martes, 30 de julio de 2013

El síndrome del "ya te llamaremos" y otras inseguridades



Hay ocasiones en las que varias personas optan a un mismo cometido que les interesa mucho y compiten entre ellas por ver quién ganará, por ver quién conseguirá llevarse el gato al agua. Todos presentan sus credenciales, exponiendo sus méritos, a veces incluso exagerándolos mientras tratan de disimular sus defectos. Tratan de mostrarse simpáticos e interesantes en el cara a cara y buscan convencer de que ellos son la opción ideal sobre todas las demás. Al final, uno de ellos convencerá un poco más que el resto y será quien se quede con el puesto. Creerán que estoy hablando de conseguir un trabajo, pero lo cierto es que todo esto podría ser aplicable a la hora de buscar una pareja o en las relaciones humanas en general.

Puestos a analizar cosas que les haya pasado a todo el mundo en alguna ocasión, creo que una de las que se llevaría la palma es el síndrome del "ya te llamaremos". Todos hemos pasado alguna vez por ese momento en el que alguien nos dice esa frase, que ya se mantendrá en contacto con nosotros. Y no es algo exclusivo del ámbito laboral, de cuando se opta a un trabajo y se pasa la pertinente entrevista y te despiden con esa sentencia, que muchas veces es un puro formalismo para no decir que no te hagas muchas ilusiones, que el puesto no será para ti. Es curioso la de ámbitos en la vida en los que nos llegan a decir eso. Pienso en esas amistades que te dicen que te llamarán y que ya las verás algún día y ese es el síntoma de que seguramente no las veas el pelo en mucho tiempo. Pienso en esos amores fracasados antes de empezar, cuando ambas partes cierran con un "ya veremos" la declaración de una de ellas y que suele ser el preludio de una relación amorosa imposible y de una amistad ya quebrada, porque nunca surgirá el amor de ahí y ya no se puede volver atrás.

Y a veces ves cómo otra persona se lleva lo que tú deseabas y te preguntas "¿por qué?", "por qué esa persona vale y yo no?", "qué tiene que no tenga yo?". Una de las máximas que siempre ha atraído mi atención es aquella en la que se asegura que, hagas lo que hagas y por bueno que te creas, siempre habrá alguien mejor que tú y por eso que me tomo los halagos con satisfacción pero también con moderación. Es cómo aquello de "tu curriculum es bueno, pero hay muchos otros similares y también mejores", así que tampoco te puedes hacer muchas ilusiones. Y también hay ocasiones en las que en vez de quedarme con lo bueno, tiendo a pensar en que hay otro que lo hace igual o mejor que yo y empiezo a rabiar, contra el otro, contra la persona que lo prefiere a él y contra mí mismo por no estar a la altura. Sé que es una tontería enfadarse por eso, pero en ese momento pierdo de vista ese pensamiento de que siempre habrá alguien igual o mejor que tú, que te quita de ser un presumido crecido, pero también te hace muy vulnerable e inseguro, por pensar que otro vendrá y lo que deseas se llevará. 

Las inseguridades forman parte de todos aunque especialmente de la gente que tiene un carácter que tiende más a la introspección y a cuestionarse a sí mismo, lo que viene bien para plantearse según que cosas, pero que puede ser perjudicial para la seguridad que tiene en sus capacidades. Así se ve a tanta gente que vale mucho y que no desarrolla su potencial por vergüenza, miedo o desconfianza y gente que acaba haciéndose insoportable porque su inseguridad les lleva a ser suspicaces ante lo que piensen los demás de ellos, a estar a la defensiva y defenderse atacando. A atacar porque se sienten atacados por su inseguridad y eso aumenta su aislamiento.


Aunque suene a moraleja del estilo sensiblero y políticamente correcto, lo que debería de hacerse es tratar de ser uno mismo y lidiar como se mejor se pueda con los demás y nuestras circunstancias. Seguramente muchas veces no seremos los elegidos para la gloria y ésta se la llevarán otros que no sean mejores, pero que igual saben venderse mejor que nosotros, que transmiten una mayor seguridad en sus posibilidades y por eso se hacen más atractivos. Porque podemos ser los peores enemigos de nosotros mismos y ya salir derrotados al campo de batalla que es la vida o pensar en que podemos llevarnos alguna que otra victoria. Y que si muchos dicen "ya te llamaremos" otros vendrán que no se limitarán a decirlo y lo harán de verdad.


miércoles, 24 de julio de 2013

Ser un búho

Si alguna vez me preguntaran cuál es el animal con el que más podría sentirme identificado o en el que me gustaría reencarnarme, creo que diría un búho, aunque sólo fuera por los hábitos de sueño. Los que me conocen un poco saben que me gusta trasnochar, que es más fácil encontrarme en funcionamiento a las 12 de la noche que a las 12 de la mañana. En mi casa mi madre suele recordar que eso es algo que ya hacía desde recién nacido, cuando me pasaba el día adormilado y por la noche estaba despejado, con los ojos abiertos como platos. Y recuerdo también como de pequeño odiaba acostarme a las 11 de la noche porque quería quedarme viendo la tele como hacían los mayores. Fue en la adolescencia donde mi vena trasnochadora empezó a consolidarse, cuando me hice con una radio y empecé a escuchar los programas deportivos de medianoche, hasta entonces vetados para mí y la hora de acostarse pasó a ser la 1 de la madrugada aunque a la mañana siguiente tuviera que madrugar para ir al colegio.
 
 
 
El año en que cursé COU (ahora 2º de Bachillerato) me aficioné mucho a un programa de humor que echaban en Onda Cero que se llamaba "Ya te digo" y que presentaba Alfonso Arús, que me caía simpático desde los tiempos en que le veía en la televisión en programas como "Vídeos de primera", "El chou" o "Al ataque" (programas que nunca veía terminar y que siempre dejaba de ver en alguna pausa publicitaria porque me hacían ir a la cama). Aquel "Ya te digo" comenzaba a las 12 de la noche y terminaba a la 1.30 de la madrugada y me divertía tanto todo lo que hacían, con parodias de personajes famosos y sketches de humor bizarro que me lo escuchaba entero y al día siguiente debía levantarme a las 8 de la mañana. Esa fue la época en la que descubrí el poder reparador de las siestas por la tarde, cuando llegaba baldado del colegio después de varias horas y de que la noche anterior se me hiciera tarde. Ese fue el inicio de una espiral que hoy sigue, corregida y aumentada.
 
 
 
El primer año de carrera fui por la mañana y acostumbrado a acostarme tarde, los madrugones se me hacían insoportables (además de por la baja calidad de algunas clases) y ese curso lo pasé mal. Curiosamente, COU y el primer año de universidad fueron mis peores años a nivel académico, donde el sueño arrastrado no era el mejor consejero para hacer los deberes. Fue a partir del segundo curso, cuando empecé a ir por la tarde, cuando todo cambió, cuando empecé a acostarme aún más tarde, como a las 3 o 4 de la mañana y a levantarme cerca del mediodía. Mi rendimiento en notas mejoró y yo mismo empecé a sentirme mejor, más despierto, más espabilado y más productivo y durante años mantuve esa rutina.
 
Cuando empecé a trabajar me tocó volver a madrugar, a levantarme a las 9 de la mañana y a acostarme pronto y así estuve cuatro años, más mal que bien, con el agobio de que se acercaba la medianoche y me quedaba poco para irme a dormir para estar en condiciones al día siguiente. No era lo ideal para mí y eso se demostraba en que los fines de semana y festivos, cuando ya no tenía la obligación de levantarme pronto volvía a mis hábitos de trasnochar. Y ahora me encuentro en un trabajo nocturno, en el que entro a las 9 de la noche y salgo a primeras horas de la mañana, un trabajo que se ha amoldado a esos hábitos nocturnos. En los últimos días he visto en Internet algunos artículos sobre hábitos de levantarse y acostarse de la gente y de cómo los hay más propensos a trasnochar sin que eso sea nada malo.
 
 
 
 
 
 
Me han dicho varias veces que cómo aguanto los horarios que llevo y yo siempre digo que bien. Que llego a mi casa, cierro la persiana y me acuesto y duermo las horas de seguido, como si fuera de noche, no me supone mayor problema. Veo a compañeros míos de horario que tratan de normalizarse los horarios en los fines de semana y que lo pasan mal, porque su cuerpo está cambiando constantemente los biorritmos y siempre están cansados, mientras que yo llevo el horario regularmente y me encuentro bien, con la mente despejada. Me dicen que es un horario que quita vida social, porque hace que me mueva al revés de la mayoría, pero yo veo a los que trabajan de día y que cuando acaban la jornada están cansados, se van a su casa y no hacen nada hasta el fin de semana, lo mismo que hago yo.
 
 
 
El problema es a veces hacer entender que ni siendo tu día libre puedes ir a ningún lado a las 12 de la mañana, porque para mi cuerpo eso es como pedir a alguien con horario diurno que vaya a un sitio a las 4 de la madrugada, todo un palizón y una manera de no estar a gusto. Es en ese sentido donde he tenido los mayores problemas, en no estar disponible por las mañanas, cuando muchos se mueven y sí estarlo por las noches, cuando muchos duermen. Compaginar los horarios con el resto del mundo (o apenas no ver la luz del día en invierno) es la mayor traba que tenemos los que somos búhos. Se dice que los búhos podemos tener algunas ventajas en rendimiento mental y que podemos ser más creativos, emocionales y discrepar más de las pautas sociales. Pero lo cierto es que nuestros horarios puedan sonar extraños o que nos llamen vagos por no saber madrugar (yo no creo que nadie sea vago por no poder quedarse despierto hasta las 4 de la mañana, aunque eso ya va con la capacidad de comprensión de cada uno). Los hay que necesitan levantarse pronto para estar bien y los hay que necesitamos hacerlo más tarde para conseguir el mismo efecto.
 
 

 

viernes, 19 de julio de 2013

I love you






 
 


 
 

 
 


Cuando era más joven lo de decir "te quiero" me parecía pueril, algo que se decía de padres a hijos o viceversa y entre parejas y por ello me sonaba a ñoño. Hoy puedo decir "te quiero" sabiendo qué es lo que se siente cuando se dice la expresión. Dos palabras que verbalizan un fuerte sentimiento que nos hace necesitar a la persona que lo inspira, dos palabras que buscan expresar todo aquello que la otra persona nos aporta, todo lo bueno que nos da y el aprecio que nos merece a pesar de sus defectos o de los disgustos que nos pueda dar. La verbalización de esa sensación que sentimos en el corazón y en el alma, que nos dice que todo irá bien aún cuando todo parece ir tremendamente mal.
 
Hoy quiero decorar esta entrada con imágenes que me traen a la cabeza y me recuerdan momentos vividos con esas personas a las que puedo decir "te quiero" sin sentir ninguna vergüenza y con total tranquilidad, porque sé que es eso lo que me hacen sentir y no necesita disfrazarse con más palabras.
 
Y para rematar, un poema ya conocido del "Fénix de los ingenios", don Félix Lope de Vega Carpio, que hace algunos siglos ya escribió sobre el tema del amor, un tema que nunca pasa de moda y que siempre está de plena actualidad, como demuestran sus palabras.
 
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

 

jueves, 11 de julio de 2013

Ideas y actitudes periodísticas

Estos días se habla mucho de las cosas que hace Televisión Española, que pasa de puntillas en sus informativos sobre los escándalos que afectan al partido que gobierna y mientras tanto emite noticias sobre la forma de vestir de las chicas y otras de carácter buenrollista que ocultan un sentimiento conservador, sobre gente que supera la crisis, para vender la imagen de que no estamos tan mal. Para aliviar a aquellos que puedan tener la tentación de echarse a la calle para correrles a gorrazos a los que mandan. A mí eso no es algo que me sorprenda, me parece coherente que ese medio sea la voz de su amo, como lo son todos. Otra cosa es que nos lo traguemos todo tal cual, eso es lo preocupante, esa falta de espíritu crítico con lo que vemos, de no contrastar las cosas que nos dicen. Porque cuando sólo se atiende a una fuente es muy fácil contaminarse de ideas que pueden ser falsas, que son expuestas porque a la empresa les interesa contarlas de ese modo. Por eso en todas las dictaduras lo primero que se hace es secuestrar la información y solo dar la versión “oficial” de lo que pasa, para que la gente coma de la mano y no se sobresalte. Por eso dan tanto miedo a los grandes poderes los espías de turno que revelan secretos de Estado, porque destruyen esa ilusión de que todo el mundo es bueno y los malos son los otros.


Como he comentado alguna vez, en mi juventud había cosas en las que era muy ingenuo y en las que todavía tenía que aprender. Pero recuerdo cuando en la facultad nos contaban aquello de que el periodista debía siempre contar las cosas con objetividad, mostrando la menor opinión posible y a mí ya entonces me daba la risa floja por tener que estar oyendo esos cuentos chinos que no se creía ni el que los contaba. Eso es algo que igual se estilaba hasta hace unos años, lo de no editorializar mucho los hechos noticiosos, pero hoy día si abres cualquier periódico, en papel o digital, todo vienen a ser crónicas de lo que sucede, con el que las firma mojándose a base de bien. En los informativos de radio y televisión pasa un poco lo mismo y ya es complicado encontrar a un busto parlante que no exprese algún tipo de opinión. Y creo que nadie que tenga un poco de sentido se traga aquello de la objetividad, porque a estas alturas ya todos sabemos de qué pie cojea cada medio informativo.

Yo trabajo actualmente para uno que, en palabras de sus propios directivos, se dirige a un público de ideología de centro-derecha (cuando vean eso de centro-derecha piensen en que “centro” es un eufemismo) de entre 35 y 55 años, porque a la gente más joven no les interesa mucho el producto y a la gente mayor de 55 sí que les interesa más, pero son viejos y consumen poco, así que para captar anunciantes no es el público más apetecible por su gran especialización (vean los anuncios de otras empresas de “centro-derecha”, con adhesivos para dentaduras postizas, métodos para no caerse en la ducha y pérdidas de orina). Este perfil de audiencia la tienen todos los medios, porque todos se dirigen a ese nicho en el que sienten que son más apreciados y en el que pueden sacar más rendimiento publicitario. Hasta ahí todo comprensible, no creo estar descubriendo nada muy novedoso.

Lo que me llama la atención cuando comento a gente que se mueve fuera del ámbito de los medios de comunicación que trabajo en un medio de “centro-derecha” son las bromas y comentarios. Sobre si todo el mundo en la empresa es conservador o rezan el Rosario en trabajo y yo siempre comento que eso depende de cada uno, porque hay medios de corte más progresista donde trabaja gente muy conservadora y medios más rancios en apariencia y donde hace su labor gente de lo más liberal. Hay infinidad de casos en los que te encuentras trabajando en una empresa cuyos ideales no compartes, porque en este oficio, como en muchos otros, trabajas donde te dejan, no necesariamente donde te apetece. Por eso es un error meter en el saco a todos los trabajadores de una empresa periodística cuando su línea editorial te parece repulsiva, porque eso siempre son órdenes de arriba con las que tienes que comulgar si no quieres verte en la calle. Por eso me da pena cuando a un reportero de tal medio le zarandean e increpan en concentraciones de gente contraria a las ideas de la empresa a la que pertenece, porque ese periodista zarandeado no es más que un chico de los recados, un soldado al servicio de generales que dictan las guerras sin salir de su despacho.


No es que pretenda dar una visión cínica del mundo informativo, simplemente creo que deberían tenerse en cuenta una serie de razones antes de interpretar una información, saber cuáles son las características del medio que la ofrece y que pretensiones tiene, fomentar un espíritu crítico en lugar de tragárselo todo tal cual, que es más cómodo pero más empobrecedor. No puedo evitar sentir entre risa y lástima cuando veo a alguien enfadarse por lo que cuentan en una noticia, quedándose solamente en lo contado y sin fijarse en el subtexto, en lo que no se cuenta o lo que se cuenta como muy por encima. Eso es lo que deberían haberme enseñado aquel día en el que me contaban aquellas cosas tan bonitas sobre la objetividad, que es como seguir hablando de los Reyes Magos a chavales de 18 años.

Por cosas así es por las que este mundo es tan fascinante, tan bonito a veces y tan miserable en otras ocasiones. Un mundo que es acusado de manipulación y con razón, con creadores de opinión que gustan de soltar chorradas para crearse un personaje provocador y borde que les permita vivir como tertulianos, porque siendo más imparciales nadie se iba a quedar con su nombre. Porque muchos intentan meter mano en lo que se cuenta para que se adapte a sus intereses y pregonan cosas que ni ellos mismos hacen (sé de muchos periodistas consolidados que van de adalides de la igualdad y del control en el gasto público y tienen hasta un chófer que les lleva al trabajo). Un mundo que empezó a interesarme a los 10 años, cuando empecé a leer mis primeros periódicos y ya entonces oía hablar de crisis en España (este país de escaso tejido empresarial y economía basada en la improvisación del que salimos en una crisis para entrar en otra). Un mundo en el que a veces me apetece estar en el centro de todo el meollo y del que a veces desearía estar lejos, en un lugar en el que pudiese hacer mis cosillas sin que me dieran la lata.

A los periodistas se nos reconoce porque siempre hablamos de periodismo con mucha pasión, como si no hubiera otra cosa en el mundo, por eso en este blog no me gusta hablar mucho sobre asuntos periodísticos. Aunque hoy me van a permitir la excepción.


martes, 9 de julio de 2013

"La mejor oferta" y "Star Trek: En la oscuridad", personajes planteándose su ser

 
“¿Cómo es vivir con una mujer? Como una subasta, nunca sabes si eres su mejor oferta”

 
Este fin de semana fui a mi habitual cita con el cine a mezclar un poco los géneros y vi un drama romántico con toques de thriller ambientado en el mundo del arte y una gran superproducción desarrollada en un próximo futuro. Hoy hablaré de "La mejor oferta" y "Star Trek: En la oscuridad".

En "La mejor oferta" Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un hombre solitario. Un excéntrico experto en arte y agente de subastas, muy apreciado y conocido en todo el mundo. Su vida transcurre al margen de cualquier sentimiento afectivo hasta que conoce a una hermosa y misteriosa joven (Sylvia Hoeks) que le encarga tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres. La aparición de esta joven, que sufre de una extraña enfermedad psicológica que la mantiene aislada del mundo, transformará para siempre la vida de Virgil.
 
 
"La mejor oferta" es la nueva propuesta de Giuseppe Tornatore, un director al que se conoce sobre todo por sus relatos nostálgicos de la Italia de hace décadas, como "Cinema Paradiso" y "Malena" y cuya anterior película, "Baaría" era su particular revisión de su infancia en un pueblo siciliano, con ese retrato de caracteres tan pasionales y exagerados que siempre nos ha brindado el cine transalpino, tan cercano al nuestro en su costumbrismo. Con "La mejor oferta", Tornatore vuelve al territorio del thriller, que ya abordara en los 90 con "Una pura formalidad", aquella curiosa película protagonizada por Roman Polanski y Gerard Depardieu. Esta vez lo hace envolviendo al filme del aura de drama romántico, narrando la curiosa historia de amor entre un hombre que vive alejado del mundo y cuyo único interés es el arte y de una mujer también aislada por una extraña forma de agorafobia.
 
 
Lo mejor de la película es la construcción de su personaje protagonista, ese hombre que lleva guantes para evitar el contacto directo con el resto de personas y que solo se siente verdaderamente conectado al mundo a través del arte, el único momento en el que se quita los guantes para tocar las obras. Especialmente turbadoras y tristes son las visitas del personaje de Oldman a ese cuarto que tiene en su casa donde las paredes están decoradas con retratos de mujeres, esas mujeres a las que teme y adora por igual. Esas mujeres que le miran mientras se pregunta si algún día alguna de ellas se hará realidad. La extraña joven podría ser una de esas chicas del cuadro, una mujer con la que tiene que hablar a través de una pared y que se convierte en el único ser humano que Oldman desea conocer, un ser humano del que se va enamorando mientras pide consejos a un compañero (Jim Sturgess), un joven artesano del que envidia su éxito con las mujeres.


Como no podía ser de otro modo, Geoffrey Rush está espléndido y una vez más demuestra lo capaz que es para cualquier papel que le pongan por delante (tiene el récord de haber ganado los premios más importantes del mundo de la interpretación, el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA, el Emmy y el Tony). La desconocida Sylvia Hoeks cumple bien como la perturbada señorita Ibbetson y Jim Sturgess muestra que está a la espera de un papel protagonista en alguna superproducción que le lance a la fama, mientras que Donald Sutherland cumple con creces el rato que sale en pantalla como el amigo coleccionista que ayuda a Oldman a conseguir en las pujas lo que le interesa. A ello le sumamos una estupenda partitura de Ennio Morricone (colaborador habitual del director) y obtenemos una película muy interesante, que falla algo en su tramo final.


Debo confesar que lo que menos me gusta de esta película es el final, donde se destapa la sorpresa, donde más se notan los mecanismos del thriller y donde eché más en falta esa sobriedad y esa sensibilidad que se venían mostrando hasta entonces a la hora de narrar esa historia de dos corazones solitarios que se comprenden mutuamente mientras el resto del mundo los ignora. Hay ciertos guiños a ese Hitchcock voyeurístico y obsesivo de películas como "Vértigo", unas referencias que quedan un poco ahogadas por el sorprendente giro final.
 
 
Una película que con todo ello es de las que se queda en la cabeza un tiempo después de haberlas visto por la gran melancolía que desprende y con algunas citas para el recuerdo, como la que encabeza esta entrada.
 

Por su parte, en "Star Trek: En la oscuridad" cuando a la tripulación de la nave Enterprise le ordenan que regrese a casa, descubren una imparable y terrorífica fuerza que, desde dentro de su organización, ha hecho saltar por los aires la flota y todo lo que esta representa, sumiendo al mundo en una profunda crisis. Con un asunto personal que resolver, el capitán Kirk (Chris Pine) encabeza una incursión a un planeta en guerra para capturar a un hombre que es un arma de destrucción masiva (Benedict Cumberbatch). A medida que los personajes se van sumergiendo en una épica partida de ajedrez a vida o muerte, el amor se verá puesto a prueba, las amistades se romperán, y habrá que hacer ciertos sacrificios por la única familia que le queda a Kirk: su tripulación.
 
 

"Star Trek: En la oscuridad" es la nueva propuesta de Jeffrey Jacob Abrams, más conocido como JJ Abrams, un hombre que comenzó su carrera en los 90 como guionista a sueldo de películas tan variopintas como "A propósito de Henry" y "Armaggedon" (por el que fue nominado al Razzie al peor guión) y creando series de corte juvenil como "Felicity" (ideada junto a su amigo Matt Reeves, después director de películas como "Monstruoso" y "Déjame entrar"). El primer punto de inflexión de su carrera llega a partir de 2001 con "Alias" una serie de intriga y acción en la que Jennifer Garner daba vida a una sexy agente de la CIA. A partir de ahí, el nombre de Abrams empieza a ser reconocido en el mundo televisivo y su confirmación llega pocos años después con "Perdidos", una serie de culto que se convirtió en objeto de devoción por fans en todo el mundo. A raíz de eso, el cine llamó a su puerta y Tom Cruise le puso al mando de la tercera entrega de "Misión imposible", en su debut como director en la gran pantalla. Desde entonces ha firmado "Star Trek", "Super 8" y esta nueva entrega de las aventuras del capitán Kirk y el señor Spock mientras no ha dejado de producir y apadrinar productos en televisión ("Fringe" o "Person of interest") y ahora será el encargado de hacer las nuevas películas de la saga Star Wars, con lo que dejará su huella en ambas sagas planetarias, con miles de fans y que algunos han querido enfrentar en ocasiones a ver cual era mejor. Por de pronto, Abrams ya ha reconocido que nunca ha sido fan de Star Trek, pero que eso no ha sido obstáculo para dirigir estas películas.
 
 
Abrams ya demostró en "Super 8" que es heredero del cine de entretenimiento de los años 80, especialmente del producido por Steven Spielberg y esas son las coordenadas que han guiado toda su carrera hasta ahora y que se hacen patentes en esta nueva entrega de Star Trek. Abrams deja de lado los excesos solemnes de Christopher Nolan y da cuenta de un sólido espectáculo que sabe dosificar bien los momentos de acción con el desarrollo de personajes, haciendo que te intereses por lo que les pasa sin olvidar que al fin y al cabo es una producción que busca dar espectáculo y por ello tampoco anda escasa de artificio y efectos especiales.
 
 
Por ello, los actores son parte importante del acabado final y hay que resaltar la labor de todos ellos, con un Chris Pine que convence como el impulsivo capitán Kirk y un Zachary Quinto excelente como el siempre prudente señor Spock, su relación es la base de ambas películas y ambos protagonizan frecuentes encuentros y desencuentros, como si fueran una pareja. El malo en esta ocasión es el británico Benedict Cumberbatch, últimamente conocido por su papel de Sherlock Holmes en la serie de la BBC "Sherlock" y que es uno de esos actores, como Michael Fassbender, que a causa de su mirada turbia siempre resultan convincentes en papeles malvados.
 
 
Una de las cosas que me hacen gracia de estas películas (y que veo que tenían tambien las originales) es la inclusión de protagonistas femeninas que van de viaje de exploración al espacio con uniformes compuestos por faldas cortas y botas altas y llevan el pelo perfectamente cuidado y las uñas pintadas. Un toque kitsch para alegrar la vista del espectador masculino y que aquí tiene como exponentes a Zoe Saldana (una chica guapa a la que siempre he visto muy delgada) y Alice Eve, una de esas actrices a las que solo hemos visto en papeles más insinuantes que con verdadero contenido (la mujer en "Sexo en Nueva York 2" se pasaba toda la película bamboleando su gran pecho sin sostén y aquí tiene una escena en ropa interior bastante gratuita).
 
 
Nunca he llegado a ver la serie original ni las películas antiguas de Star Trek, aunque conozco su mitología por haber leído de ella en varios sitios, así que no puedo comparar las diferencias entre aquellas producciones y las dos entregas de Abrams. Pero por lo visto en las películas, me parecen dos trabajos interesantes para pasar el rato, que quizá no vaya a ver muchas más veces en mi vida, pero que me entretienen y dejan buen sabor de boca mientras las veo.

 
Así pues, dos películas que dan lo que prometen y que garantizan un rato de distracción apelando al buen sentido del espectador, con un poco más de tino en la película de Tornatore aunque tampoco es desdeñable el esfuerzo de Abrams. Dos películas en las que sus personajes deben explorar y plantearse su propio ser para conocer a dónde quieren llegar.

jueves, 4 de julio de 2013

Mirando a las estrellas



Todos sentimos en alguna ocasión la sensación de haber perdido la perspectiva, de haber perdido un poco el rumbo que llevábamos y de hallarnos en una situación en la que debemos tratar de recolocarnos. En épocas así me gusta sentir la sensación de calma que me transmite mirar al cielo y ver las estrellas, algo que no empecé a apreciar hasta hace pocos años, cuando en unos momentos difíciles acudía a un parque a las afueras de la ciudad donde residía y me sentaba allí un buen rato a mirar el firmamento. Nunca había prestado especial atención a estos detalles, pero descubrí que me sentaba bien en esos momentos de zozobra.

Miras hacia arriba y ves todo ese cielo sembrado de estrellas, con la misma claridad que si estuvieras en un planetario. Las estrellas se extienden como un manto sin ser interrumpidas por nubes o montañas. Incluso si fijas la vista hasta te da la sensación de que es un techo que tienes muy cerca, de una sensación claustrofóbica. Resulta fascinante.

Es en esos momentos cuando sientes que con lo que importantes que nos creemos, con lo graves que a veces pueden parecernos nuestros problemas y nuestras preocupaciones, no somos más que motitas en medio del universo, un punto en la inmensidad. Y piensas en muchas cosas sobre ti mismo, sobre los demás, piensas en la gente que aprecias. Piensas qué estarán haciendo en ese momento esas personas que se han llevado parte de tu corazón, la persona que te hace decir "te quiero" sin hacerte sentir miedo ni vergüenza. Te preguntas qué estarán pensando, si ocuparás alguna parte de su mente y de qué forma pensarán en ti mientras tú no dejas de hacerlo con ellos, trayendo a tu mente tantos recuerdos de momentos pasados, momentos de un esplendor que temes que no vuelva más.



Esa contemplación de los astros me hace acordarme siempre de la música de Thomas Newman, uno de los más reputados compositores de bandas sonoras de hoy día y que a mí me encanta, siempre consigue tocarme la fibra sensible con sus sonidos melancólicos. Una música que me remueve muchas cosas por dentro, que hace que asome una lagrimilla pero que al mismo tiempo ayuda a perdonar, a perdonarte a ti mismo por aquellas veces en las que no fuiste capaz de hacer ver a los demás cuánto te importaban o a perdonar por las veces en que te sentiste mal y culpaste inmerecidamente por no sentir en los demás el mismo aprecio que les diste.


La mente se expande casi tanto como ese manto estrellado y entiendes el por qué de esa fascinación del hombre por los astros, que viene desde el principio de los tiempos.

martes, 2 de julio de 2013

"Antes del anochecer", el momento de la discordia

Los habituales de este blog y la gente que me conoce saben que no me gusta la sensiblería, la sensibilidad sí, pero no la ñoñería o la cursilería, que siempre me ha parecido algo exagerado y forzado y por ello poco natural. Por ejemplo, no me gusta que la gente ponga en sus perfiles de Twitter cosas como "enamorado de la vida, trabajador de lo que sea a tiempo parcial y vividor a tiempo completo", que a ellos les parecerá sublime pero les hace quedar como unos cursis de campeonato. Pongo ese ejemplo porque mucha de esa gente tiende a hablar de las películas de "Antes del amanecer" y "Antes del atardecer" como "el manifiesto romántico de una generación", algo que ya me parece un poco pamplinero, porque se trata de películas que hablan sobre el amor como lo han hecho tantas otras a lo largo de la historia y no son manifiesto de nada, de buen cine acaso.

Entiendo que haya gente que haya crecido al tiempo que sus protagonistas y sienta como suyas sus peripecias, pero ese tipo de afirmaciones dejan evidentes las pocas películas que ha visto quien lo dice o lo interesante que quiere hacerse (que siempre pasa que lo que para unos es una tontería para otros es incomparable). Y este preámbulo viene al caso de la llegada a los cines de "Antes del anochecer", la tercera parte de "Antes del amanecer" y "Antes del atardecer". La tercera entrega de la trilogía, esta vez ambientada en un verano en la costa griega, retoma las vidas de Celine (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) nueve años después de su segundo encuentro romántico en París y dando respuesta al misterio sobre cómo concluyó.


"Antes del anochecer" está nuevamente dirigida por Richard Linklater (un realizador especializado en productos más personales, como esta saga de películas y que tampoco hace ascos a encargos como "Escuela de rock" y "Una pandilla de pelotas") y protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy y guionizada por los tres Y es que los tres son artífices de una saga que ha causado admiraciones diversas en su manera de tratar las relaciones amorosas de forma un poco más realista de lo que suele ser habitual en tantas comedias románticas y que con el paso de las películas ha querido ir profundizando en la relación de los personajes de Jesse y Celine y los cambios en el tiempo. "Antes del amanecer" nos ofrecía el proceso de enamoramiento de dos personajes que se conocían por casualidad y "Antes del atardecer" hablaba sobre el paso del tiempo una vez que los dos habían dejado de ser unos veinteañeros y algunos idealismos se habían quedado por el camino. "Antes del anochecer" es una mala traducción (aparte de que atardecer y anochecer viene a ser lo mismo) de "Before midnight" ("Antes de medianoche"), título original de la película y que no es casual porque en esta tercera parte pasan una serie de cosas poco antes de la medianoche de un día de verano.

 La estructura del filme es similar a los dos anteriores, con los dos personajes hablando de lo humano y lo divino en una estructura casi teatral, con cada escena ambientada en un escenario. En la primera parte de la película vemos a Jesse y Celine con sus dos hijas después de que ambos juntaran sus destinos en París (algo que quedaba abierto en el final de la segunda película), hablando de cómo al personaje de Hawke le duele despedirse tras unas semanas de vacaciones en Grecia de su primer hijo, que vuelve a Estados Unidos con su primera mujer (no destripo nada porque ese es el comienzo de la película) y él empieza a hacer notar cómo echa de menos no vivir allí con él. Ese será el inicio de una fractura en principio inapreciable pero que acabará haciéndose manifiesta a medida que avanza el metraje.

 
Y es que esta tercera película habla sobre unos personajes que ya han cumplido los 40 años, que han ido haciendo sacrificios y dejando sueños por el camino, enterrados en el cuidado de la familia. Será en esa segunda parte de la película, cuando Jesse y Celine se quedan a solas, sin sus hijas ni sus amigos griegos, cuando el tono se vuelva más oscuro, cuando los dos ya no puedan refugiarse en sus obligaciones y acaben analizando a dónde ha llegado su relación y si era eso lo que esperaban.


 Es ahí donde está lo mejor de "Antes del anochecer", en su honestidad al hablar de los entresijos de las relaciones de pareja, del contraste de lo cotidiano con el idealismo romántico, de cómo los inicios son siempre tan apasionados y acaban volviéndose con el tiempo mucho más mundanos e imperfectos. De cómo el amor en la vida real no tiene tanta sensiblería como en las historias ñoñas. Así que Linklater, Hawke y Delpy muestran la evolución de una relación con el paso de los años y cómo es algo que se va trabajando, que no es todo como el "fueron felices y comieron perdices" de los cuentos de hadas. Pero los desencuentros se muestran de forma más cálida y naturalista, aquí no hay la saña de otras cintas como "Revolutionary Road" (donde DiCaprio y Winslet se tiraban los trastos a la cabeza desde el minuto uno, incapaces de romper una relación tóxica). Aquí se habla de dos personajes que se quieren pero que también tienen reproches que hacerse, como tantas veces pasa en la vida.


Evidentemente, uno de los puntos fuertes son sus dos actores, que se sienten como pez en el agua con su personajes, sin temor a desnudarse emocional y físicamente (Delpy pasa algunos minutos discutiendo con Hawke con el pecho descubierto, sin importarle salir lo más guapa posible). Ambos se muestran solventes interpretando diálogos en planos secuencia de varios minutos y lo que cuentan es capaz de mantener la atención del espectador con inquietudes y que espantará a los que huyen de las películas en las que se habla mucho, aquí hay una deuda clara del cine de directores como Rohmer y Bergman, por su tratamiento del amor y su uso de la palabra. Linklater dirige con tino a su pareja protagonista y en ningún momento se dedica a jugar a ser el director que maneja los hilos y se deja sentir en todo lo que pasa, dejando que la película respire a través de las conversaciones de Jesse y Celine, con algunos bellos parajes de la costa griega como escenario.

Una película muy recomendable para aquellos que busquen historias que le hablen sobre el género humano y sobre los resortes que tantas veces nos mueven. Porque aquí el final no es tan abierto como en la anterior película, pero también da que pensar, deja poso en el espectador. Veremos si dentro de otros nueve años, que está siendo la distancia entre una película y otra, nos volvemos a encontrar a Jesse/Hawke y Celine/Delpy, ya cincuentones.