viernes, 31 de enero de 2014

Miley Cyrus y los bailes polémicos

Uno de los primeros días de junio de 2010 andaba yo en la ciudad en la que hice la carrera universitaria para asistir a una celebración con gente conocida de aquellos años y me encontraba en una habitación de hotel, con ese vacío que nos invade siempre en ese tipo de sitios tan fríos e impersonales, en los que somo visitantes de paso, por detrás de otros que han pasado por ahí y por delante de otros que están por venir, en una cadena que solo se detiene cuando el hotel cierra sus puertas. La televisión suele ser uno de los antídotos que se emplean para salir de esa impersonalidad hotelera y para sentirte conectado con el mundo exterior, así que lo encendí mientras hacía tiempo para acudir a la celebración. Y allí me encontré con una chica de la que había oído hablar varias veces pero a la que nunca había visto en vivo.
 
 
 
Ahí estaba Miley Cyrus, hija de Billy Ray Cyrus, autor de "Achy breaky heart" una canción que se hizo popular años después en estos lares por la versión en español que hizo aquel Coyote Dax que cantaba "no rompas más mi pobre corazón, estás pegando justo, entiéndelo" antes de desaparecer en el olvido tan rápido como apareció. Miley Cyrus no era todavía popular con su verdadero nombre, pues todo el mundo la llamaba Hannah Montana por su protagonismo en la exitosa serie de Disney Channel, que la había convertido en ídolo de niñas y preadolescentes. Pero héte aquí que Miley no debía estar muy contenta con su imagen de niña amantísima y las hormonas de su propia adolescencia le llevaban a rebelarse contra todo aquello. En ese día de junio de 2010 compareció en el Festival Rock in Rio celebrado a las afueras de Madrid para dar un concierto al que asistieron un gran número de niñas y prepúberes que adoraban a Hannah Montana, acompañadas a buen seguro por unos padres que creían que iban a aguantar una melindrosa actuación que pondría a prueba su paciencia. Y lo que todos se encontraron fue a una Miley vestida con una especie de bañador negro que dejaba claro que la chica tenía pecho, culo y piernas, la niña amantísima había pasado a la etapa de adolescente que empieza a ser consciente de su cuerpo y no tiene reparos en mostrarlo. Hubiera pagado por ver las reacciones de esas niñas que iban a ver a Hannah Montana y se encontraban con su hermana mayor y a esos padres con la boca abierta, por fascinación ante el cuerpo de Miley y por indignación por hacer partícipes a sus niñas amantísimas de algo que aún no estaban preparadas para comprender.
 



 
 
Ese fue el punto de partida de muchas otras apariciones de Miley en las que ha seguido explorando esa vena provocadora, haciendo su vestuario cada vez más corto, al igual que su pelo y dando que hablar por unas actuaciones que han hecho que los más puritanos pongan el grito en el cielo y los que lo vemos con un poco más de distancia casi hasta soltemos una risa comprensiva de quien ve a alguien más pequeño haciendo las tonterías previas a la maduración. Porque para mí, lo que hace Miley no son más que pequeñas tonterías que no deberían tener más importancia que esa, provocaciones propias del mundo pop que ya nos suenan a "deja vu" a los que ya vimos en su momento a Madonna hacer cosas aún más sonadas. Y no digo nada si lo comparamos con lo que han hecho muchos rockeros, que cualquier cosa que haga Miley no deja de ser una chiquillada, una muestra de que en la música, especialmente si es pop (algo que Madonna entendió muy bien, por eso es "la reina"), para que hablen de ti tienes que ser un poco bufón, dar algo más porque en el apartado musical hay 300 que son como tú o mejores. Y Miley tiene buena voz, creo que puede hacer algo interesante, aunque para eso tendremos que esperar, a que entre en su "etapa madura" (todos acaban pasando por ahí tarde o temprano).
 
 
 
El caso es que las piruetas de baile de Miley Cyrus y las reacciones llamándola de todo menos bonita, me han hecho pensar en todos aquellos bailes que han estado caracterizados por la polémica en algún momento, por su naturaleza provocativa. Porque el baile implica movimiento del cuerpo y eso siempre asusta a los guardianes de las buenas costumbres y la rigidez. Por ejemplo, un baile que hoy parece tan inocente como es el vals fue considerado inmoral cuando salió a la luz. Fue el primer baile en el que se vio a una pareja abrazada y el 18 de marzo de 1875 el imperio austriaco promulgó un edicto que prohibía bailar el vals en Viena. La explicación que se dio fue que se quería contener la locura por un baile que hacía furor en la corte vienesa y que generaba todo tipo de rivalidades y altercados. A pesar de todo, el baile siguió bailándose en la clandestinidad y acabó por ser aceptado y a día de hoy lo que era polémico nos parece el colmo de lo elegante.
 
 
 

Casi por aquellos mismos años, en Francia había otro baile que traía por la calle de la amargura a los defensores de la moral, el cancán. Se bailó por primera vez en 1822, en los suburbios de París y fue calificado de indecente e inmoral. Tacones altos, cueros, blusas con volados y enaguas rizadas eran utilizados por bailarinas que mostraban las piernas, una obscenidad para la época. Se decía que tenía mucho más de furor sensual que de danza y hoy es un atractivo turístico de la capital francesa. El cancán cristaliza la imagen de una sociedad parisina frívola y canalla, la cual es descrita en algunos cuadros de Toulouse-Lautrec. Las mujeres muestran su ropa interior, levantando sus encajes: la provocación mezclada con complicidad hace furor. Las medias negras y las ligas toman apodos muy gráficos y con gran connotación sexual. El cancán simboliza allí un primer panorama de liberación sexual y emancipación de la mujer, que es ahora quien seduce.
 
 
 
 
Al otro lado del Atlántico, el siglo XIX fue también un momento en el que hubo otro baile polémico que empezaba a bailar todo el mundo y que no dejaba indiferente a nadie, se trataba del tango. Surge alrededor de 1870 en los suburbios de Argentina, fue prohibido por la iglesia y la policía bajo el argumento de que incitaba a la lujuria. A principios del siglo XX se popularizó gracias a la aceptación de la alta sociedad. El escritor Ernesto Sábato planteó con ironía que el tango era lo único importante que los argentinos habían realizado en toda su existencia. El tango revolucionó el baile popular introduciendo una danza sensual con pareja abrazada que propone una profunda relación emocional de cada persona con su propio cuerpo y de los cuerpos de los bailarines entre sí. Alguno llegó a decir que el tango es un pensamiento que se baila.
 
 
Si hay un baile que se caracteriza por haber agitado conciencias es el baile del vientre, nacido hace siglos en Oriente Medio. Se caracteriza por sus movimientos suaves y fluidos, disociando y coordinando a la vez las diferentes partes del cuerpo. La atención se centra principalmente en la cadera y el vientre, alternando movimientos rápidos y lentos y se enfatiza en los músculos abdominales, con movimientos de pecho y hombros, así como con brazos serpenteantes. Los movimientos ondulatorios, rotativos, que por lo general son lentos simbolizan la tristeza; en cambio con los movimientos rápidos, golpes y vibraciones la bailarina expresa alegría. Todos los movimientos de esta danza se relacionan con la naturaleza, por ejemplo, las plantas de los pies se apoyan bien sobre el suelo, lo cual simboliza la tierra, o también cuando la bailarina extiende sus brazos siempre forman una semi U y nunca están caídos, esto simboliza a las aves. Una interpretación elevada para un baile al que no se le puede negar su carga erótica.
 
 
La danza del vientre da que hablar por los movimientos de cadera y también dio que hablar en el caso de Elvis Presley. El "Rey del Rock" causó no pocos desmayos entre la audiencia y no pocas acusaciones de vulgaridad en la pacata sociedad de los años 50 por su movimiento de caderas, que le hicieron ganarse el sobrenombre de "Elvis La Pelvis".
 
 
 
Por aquellos años también apareció el twist, que fue el primer estilo internacional de baile basado en el rock and roll, donde las parejas no se tocaban mientras bailaban. Este baile lo popularizó Chubby Checker en 1960 con su versión del tema de The Twist compuesto por Hank Ballard en 1959. La versión de Checker llegó al número uno de los ránkings en los Estados Unidos, y se convirtió en el poseedor de un récord al ser el primer sencillo en alcanzar el primer lugar dos veces en años diferentes. La primera vez en 1960 y luego en 1962.
 
 
A España el Twist llegó en 1962, y fue entonces cuando grupos y solistas comenzaron a versionar y crear nuevos twist, entre ellos un principiante Miguel Ríos, por entonces llamado Mike Rios y que tenía el sobrenombre de "rey del twist". El madrileño Circo price se hizo famoso por sus sesiones matinales de twist los domingos, a las que acudían hordas de jóvenes deseosos de romper con los pasodobles que bailaban sus padres. Tal fue su impacto mediático que inquietó al régimen y a principios de 1964, las matinales fueron prohibidas por la Dirección General de Seguridad, sin margen para recursos. Imagino que para las autoridades franquistas eso era una de las muchas porquerías que venían del extranjero para contaminar a los españoles de bien, como los bikinis o los desnudos en las películas.
 
 

 
Ya más recientes son otros fenómenos venidos directamente de Sudamérica, como la lambada. El término proviene de una palabra portuguesa usada en Brasil que describe el movimiento de un látigo. Este movimiento ondulatorio y suelto es imitado por los cuerpos de los bailarines y la lambada adquirió fama mundial tras el éxito del grupo musical Kaoma titulado "Chorando se foi", en 1989. Se decía que incitaba a los jóvenes brasileños a tener relaciones sexuales, debido a sus movimientos: Se intercalaban las piernas de los bailarines mientras mecían las caderas y simulaban caricias. Recuerdo estar oyendo esta canción en cualquier celebración de mis años de chavalín, hasta tengo el recuerdo de muñecos que se vendían en tiendas chinas y que bailaban la lambada.
 
 
 
También de Sudamérica llegó el "perreo", que tiene ese nombre por imitación de los movimientos del coito en la postura del perro y que para muchos es practicar sexo con la ropa puesta. El perreo se originó probablemente a finales de la década de 1990 en la República Dominicana, pero se extendió rápidamente a otros países cercanos como Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela abarcando así, actualmente, casi la mayoría de los países de habla hispana, incluyendo a España, a través de la emigración de aquellos países que hemos tenido en los últimos años. El objetivo del baile es realizar representaciones provocativas del acto sexual contra las costumbres aceptadas por la sociedad y la actitud de los participantes es de bailar como si estuvieran tratando de seducir a la pareja en medio de la pista con movimientos lascivos y sensuales. Este baile se puede ver en muchas canciones del llamado "reggaeton", supuestamente provocativas y que a mí me dan risa por lo primario de sus letras y actitudes, contaminadas de la estética rapera yanqui y que siempre hablan de hombres que se las dan de machos y mujeres sumisas.
 
 
 
Y ese perreo ha derivado en otro baile que ahora mismo está de moda (a saber por cuanto tiempo) y que se llama "twerk". Al parecer hace años que las bandas de hip hop lo pusieron de moda en sus batallas de baile callejeras, en las que cuanto más sexy te mueves, más posibilidades tienes de ganar. La técnica es sencilla y muy parecida al perreo: mover el culo y las caderas como si no hubiera mañana.
 
 
Ahora este baile está siendo practicado por algunos artistas pop, como la propia Miley Cyrus o Rihanna, que ha llegado a rodar un videoclip con el "twerk" como protagonista.
 
 
Esa manera de moverse ya ha sido ampliamente criticada por colectivos de ambos sexos que aseguran que supone una degradación para la mujer, reducida a un culo vibrante para deleite de los machos. Los que lo practican lo ven sin embargo como un acto de empoderamiento, de saber manejar el propio atractivo y de seducir a quien quieran, como en la danza del vientre. Posiciones encontradas que quizá tienen en ambos casos su parte de razón y que vienen a poner de manifiesto que mover el cuerpo sigue siendo un tema problemático por las connotaciones que pueden adquirir, casi siempre sexuales, no en vano se dice que quien baila bien también es hábil en la práctica sexual, por saber controlar con tanta destreza sus movimientos.
 
Sea como fuere, el baile ha existido desde el principio de los tiempos, ya fuera como ritual o como diversión y seguirá haciéndolo, pues no deja de ser una expresión humana que va más allá de razas y credos. Y que seguirá provocando a los defensores de la rigidez moral, que son producto de su rigidez existencial. Por cierto, aquel día de junio que tenía celebración acabé bailando, como hago cada vez que oigo música que me gusta, liberando mi cuerpo para que exprese lo que la música me hace sentir. Que no se diga que los hombres no bailamos.
 

martes, 28 de enero de 2014

"Nymphomaniac". Jugando con el espectador

El danés Lars Von Trier es uno de esos directores que cuando ves sus películas te dan la sensación de que están jugando contigo de alguna manera. Cada vez que me he acercado a alguno de esos filmes he tenido la sensación de que me estaba tomando el pelo, que a veces se reía conmigo y a veces se reía de mí, por su particular manera de afrontar el cine, tratando de descolocar al espectador con diversas tácticas. A mediados de los años 90 fue el adalid del movimiento Dogma, que quería recuperar una mayor pureza en el cine haciendo películas como si se tratara de vídeos caseros, con deficiente iluminación, nada de música sino sonaba en la escena, cámara en movimiento e interpretaciones que parecieran reacciones reales. De las películas que surgieron con esa etiqueta quizá la más recordada sea "Los idiotas", que me hizo sentir que Von Trier se estaba riendo de mí, mostrándome una historia y unos personajes ridículos y sin interés. La siguiente que vi fue "Dogville", que tomaba una estructura teatral con todos los personajes sobre un escenario y donde las casas eran dibujos de tiza en el suelo para limitar el espacio. En esa ocasión sentí que el director se reía conmigo y de mí, pero la película me gustó bastante más y después Von Trier ha seguido haciendo cine ("Manderlay", "Anticristo", "Melancolía"), ha pasado por tratamientos para curar una fuerte depresión y ha sido expulsado del Festival de Cannes, donde antaño le doraban la píldora, por hacer unas polémicas declaraciones en las que decía entender a Hitler. Queda claro que Von Trier es un bizarro personaje, con una "pedrada" importante, que ha sabido encontrar en el cine un medio de expresión a sus locuras. Y la última de ellas es la ninfomanía.

 
 
"Nymphomaniac" es una película de varias horas de duración que ha sido cortada en dos partes como idea de sus productores para poder exhibirla en cine, haciendo dos películas de unas dos horas de duración cada una (nada nuevo si vemos lo que hizo Tarantino en "Kill Bill" o Peter Jackson en "El señor de los anillos" o "El hobbit"), una idea tolerada por Von Trier pero que no ha contado con su participación, como se avisa en un rótulo al inicio de los dos volúmenes. De hecho, existe una versión del director de más de cinco horas que será exhibida en festivales. Las películas cuentan la historia de Joe (Charlotte Gainsbourg), que es encontrada inconsciente y malherida en la calle por Seligman (Stellan Skarsgard), un hombre maduro que vive solo. Seligman le da cobijo en su casa y ella le contará las peripecias que le han llevado hasta ese punto.
 
 
 
Esta película había creado expectación en ciertos círculos por hablar de la ninfomanía y hacerse público que Von Trier había rodado escenas de sexo real con dobles, para insertarlas en el metraje y que pareciera que los protagonistas practicaban sexo explícito. Pero los que conocemos un poco al director ya nos podíamos imaginar que la cosa podía salir de cualquier manera menos por la morbosa y excitante y así acaba siendo. Por los posters promocionales uno puede hacerse a la idea de que todos los personajes deben ponerse las botas y lo cierto es que solo algunos de ellos acaban practicando sexo. Tampoco debe llevarse a engaño la presencia de algunos actores conocidos, como Christian Slater, Uma Thurman o Willem Dafoe, que tienen breves apariciones como personajes circunstanciales a la vida de Joe, la verdadera protagonista. Posiblemente sea Slater como el padre de Joe el que tenga mayor influencia en su vida.
 
 
 
En la primera parte de "Nymphomaniac" el protagonismo corre a cargo de la debutante Stacy Martin (una deliciosa mezcla de las actrices Eva Green y Pilar López de Ayala), quien da vida a una joven Joe, hija de un frío matrimonio y que descubre desde muy pronto su necesidad de sentir placer. En la adolescencia empezará a mantener relaciones sexuales con todo tipo de extraños, sin importarle si son guapos o feos, altos o bajos, gordos o delgados, solamente buscando un disfrute que le pide su cuerpo desde lo más profundo y rechazando el amor como un sentimentalismo que únicamente da motivos de tristeza. Todo eso cambiará con Jerome (Shia LaBeouf), el chico que la desvirga y con el que volverá a cruzarse años después.
 
 
 
 
 
En ese primer volumen, Von Trier muestra que los tiempos de Dogma son historia y elabora una narración con varios montajes con músicas y vídeos que apoyan lo que se está contando, a veces dándole al relato de Joe un toque irónico que puede provocar la risa. No sé si Von Trier se burla de las películas que tienen la necesidad de recalcar visualmente lo que cuentan o si simplemente trata de ilustrar la historia con material de apoyo, con Seligman haciendo paralelismos entre el sexo y la pesca o la música clásica. El personaje de Joe acaba siendo el propio Von Trier, contando la historia como le da la gana pero sin necesidad de excitar a nadie y Seligman acaba siendo ese público deseoso de morbo que quiere sacarle punta y sentido oculto a todo lo que le cuentan.
 
 
 
 
 
El segundo volumen (que empieza donde termina el primero, con un corte limpio) ya está protagonizado casi enteramente por una estupenda Charlotte Gainsbourg (una actriz audaz y sin complejos, digna hija de sus padres, Serge Gainsbourg y Jane Brikin) como la Joe adulta, que sigue manteniendo su apetito sexual y su deseo de no mezclarse sentimentalmente con nadie. En su búsqueda del placer acabará sumergiéndose en las fosas del sadomasoquismo, siendo golpeada con fustas y látigos de nueve colas por el misterioso K (un excelente Jamie Bell, ya crecido de la etapa "Billy Elliot" y que ya en "Jane Eyre" mostró que los personajes cabroncetes se le dan mejor que los buenotes) y donde Von Trier no escatima planos de los daños que ocasiona en el cuerpo de Joe, ironizando esta vez con el sado de diseño, limpio y navideño, de sombras de Grey y similares. Asimismo, Joe conocerá a la joven P (Mia Goth), con la que establecerá una relación amistosa-maternal que tendrá consecuencias.
 
 
 
 
 
Debo reconocer que me ha gustado más el primer volumen que el segundo, no sé si porque se hace más fácil de ver o porque ya en él quedan claros los conceptos que acaban siendo redundantes en el segundo volumen, seguramente por ambos motivos. Posiblemente esta historia se podría haber contado igual en una sola película sin llegar a las cuatro o cinco horas.
 
 
 
Lo que me queda claro es que una vez más Von Trier lo vuelve a hacer, vuelvo a tener esa sensación irónica de que se ha reído del espectador pero al mismo tiempo haciéndole reír con él algunas veces, jugando con las expectativas y saliéndose a veces por caminos inesperados. Baste señalar en ese sentido la selección musical, pues la primera parte empieza con un cañero tema de Rammstein que puede hacer presagiar que vamos a ver algo duro que luego no tiene lugar (los que esperen escenas explícitas por doquier que se vayan olvidando) y la segunda termina con una canción interpretada por la propia Charlotte Gainsbourg, cuya letra nos deja la duda de si esta película no será simplemente una pedorreta de Von Trier. Un cineasta genial para unos y odioso para otros, pero que indudablemente cumple con eso de que los directores de cine deben ser como los maestros de ceremonias del circo, capaces de ganarse la atención del público.
 
 
 
 

viernes, 24 de enero de 2014

Cuando las personas nos sorprenden

"Tiene un perfil ligeramente aguileño. De halcón. Una cabeza grande sobre un cuerpo menudo. Y una cicatriz en la mandíbula, recuerdo de un accidente de tráfico a los cinco años, que le confiere al rostro un intrigante tajo de imperfección, como si estuvieras ante una escultura mellada."
 
 
Estos días se habla mucho del final de la miniserie "El tiempo entre costuras", basada en el libro superventas de María Dueñas y que ha logrado en sus semanas de emisión unos estupendos datos de audiencia. Y como no podía ser de otro modo, ha puesto en el candelero a su actriz protagonista, Adriana Ugarte, una intérprete que ya conoció los efectos de salir por televisión cuando lideró "La señora" hace unos años. Porque en este país un actor solo se hace conocido si sale en las revistas y programas del corazón o si sale en alguna serie de éxito, donde les vé mucha más gente que si estrenan cualquier película en el cine. Y en muchos lados se habla de Adriana Ugarte, de su sencilla forma de ser, de sus atractivos físicos o de sus asuntos amorosos, como si ella misma ocupara el hueco de su personaje de ficción y todos necesitaran saber más de sus peripecias.
 
 
 
Hago memoria y no recuerdo haber visto apenas nada de lo protagonizado por Adriana Ugarte como para comprobar qué tal se desenvuelve en su faceta actoral. No puedo decir que tampoco me causara una especial curiosidad hasta que hace unos días leí una de las muchas entrevistas que le han hecho y le leí algo que me sorprendió, que en sus primeros años como actriz estuvo simultaneando la intrepretación con estudios de Filosofía. Una vocación que tuvo que abandonar porque, dice, "me ponía en un lugar un poco peligroso. Creo que si uno, cuando pasa el tiempo y ves tus tendencias, es más mental, entonces mejor ir por un camino más luminoso". Esta declaración me llamó mucho la atención por inesperada, porque mi prejuicio me había llevado a pensar que Ugarte no sería el tipo de persona que dedicaría mucho tiempo a la Filosofía y me descolocó lo que dijo por inesperado. No sé por qué me había hecho una idea equivocada de que la actriz sería una de esas personas que no dedica mucho tiempo a comerse el coco y esto me trastocó, también por la idea que expresaba de que comerse el coco tiene sus peligros.
 
 
 
Alguna vez he hablado en este blog de esos momentos en los que siento ciertos vacíos, muchas veces provocados por comidas de coco y lo mal que me han hecho sentir. Me he acordado de esos momentos coincidiendo con personajes extraños en la calle de noche, de esos domingos sin mucho que hacer en los que todo el mundo parece que ha desaparecido, de algunos viernes (a veces peores que algunos domingos) en los que llego al fin de semana con la sensación de haber tirado la semana por la borda, de estar malgastando mi tiempo vital. Me he acordado de todo eso y de cómo pensar aún más en eso no solo no me ha aliviado sino que me ha producido el efecto contrario, algo similar a lo que pasa con la Filosofía, una especialidad que nunca da respuestas, solo plantea más preguntas sobre el sentido de la vida y nuestra existencia. Por eso entiendo esa necesidad de la que habla Ugarte de buscar cosas más luminosas, especialmente en aquellos que somos propensos a pensar de más.
 
 
 
Lo cierto es que esa declaración suya para mí ha sido un acicate para que me interese más Adriana Ugarte. Desnudando esa parte de su alma ha provocado en mí una "erección intelectual", que es algo que en una mujer me suele motivar tanto o más que la atracción física. Cuando una mujer me sorprende de esta manera con algún rasgo de su personalidad o sus intereses, experimento sensaciones parecidas a las que sentiría si me hubiera enseñado una parte de su cuerpo de forma inesperada, una sensación de descoloque agradable. Algo parecido a lo que podemos sentir cuando estamos viendo una película y se produce un giro que no veíamos venir y nos deja fascinados.
 
 
 
Si tomamos este símil cinematográfico, a diario nos encontramos con mucha gente que podría ser como esa película para todos los públicos que no nos da ninguna sorpresa, llena de lugares comunes y en las que sabemos lo que va a pasar antes de que ocurra. Gente fácil de tratar pero que no nos aporta ningún estímulo especial, el tiempo que pasamos con esas personas puede ser agradable no se hace inolvidable, no queda mucho para el recuerdo. También existe esa otra gente que es todo un misterio, que sabemos desde el principio que ocultan algo y nos interesa descubrir qué es, gente que con ese misterio desprenden un magnetismo que nos lleva a seguir tratando con ellos, para llegar al fondo de la intriga. Al final puede que resolvamos el misterio y que no sea para tanto y nos decepcione o puede que sea más de lo que esperábamos y nos fascine aún más o puede que no haya manera de resolver nada y nos sintamos frustrados por no haber llegado al fondo de ese ser misterioso, que la investigación sea un fracaso.
 
Incluso nos podemos encontrar con gente que no es misteriosa pero tampoco previsible, gente que tiene algo de esos mundos, como las películas más independientes, que hay que captar no tanto fijándose en lo obvio sino en sus detalles. Gente que puede ser de trato complejo, que un día te los encuentras felices como los que más y al otro están tristes y mustios como una planta sin regar, que un día pueden ser de lo más sociable y encantador y al siguiente parecen haber cerrado la compuerta de su mundo y no dejan que pase ni el aire. Gente a la que cuando crees conocer bastante bien te sorprenden con un nuevo giro, que puede producir esa sensación de "no me lo veía venir", positivo en casos como el que comento de Adriana Ugarte y negativo en casos en los que te das cuenta de que la persona es más fallida de lo que esperabas.
 
 
 
Como verán leyendo mis entradas en este blog, ya sea para bien o para mal, no soy una persona muy para todos los públicos. Puedo serlo, pero durante un rato, porque no siento que sea mi estado natural, no soy muy dado a seguir los lugares comunes y me gusta hacer las cosas a mi manera. Además de que tiendo a dejar recuerdos en la gente a la que trato, positivo en algunos casos y negativo en otros, según sea la naturaleza de la otra persona, confieso que me llevo mejor con los más imprevisibles porque son los que mejor me entienden. Tiene mucha razón el refrán ese de "Dios los cría y ellos se juntan", porque al final me acabo sintiendo atraído por aquellos a los que les encuentro algún tipo de complejidad, siento que mutuamente nos comprendemos.
 
No digo que ser de esta manera sea mejor que ser de cualquier otra, ya comentaba el otro día que cada uno tenemos nuestra "pedrada" y buscamos a aquellos que la comparten con nosotros, eso es todo. Por eso lo que más me ha llamado la atención de Adriana Ugarte es su propensión a comerse el coco y su sensibilidad, más que su escote o sus piernas, que tampoco están nada mal. Aunque de su exterior me atrae mucho esa pequeña cicatriz que le da un toque de personalidad a su rostro. Creo que a partir de ahora le seguiré un poco más la pista.
 
 

martes, 21 de enero de 2014

"El lobo de Wall Street". Cómo (casi) todo está en venta

Martin Scorsese es uno de los nombres señeros de la historia del cine en los últimos 40 años, autor de películas que forman parte de la memoria cinéfila como "Malas calles", "Taxi driver" (mi favorita), "Toro salvaje", "Uno de los nuestros" o "Casino", que también cimentaron la carrera como intérprete de Robert DeNiro y que en los últimos años ha focalizado Leonardo DiCaprio (que conoció a Scorsese a través de DeNiro tras coincidir ambos en el reparto de "Vida de este chico"). Si DeNiro participó en 8 películas del director italoamericano, DiCaprio ya lleva 5 en la última década, como son "Gangs of New York", "El aviador", "Infiltrados", "Shutter Island" y la recién estrenada "El lobo de Wall Street".
 

 
"El lobo de Wall Street" cuenta el increíble auge de Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), un corredor de bolsa neoyorquino que, junto a sus colegas, amasó a finales de los 80 y buena parte de los 90 una descomunal fortuna estafando millones de dólares a inversores vendiendo acciones basura de las que sacaba cuantiosas comisiones. Mientras su empresa alcanza la cima y él se entrega a los placeres más hedonistas, el FBI se acerca a su imperio de excesos.
 
 
 
La película dignifica ese concepto a veces tan parodiado de "basada en una historia real" y sigue la transformación de Jordan Belfort, que empieza como un joven recién casado y que solamente bebe agua y que llegado a Wall Street se convierte en un estafador adicto a la prostitución y las drogas. Después de amasar una enorme fortuna en un tiempo récord, el verdadero Jordan Belfort se la gastó de la forma más absurda en mujeres, tranquilizantes, cocaína, coches, una nueva esposa (una supermodelo) y un deseo ilimitado de poseerlo todo, porque para él (y muchas veces con razón) todo está en venta.
 
 
 
No es la primera vez que el cine retrata la codicia capitalista del mundo de las finanzas, algo que ya retrató Oliver Stone en los años 80 en "Wall Street", donde Charlie Sheen era el jovencito honrado que caía en las redes del millonario sin escrúpulos, el Gordon Gekko que magníficamente interpretó Michael Douglas. También "La hoguera de las vanidades" o "American Psycho", basadas en las novelas de Tom Wolfe y Bret Easton Ellis retrataban todo aquel submundo lleno de "yuppies", de tipos tan detestables como carismáticos, aunque con un mayor cinismo, sin creer en la posibilidad de redención que defendía Stone en su película. Scorsese demuestra que a sus 71 años ha visto de todo y opta por esa senda más descreída a la hora de mostrar un universo dominado por la avaricia, en el que todo el mundo aspira a hacerse rico para tener una vida mejor y que los que defienden la modestia no son más que frustrados aspirantes a ricos.
 
 
 
Belfort, con todos sus defectos, es el más listo de un grupo de individuos que no son los más listos de la clase, pero que son buenos vendiendo ese deseo de riqueza en los demás, consiguiendo que inviertan sus ahorros en acciones que no les llevarán a ninguna parte, más que para engordar los bolsillos de los que les están estafando. Un tema que está de plena actualidad con la actual crisis, en la que se han puesto de manifiesto diversas corruptelas que han enriquecido a unos pocos y empobrecido al resto y que Scorsese muestra con la amargura de ser un fenómeno cíclico. Belfort comienza su carrera coincidiendo con el hundimiento de la bolsa de Wall Street en 1987 y cuando todo el mundo cree que el orden económico va a cambiar y van a hacerse las cosas de otra manera, Belfort es un ejemplo de que la historia y los ciclos económicos siempre se repiten y no tardará en enriquecerse con los mismos métodos que provocaron ese hundimiento y que serían los antecedentes de la caída de 2008, que todavía sufrimos con virulencia en países menos desarrollados que Estados Unidos.
 
 
 
Además de su clarividencia a la hora de analizar todas estas dinámicas sin sermonear, Scorsese deja muestras de que sigue estando en forma como realizador y no duda en mostrarnos (con la inestimable ayuda del ágil montaje de su habitual colaboradora Thelma Schoonmaker) todo el desmadre vital de sus protagonistas, que provoca no pocas risas en el espectador al ver a semejante cuadro de idiotas haciendo lo que les da la gana sin el menor pudor. La risa de "El lobo de Wall Street" es la misma que provoca algún "reality show" lleno de frikis, la risa de ver a alguien que es ridículo pero que al mismo tiempo se lo está llevando crudo gracias a la colaboración de una ciudadanía que en muchos casos desea ser como ellos. El Gordon Gekko de "Wall Street" era un hijo de perra, pero causó que no pocos jóvenes quisieran ir a Wall Street para ser como él por la sensación de éxito que desprendía e intuyo que no pocos espectadores acabarán apreciando a Belfort por lo bien que se lo pasa, a pesar de lo reprobable de sus actos y de las consecuencias que pueda tener. Aquí en España tenemos un ejemplo similar en Mario Conde, que robó lo que pudo en su época de magnate bancario y ahora escribe libros y da conferencias sobre modelos económicos, con gente dispuesta a escucharle.
 
 
 
Leonardo DiCaprio está excelente en la piel de Jordan Belfort, por mostrar la forma de ser de un personaje que por exagerado podría ser paródico y que DiCaprio sabe interpretar con el punto exacto para no cruzar la débil frontera entre lo sublime y lo ridículo. DiCaprio ha crecido como intérprete a la sombra de Scorsese y ya en "Shutter Island" mostraba una madurez que dejaba a años luz a aquel niñato que fue en "Titanic", destinado a poblar paredes, carpetas y sueños húmedos de adolescentes y a hundirse en el recuerdo una vez que pasara su momento de gloria. El actor ha sabido reinventarse y en los últimos años ha firmado interpretaciones destacables en filmes de Scorsese y en otros como "Revolutionary Road", "Origen", "J. Edgar" o "Django desencadenado".
 
 
 
Si Di Caprio ha seguido la estela de DeNiro en el cine de Scorsese, tampoco le va a la zaga un Jonah Hill que aquí tiene el rol que Joe Pesci tuviera en "Toro salvaje", "Uno de los nuestros" o "Casino", el de tipo poco agraciado y de carácter explosivo, mano derecha del protagonista. Yo le cogí mucha manía a Hill tras verle en "Supersalidos", una película que habría firmado el director de "Pretty Woman" si hubiera querido hacer una comedia adolescente, por ñoña tras su pretendido gamberrismo. Fuera del registro cómico, Jonah Hill supo mostrar su talla como actor dando la réplica sin despeinarse a Brad Pitt en "Moneyball" y aquí vuelve a mostrar que es un buen actor que merece hacer algo más que comedias tontorronas. Algo que también le ha pasado a Matthew McConaughey, excelente en su breve papel y que protagoniza mi secuencia favorita de la película, en la que le da unos cuantos consejos al personaje de Belfort en sus inicios en el mundo de las finanzas.
 
 
 
Todos los intérpretes rayan a buen nivel, con pequeños papeles para el francés Jean Dujardin ("The Artist") como un banquero suizo, los directores Rob Reiner ("Cuando Harry encontró a Sally") como padre de Belfort y Spike Jonze ("Cómo ser John Malkovich", "Adaptation"), como uno de los primeros jefes de Belfort, incluida la desconocida Margot Robbie como rubia cañón que acaba siendo la mujer-trofeo del protagonista. Además de una belleza fuera de toda duda, Robbie sabe darle empaque a un papel en el que podría haberse quedado simplemente en el estereotipo de mujer florero.
 
 
 
Dichos todos los elementos a favor, debo decir que la película no me parece una obra maestra, como ya han concluido muchos, pues donde ellos ven un sobresaliente yo veo un notable. Scorsese muestra su pulso y su estilo de narración marca de la casa, con la voz en off del protagonista y los temas musicales de rock y blues presentando varias escenas, pero no evita caer en una cierta sensación de repetición llegado un determinado momento, de manera que las tres horas de metraje llegan a hacerse cansadas. Hay varios momentos por separado para recordar en esta película, pero al conjunto en general le acaba faltando algo para dejar ese regusto que dejan las grandes películas. De la colaboración Scorsese-DiCaprio "Shutter Island" me parece la más redonda hasta la fecha.
 
 

viernes, 17 de enero de 2014

Cada uno con su "pedrada"

Hace unos días se celebró la ceremonia de entrega de los Globos de Oro, unos premios que rinden homenaje a las que dicen que son las mejores películas del año y una de las ganadoras fue la joven Jennifer Lawrence, una actriz que a sus 23 años es uno de los nombres de moda en Hollywood por su participación en las películas de "Los juegos del hambre" y que ganó el año pasado el Oscar por su participación en "El lado bueno de las cosas". En estos últimos Globos de Oro ganó a la mejor actriz secundaria por su papel en "La gran estafa americana", papel por el que ha sido nominada a otro Oscar y ya se han hecho notar algunas voces que consideran a la actriz muy sobrevalorada y a la que se le da una atención desmesurada, el clásico principio de acción y reacción que tiene lugar cuando a alguien se le mete por los ojos algo con mucha insistencia, que acaba saturándose y criticándolo. No he visto aún "La gran estafa americana" para ver si merece ser galardonada por su papel, pero reconozco que me parece exagerado que le dieran un Oscar por "El lado bueno de las cosas", donde estaba bien porque es buena actriz, pero de ahí a un Oscar ya fue pasarse un poco. Aunque bien es cierto que si hablamos de gente que tiene Oscars y gente que no, entraríamos en una polémica que daría para varias entradas. Y no es de eso de lo que quiero hablar en esta ocasión.
 
 

Saco a colación a Lawrence y su premio por "El lado bueno de las cosas" porque estos días me he acordado de uno de los temas que trataba la película, el hecho de que todos tenemos nuestras excentricidades y nuestras rarezas, que para nosotros son un mundo y que para los demás pueden parecer ridículas, al tiempo que los otros tienen otras inclinaciones que podemos no compartir. Por ejemplo, a mí me gusta mucho el cine y hablar sobre cine, es difícil pasar un rato conmigo y que no acabe saliendo el tema porque para mí el cine es importante, una fuente de diversión, entretenimiento y también lecciones para la vida, temas que dan que pensar. Yo soy de los que las madrugadas en las que se entregan los Globos de Oro o los Oscar se quedan levantados para seguir lo que está pasando y que se alegran o se indignan si ganan o pierden sus actores o directores preferidos. Soy de los que polemizan sobre si éste es mejor que aquel, sobre si ésta película es mejor que aquella otra y me gusta leer o escuchar las opiniones de otros. Pues bien, cuando un día leí por la blogosfera que una persona se ponía películas para planchar o mientras miraba las redes sociales en su móvil, a modo de fondo sonoro, me llevé las manos a la cabeza. Yo, que soy de los que cuando empieza una película pide silencio y toda la atención para disfrutar la experiencia, leía que alguien se ponía una película y le prestaba atención a ratos mientras hacía otras cosas, para mí algo inconcebible, de poner el grito en el cielo.
 
 

Y al principio me indigné mucho al saber que había gente que maltrataba tanto al séptimo arte, tratándolo de esa manera tan chusca, pero luego empecé a pensar. Pensé en como todos tenemos nuestras preferencias y si a mí me parecía horrendo ponerse una peli mientras se plancha, igual a esa persona podía parecerle horrendo que estuviese trasnochando para seguir unos premios en los que yo no tenía nada que ver y alegrándome o entristeciéndome por gente que ni sabía de mi existencia. Y es gracioso lo que pasa cuando ves las cosas desde fuera, cómo te das cuenta de que pasa lo que una vez le oí definir a una persona como "aquí cada uno con su pedrada", con su particular locura, una frase oída hace años y que sigo recordando. Porque lo cierto es que hay "pedradas" ajenas que me producen risa o asombro y "pedradas" mías que pueden producírselo a otros.

Hay gente muy pasional con el tema futbolístico que estos días no ha dejado de hablar de otro premio caracterizado con el color dorado, el Balón de Oro y han experimentado sensaciones similares a las mías, cambiando intérpretes y directores por futbolistas y entrenadores. Ahí están todos esos medios de comunicación que dedican páginas y horas a tratar temas que a la mayoría no nos van a solucionar la vida y que vistos con los ojos de alguien no aficionado son una pérdida absurda de tiempo. Sin salir del deporte, ahí tenemos esos casos de gente que no puede irse a dormir sin haber salido a correr o haber pasado por el gimnasio, gente que experimenta placer en los esfuerzos físicos que les llevan al extremo y a las agujetas, para los que forzar su cuerpo es como una droga que necesitan para equilibrar su mente. Para alguien que no practica deporte puede parecerle absurdo y hasta ridículo, pero para los aficionados es lo más.
 
 

Podemos hablar de los que necesitan salir de fiesta todos los fines de semana y emborracharse para no sentir que están desperdiciando su vida, podemos hablar de los que coleccionan sellos o monedas, de los que construyen barquitos dentro de botellas, de los que están pendientes del último aparato tecnológico, de los aficionados a los coches, de los aficionados a la fotografía, de los que les gusta la moda, de los que les gustan los vídeos de animales y niños pequeños, de los que leen un libro en tres días, de los que solo leen revistas, de los que ponen la televisión o una película para reír o llorar o de los que lo hacen para quedarse dormidos, de los que trasnochan, de los que se levantan cuando aún no ha amanecido, de los que necesitan ir al campo o de los que necesitan la ciudad. Y así podríamos seguir hasta el infinito, citando aficiones que a los que no nos interesan nos pueden parecer pamplinas o tonterías, pero que forman parte de las inclinaciones de cada uno, de la "pedrada" de cada uno. Como estar escribiendo este blog en lugar de dedicar el tiempo a otras cosas, que lo hago porque es una de mis "pedradas" y me gusta mucho.
 
 

Es saber darse cuenta de estas cosas lo que nos hace ser más tolerantes. Porque como cantaban los Jarabe de Palo (todas su canciones me suenan igual, pero ésta en particular me gusta), de según como se mire todo depende.

miércoles, 15 de enero de 2014

"A propósito de Llewyn Davis" y "Pensé que iba a haber fiesta". Casualidades que marcan nuestra vida

"A propósito de Llewyn Davis" es la nueva película de los hermanos Coen, Joel y Ethan, unos hermanos judíos de Minnesota que han conseguido el sueño de muchos realizadores de hacer prácticamente lo que les venga en gana en el cine de Hollywood y al mismo tiempo formar parte de la industria, con un montón de actores deseando trabajar con ellos en cualquier proyecto que se les ocurra. Ganadores del Oscar con películas como "Fargo" y "No es país para viejos", los Coen llevan 30 años de carrera, desde que debutaran con "Sangre fácil", en los que han hecho desde un cine más personal y minoritario ("Barton Fink", "Un tipo serio"), a uno más comercial ("Crueldad intolerable", "Ladykillers", "Valor de ley"), pasando por otras películas de culto ("El gran Lebowski").
 


Nueva York, años sesenta. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un joven cantante de folk que actúa en el barrio de Greenwich Village. Con su guitarra a cuestas, durante un frio e implacable invierno, lucha por ganarse la vida como músico. Sobrevive gracias a la ayuda de sus amigos y de algunos desconocidos a los que presta pequeños servicios. De los cafés del Village se traslada a un club de Chicago hasta que le surge la oportunidad de hacer una prueba para el magnate de la música Bud Grossman (F. Murray Abraham).
 
 
 
Con "A propósito de Llewyn Davis" los Coen hablan de la escena de la música folk estadounidense a principios de los años 60 a través de un personaje ficticio inspirado en Dave Van Ronk, un músico de los muchos que entonces trataban de abrirse camino en un campo poco comercial que revolucionaría la llegada de Bob Dylan por aquellos años. Pero Dylan fue solo la punta de un iceberg que dejaba bajo el agua a muchos autores que nunca pasaron del anonimato, como Llewyn Davis. Davis es un perdedor en toda regla, alguien a quien casi nadie toma en serio a pesar de su talento musical y él mismo tampoco es muy avispado en sus decisiones, que odia que le pidan cantar fuera del escenario como si fuera un mono de feria, buscando un aura de integridad artística que por ser mal administrada le hace ser cada vez más olvidado por los demás. Davis es bueno en lo que hace, pero es un capullo que tampoco tiene muy buena suerte en sus elecciones vitales.
 
 
 
Davis duerme en los sofás de amigos porque el poco dinero que gana no le llega para pagarse un apartamento, sus relaciones con las chicas nunca llegan a buen puerto y no puede dejar de sentir que su vocación solamente le lleva al camino de la derrota, incapaz de englobarse en un sistema en el que la integridad artística debe sacrficarse para poder triunfar. En este sentido, es muy curioso el momento en el que Davis decide poner su talento a cambio de dinero en una canción alejada de su estilo, bastante más seco.
 
 
 
No es difícil deducir una cierta identificación entre este Llewyn Davis y los hermanos Coen, que en alguna ocasión han vendido sus talentos por películas comerciales para poder hacer las más personales. Una identificación que puede ser aplicable a cualquiera que quiera vivir de las creaciones artísticas manteniendo su independencia y viendo como personas mucho más torpes se lo llevan crudo mientras ellos se mueren de hambre. Es curioso  el guiño cinéfilo en el que F. Murray Abraham hace de productor que decide quién vale y quién no, habiendo interpretado en su día en "Amadeus" a Salieri, el músico oscurecido por el éxito de Mozart.
 
 
 
Hay que destacar el estupendo trabajo de Oscar Isaac, un actor al que descubrimos en "Ágora" y que luego ha aparecido en producciones como "Drive". Isaac canta por sí mismo todas las canciones con buen pulso y muestra esa compleja personalidad de un Davis que da risa y pena a partes iguales. Él es el gran protagonista de un relato que cuenta con breves apariciones de una guapa Carey Mulligan como un antiguo amor de Davis o Justin Timberlake como el actual novio de ésta, un cantante mucho más exitoso que Davis. También hay lugar para apariciones de alguno de los habituales en el cine de los Coen como es John Goodman, que interpreta a un estrafalario artista de jazz, uno de los bizarros personajes marca de la casa de unos hermanos que siempre han tenido claro que el mundo es un lugar con muchos absurdos, ante el que no sabemos si reír o llorar.
 
 
 
En un tono también tragicómico podríamos encuadrar a la película argentina "Pensé que iba a haber fiesta", en la que se pone a prueba la relación entre dos amigas de muchos años cuando una de ellas inicia una relación con el ex marido de la otra.
 
 
 
Ana (Elena Anaya) y Lucía (Valeria Bertuccelli) son dos buenas amigas que lo comparten todo y cuidan la una de la otra. En plenas vacaciones de Navidad, Lucía le pide a Ana que cuide su casa mientras ella pasa unos días fuera, pero un encuentro casual e inesperado de Ana con el ex marido de Lucía (Fernán Mirás) activará una relación que pondrá en peligro su amistad.
 
 
 
La directora argentina Victoria Galardi habla los sentimientos de pertenencia, los celos y las rivalidades encubiertas en una película que además nos trae de vuelta a Elena Anaya, a la que no veíamos en cine desde "La piel que habito" y que ha tenido que irse a Argentina a buscar una oportunidad. Anaya es precisamente una actriz española en Buenos Aires que se ha instalado allí para encontrar más papeles y que pasa los veraniegos días de Navidad en casa de su amiga con el objetivo de relajarse y no ver a nadie, hasta que el ex marido de su amiga se cruza en el camino y le hace replantearse si vale la pena confesárselo a su amiga. Si está bien entablar una relación con alguien que ha sido el gran amor de su amiga o si es mejor pasar página porque la vida sigue y va cambiando para todos.
 
 
 
"Pensé que iba a haber fiesta" es una de esas películas que dejan caer algunas preguntas en lugar de resolverlas y en la que se echa en falta un poco más de metraje para tratar de responderlas. Porque se echa de menos saber un poco más sobre los motivos de Ana y Lucía para que sea tan problemática la relación con el ex marido de Lucía, del que se separó hace años. Quizá sentimiento de propiedad de la ex mujer a pesar de la separación, quizá celos, quizá deseo de Ana de quedar por encima de Lucía al envidiar su acomodada vida, quizá un deseo oculto entre ambas que nunca ha sido desvelado. Muchas preguntas que una vez que se vé la película quedan en el aire, demasiado en el aire y ese es el principal pero que se le puede poner a este filme, por otra parte interesante, rodado con sencillez y naturalidad y con buenas interpretaciones de Anaya y Bertucelli.



Dos películas que hablan sobre relaciones humanas, sobre lo que a veces se dice y lo que a veces se calla y sobre las casualidades que nos vienen desde fuera y que muchas veces determinan nuestras vidas.