre de ley, al final siempre acababan sintiendo cierto aprecio por mí al verme opinar con ironía y desenfado sobre ciertas cosas. Recuerdo a muchos de ellos dándome la mano y diciéndome que era “un tío legal”, saliendo en mi defensa públicamente si alguno se metía conmigo. Todo aquello me dejó aquel sedimento de que yo no formaba parte de ese mundo ni tampoco lo pretendía, pero sin embargo me produce una curiosa fascinación que me lleva a observarlo.